Opinión
La Jornada Maya
25/11/2024 | Mérida, Yucatán
Alejandro Cabrera Valenzuela
La topografía del estado de Yucatán se caracteriza por extensas planicies de suelos pedregosos –a excepción de la región conocida como la sierra del Pu’uk– donde abundan cavidades subterráneas, como cenotes y cuevas. En el nororiente de la península, las comunidades mayas contemporáneas han preservado el uso y aprovechamiento de un tipo específico de depresión natural denominada k’óom o rejollada.
Según el Diccionario Maya, estas cavidades son definidas como hondonadas, ollas o rejolladas. Muchas de ellas son empleadas para cultivar árboles frutales y plantas que requieren condiciones de mayor humedad y protección contra el viento, como el plátano. En concordancia, Alfonso Villa Rojas, reconocido antropólogo mayista nos cuenta que el aprovechamiento de estos espacios quedó documentado en registros históricos, donde se destaca su relevancia como referencias naturales dentro de los territorios de las provincias. Además, se les consideraba sitios ideales para el cultivo de árboles frutales, cacao y algodón.
En la actualidad, estudiosos de diferentes instituciones han registrado la existencia de plantas y árboles que fueron cultivados allí en otras épocas; entre ellos el chak ja’as o plátano rojo, cacao y café; árboles de ox o ramón, chakal ja’as o mamey y caimito, contribuyendo a conocer más sobre los usos de estas cavidades a través de interesantes investigaciones científicas.
Es interesante mencionar cómo también la toponimia de varias poblaciones de la zona nororiente incluye los términos k’óom y k’o’op. Por ejemplo, Tekom en donde Te, k’óom, se traduce como el lugar de la rejollada o Xkalakop donde Xka, láak’, k’o’op, se traduce como “dos rejolladas hermanas”.
Algunas rejolladas destacan por ser espacios donde, según la cosmovisión maya contemporánea, se realizan ofrendas de saka’ (bebida de maíz) para solicitar permiso al "dueño" del lugar antes de acceder o aprovechar sus recursos. Un ejemplo notable es la rejollada ubicada en el poblado de Uspibil, municipio de Chemax, que alberga en su borde un oratorio con dos cruces veneradas: una dedicada a San Lucas y otra a San Román, considerados santos patronos del lugar, junto a San Isidro Labrador, el patrono del templo católico del pueblo. Estas mismas cruces también son reconocidas como kanan kaaj (guardián del pueblo) y kanan sayab (guardián del manantial), subrayando su importancia tanto religiosa como simbólica.
Cabe destacar que además de los cenotes y aguadas, las rejolladas han sido una fuente crucial de agua para los pobladores mayas de la región. Durante la década de 1910, en el contexto de la refundación de varios pueblos tras la Guerra de Castas, los habitantes recién establecidos en localidades como Chechmil y Uspibil (Chemax) y Xanla’ (Chankom) excavaron pozos en el fondo de las rejolladas. A una profundidad de 4 a 5 metros lograron acceder al vital líquido, asegurando así su abastecimiento.
Un hecho singular que los pobladores de Xanla’ aún recuerdan es cómo lograron sobreponerse a una plaga de langostas, defendiendo los frutos de ramón cultivados en una rejollada que habían sembrado completamente con estos árboles, demostrando su resiliencia y conexión con el entorno natural.
En el fondo de algunas rejolladas se encuentran sahcaberas, así como plantas y árboles frutales, entre ellos la piñuela, el mamey y una variedad de ciruela silvestre. Estas características las convierten en un entorno ideal para la caza de diversas especies animales. En Xanla’, dentro de los “montes” del ejido, existen varias rejolladas que destacan por el uso, cuidado y profundo significado que los milperos locales les atribuyen.
Para un extraño, este escenario podría parecer simplemente parte de la geografía y topografía del paisaje. Sin embargo, para los lugareños tiene un significado mucho más profundo. Ellos cuidan celosamente estos entornos ecológicos, marcándolos con guardarrayas, ya que representan un sitio privilegiado para la caza del jaaleb (Agouti paca), el sereque (Dasyprocta punctata yucatanica) y el "jabalí" (Pecari tajacu yucatanensis). Además, se cree que en estas rejolladas habita el Zip, el "dueño de los animales" del monte, a quien se atribuye la protección y el equilibrio de la fauna local.
Finalmente, es importante destacar que los pozos cavados en las rejolladas contribuyeron al desarrollo de la ganadería bovina, como se ha documentado en varios ejidos del municipio de Temozón. En tiempos recientes, algunas de estas rejolladas, especialmente aquellas que contienen vestigios arqueológicos cerca de la zona de Ek’ Balam, han adquirido un nuevo uso como escenarios naturales para ceremonias de recibimiento dirigidas al turismo nacional e internacional.
En síntesis, las rejolladas del nororiente yucateco, antiguamente reconocidas como "marcas naturales" en la provincia prehispánica de los Cupules, han trascendido su uso original. Hoy en día, son testigos vivos de las dinámicas socioeconómicas y culturales que definen la interacción entre las comunidades locales y su entorno.
Alejandro Cabrera Valenzuela es antropólogo social del Centro INAH Yucatán
Coordinadora editorial de la columna:
María del Carmen Castillo Cisneros, antropóloga social Centro INAH Yucatán
Foto: Alejandro Cabrera Valenzuela, Uspibil, Chemax, Yucatán, 2015.
Edición: Fernando Sierra