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Un mundo en guerra

Si la ingenuidad nutre el deseo de paz, bienvenida
Foto: Reuters

Un querido amigo me decía hace algunos días que soy ingenuo, como si eso fuera una suerte de defecto. Creo que tiene algo de razón, pero también estoy convencido de que no nos vendría mal a todos ser algo más ingenuos. Hace ya bastantes años, a finales de la década de los sesenta del siglo pasado, puse en la pared de mi cuarto, entre diversas muestras de la psicodelia que entonces dominaba el gusto de muchos jóvenes de entonces, un cartel bastante cursi, con una flor como dibujada por un crío, y una leyenda que decía “la guerra no es saludable para los niños, ni para los demás seres vivos”. Corría entonces la guerra de Vietnam, y a pesar de las atrocidades que veíamos por la televisión, y no obstante las noticias que medio escuchábamos sin entender, de luchas por la independencia de naciones africanas, con y sin la colaboración de soldados cubanos, el Che muerto en Bolivia, los inicios oscuros de lo que después conoceríamos como la “guerra sucia” en nuestro país, y luchas contra dictadores diversos en centro y Suramérica, estábamos convencidos de que seríamos la primera generación en muchos años que se libraría de vivir un conflicto bélico de envergadura global.

No sabíamos que vendría esta era de la super información, cuando todo el tiempo, queramos que no, nos encontramos expuestos a visiones perturbadoras y frecuentemente incomprensibles, de los que los seres humanos podemos hacernos unos a otros, acompañadas de narrativas que hacen que lo absurdo sea solamente un juego pueril. Así, escuchamos al señor Putin decirnos que se esfuerza hasta lo indecible por evitar un conflicto nuclear, como se eso requiriese más esfuerzo que hacer caso de la voz de la más elemental sensatez, mientras se empeña en reducir a una Ucrania que no sabemos qué tan dividida se encuentra, entre ucranianos “patriotas”, que han olvidado que su país fue también cuna de los zares, y ucranianos “pro rusos” que añoran una unidad que hace una historia entera que no existe; y que se defiende gracias a los pertrechos aportados por Estados unidos y Europa, que se esfuerzan por dar salida a un arsenal caduco, para renovarlo y seguir alimentando sus economías con la fabricación de instrumentos de destrucción masiva.

También tenemos que soportar, un día sí y otro también, la fría contabilidad de muertes –civiles o no, lo mismo da– de palestinos, libaneses e israelíes, en esta danza macabra en la que el señor Netanyahu, con sus acólitos y sicofantes, se empeña, en nombre del pueblo que sufrió el holocausto más terrible de la historia moderna, en aplicar a todo un pueblo lo que ve como una “solución final”. La corte internacional lo condena por “delitos de guerra”, como si no fuera un delito la guerra toda, pero el señor Biden promete protegerlo a toda costa, el primer ministro húngaro, encantado por cierto con el triunfo de Trump, le ofrece a Netanyahu respaldo y refugio, y la ultraderechista italiana Meloni declara que será bienvenido en su país.

Mientras tanto, al calor del triunfo del señor Trump, el gobernador de Texas ofrece ceder un terreno de medio millar de hectáreas para construir un campo de concentración, en apoyo a la idea de que, para hacer “que América sea grande de nuevo”, hay que capturar y expulsar a toda aquella persona que tenga un color distinto de piel al rosáceo que parece deseable a la minoría “blanca” dueña de los dólares, que hable con un acento diferente al que se puede considerar “anglo” (como si todos los gringos hablasen con el mismo acento), que no tenga en su poder el documento de identidad adecuado o que, a fin de cuentas, sea pobre.

En otras partes del mundo surgen regímenes que pretenden limitar derechos y concentrar el poder en aras de privilegiar a sus clientelas favoritas, mientras fuera de los aparatos de gobierno organizaciones criminales, poderosamente armadas, luchan entre sí por dominar porciones de territorio, y siembran de paso terror entre la población civil, que contempla estupefacta al incapacidad de las agencias del estado para controlar la violencia rampante, preocupadas como están por conservar su carácter de “fuerzas del orden”.

Todos buscan ubicar las causas en el Otro, sea éste quien sea, y seguimos calentando el planeta, discutiendo quiénes deben pagar para reparar los daños hechos en nombre del desarrollo y el bienestar, daños que se manifiestan en una emergencia climática global. Por una parte, no hay pudor alguno para gastar la riqueza generada en más y mejores armas para destruir y eliminar al otro, y se habla de quién está dispuesta a “aceptar más bajas”, o se enarbola la bandera de la “legítima defensa”. Y por otra, hay una reticencia insuperable para poner el formidable esfuerzo e imaginación de que somos capaces, en lograr concretar lo que se tiene que hacer para garantizar que el planeta continúe siendo capaz de soportar vida.

Tengo dos nietas. Agradezco a mis hijos su capacidad de amar y su ambición de futuro, que les ha hecho capaces de aceptar el triunfo optimista de traer al mundo estos nuevos, maravillosos seres humanos, que no son hoy sino encarnaciones de amor. Viendo sus sonrisas, oyendo sus balbuceos, sus primeras palabras, los manifiestos de su novel fantasía, apuesto de nueva cuenta por la ingenuidad. Es la fuerza que hace que adquiera sentido verlas vivas, y querer ayudar a forjar para ellas un futuro viable.

Lea, del mismo autor: ¡México is back!

Edición: Fernando Sierra


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