Opinión
Rulo Zetaka
08/11/2024 | Mérida, Yucatán
Lo sabíamos, se había vaticinado a los cuatro vientos, pero nos negábamos a escucharlo: la mayoría abrumaría a la razón. Anoche tardé en dormirme, pensaba que al levantarme iba a recibir una mala noticia que sacude de diversas maneras un mundo convulso. El candidato republicano Donald Trump ha alcanzado por segunda vez la presidencia de uno de los países más poderosos del mundo.
Por la mañana todos los diarios lo anuncian en sus planas, y las redes se llenan de triunfalismos, si es que creen en las mentiras del virtual presidente, o de tragedias futuras si están en la posición política opuesta. El discurso de odio con el que se ha manejado durante toda su vida rindió frutos, y más de 70 millones de personas que habitan ese territorio confiaron en el odio como medio para comprender el mundo.
En el lejano siglo XX, la política estaba mediada por el miedo y se estableció como paradigma. El miedo a la bomba atómica, a un ataque biológico, al ántrax, a la persona de otro color, a la diversidad sexual, genérica, religiosa, política. Y vivimos un supuesto impasse, donde los derechos humanos, la diversidad, las luchas sociales y los cambios hacia una compresión del mundo mas amplia y compleja parecieron avanzar de la mano de la supuesta democracia, la vilipendiada libertad, y la añorada justicia.
Todo cambió, el día que los odiantes descubrieron que sus privilegios de hombres blancos, ricos, herederos sempiternos del látigo colonial podrían seguir fustigando con su odio a lo que les parece nuevo o tan si quiera, diferente al mundo blanco que les habían enseñado a adorar, reverenciar y validar.
Cuando el odio triunfa, nosotrxs nos agazapamos
Cuando el odio triunfa, los desposeídos sufren
Cuando el odio triunfa, parecemos minorías
Cuando el odio triunfa, el mundo colonial revive
Cuando el odio triunfa, los derechos humanos se reducen
Cuando el odio triunfa, el complejo sistema al que llamamos vida se empequeñece
Cuando el odio triunfa, los que siempre hemos tenido miedo, vemos como se ciñe sobre nosotrxs el látigo amenazante del opresor.
Hoy se hablará de que las derechas festejan, pero no solo ese espectro político, sino que la falsa idea de la existencia política de mayorías, disfrazada de democracia, le da la razón a unos cuantos, sobre todos las demás personas que existen en los territorios a las que llamamos países.
Y empezamos un nuevo andar por el desierto de las posibilidades. Aquellas escasas posibilidades que suceden cuando la diversidad se reconoce a sí misma. Agazapadxs, en la oscuridad, detrás de múltiples velos o a la luz del día, una pléyade de personajes existen, porque se resisten al odio.
Esa pléyade de personajes cuestionó otra herencia del vetusto siglo XX, la idea de que por la fuerza se ganaría la lucha por la diversidad. El tiempo de las revoluciones violentas parece haber terminado por completo con la presencia de las bombas que barren la faz de la tierra, los drones para ataques teledirigidos y los bipers que pueden asesinar. Entonces ¿Qué nos queda cuando el odio triunfa?
Buscamos, rastreamos bajo las piedras, en redes sociales con escasos followers o nos aventuramos a dar opiniones políticas en nuestros lugares de trabajo, y pensamos, como la canción de Kase.O con la que inicié mi clase hoy “Esto no para, esto no para si es que nadie lo para y si nadie dice nada, prepárate para la que se prepara.
Por ello:
Cuando el odio triunfa, nosotrxs sembramos afectos
Cuando el odio triunfa, abrazamos la diversidad
Cuando el odio triunfa, trabajamos la tierra, el huerto o la maceta
Cuando el odio triunfa, nosotrxs florecemos una vez más
Cuando el odio triunfa, levantamos la frente
Cuando el odio triunfa, soñamos con una vida después del capitalismo
Cuando el odio triunfa, nos sacudimos el yugo colonial.
Cuando el odio triunfa, recordamos que estaremos aquí, el día después de su derrota, soñando un mundo donde quepan muchos mundos.
@RuloZetaka
Edición: Emilio Gómez