Opinión
Pablo A. Cicero Alonzo
12/11/2024 | Mérida, Yucatán
Tal vez son los mismos cíngaros que todos los marzos traficaban sueños en esa aldea erigida sobre una desmesurada imaginación. Tal vez Melquíades, ese gitano corpulento, de barba montaraz y manos de gorrión, desembarca los noviembres en Xmatkuil.
Y ahí también ofrece la octava maravilla de los sabios alquimistas de Macedonia, el último descubrimiento de los judíos de Amsterdam, mapas portugueses e instrumentos de navegación y laboratorios de alquimia.
Y esos prodigios, incluso los falsos, son los que convierten a la feria en un territorio habitado por recuerdos: Muchos años después… José había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer a la mujer lagarto.
Así como Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez, es una fábula a la que se recurre para descifrar la historia, la feria de Xmatkuil nos remonta a ese pasado en que Mérida era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo.
El peregrinaje anual a la comisaría consiste en dejarse atrapar por el pasado y vislumbrar el futuro; escarbar ahí los tesoros de nuestra niñez y juventud, y planear las visitas de los próximos años. Ahí se fusionan, en una realidad mágica, el picante olor de los establos y un frenético universo orbitando a una religiosa.
A Xmatkuil no sólo naufragan yucatecos que añoran la evasión, sino también una población flotante que hace recordar a esa familia de gitanos desarrapados que plantaba su carpa cerca de Macondo, con un grande alboroto de pitos y timbales.
Ese clan nómada es el que revela el mundo exterior a los aldeanos; en el caso de los mercaderes de Xmatkuil, baratijas chinas, cobertores de tigres y antojitos. Algunas veces, esas insignificancias nos hacen cuestionar el orden natural del mundo, como la dentadura postiza de Melquíades.
El paréntesis de noviembre, para Yucatán, significa remontarse al génesis: recordar y asumirnos como provincia. Y aunque la explosión demográfica nos cimbre en el gentío y nos haga maldecir en los gigantescos ciempiés de las colas, en esa corte de maravillas nos remontamos a otro mundo. El costo de la entrada a Xmatkuil incluye un viaje en el tiempo.
Las similitudes del universo literario de García Márquez con la feria yucateca en lugar de encogerse con el paso de los años —sería lo lógico— han crecido. Y así como los gallos de pelea estaban prohibidos en Macondo, desde hace años en el palenque de Xmatkuil se pasea triste el fantasma de Prudencio Aguilar; en la arena ya se secó la sangre que lubricaba timbas y duelos.
Reinas de belleza, como la aristocrática Fernanda del Carpio; personas que no duermen por la peste del insomnio, hombres con cola de cerdo, juglares, como Francisco el Hombre, así llamado porque derrotó al diablo en un duelo de improvisación de cantos… La frontera entre la ficción y la realidad también desaparece en Xmacondo.
P.S. El amor en los tiempos de cólera. La escritura en los tiempos del algoritmo. Suelo ir armar estas líneas en el duermevela del fin de semana, rumiando el tema y su enfoque. La idea de hoy, lo confieso, fue el resultado de una siembra de temas con forma de semillas, que florecieron en este híbrido. Ayer fue el Día del Libro y, por razones que desconozco, fui bombardeado con noticias sobre el próximo estreno de la adaptación de Netflix de Cien años de soledad. Eso, y el riego constante de conversaciones que giran en torno a Xmatkuil, produjeron este extraño fruto.
Edición: Fernando Sierra