Opinión
Felipe Escalante Tió
28/11/2024 | Mérida, Yucatán
Desde su invención, la escritura ha desempeñado un papel vital para la memoria de los pueblos. El paso de la cultura oral a la escrita ha sido crucial para mantener el conocimiento de la historia propia, hasta hacer coincidir lo que consta en un documento con momentos fundacionales, hechos que por cierto consenso se convierten en dignos de figurar en el recuerdo colectivo. No en balde, el historiador March Bloch hizo notar la coincidencia de que los principales textos sagrados son libros de historia.
Pero en muchas otras ocasiones, lo que ha permitido la escritura es dar los primeros testimonios de una manifestación cultural propia, en dos vertientes: el rescate o los primeros destellos. En el primer caso, un ejemplo son los recetarios de cocina, mientras que para el segundo podemos ofrecer, gracias a un hallazgo en las páginas del Diario Yucateco en su edición del 22 de mayo de 1909, el surgimiento de la trova yucateca, gracias a los comentarios a una publicación.
En efecto, el periódico en cuestión, que ofrecía los mayores adelantos tecnológicos para la impresión, dedicó un espacio considerable para anunciar Cancionero, un libro que con el paso del tiempo pasó a ser conocido como El Cancionero de Chan Cil, apareció por esas fechas.
La repartición del espacio para comentar El Cancionero fue un tanto heterodoxa, ya que no conformó una unidad dentro de una plana, sino que colocó una reproducción de la portada en la primera y, en el interior, una nota titulada precisamente “El ‘Cancionero’”.
Entre conocedores de la historia de la trova yucateca, la portada del Cancionero es sumamente conocida. En ella se ve al considerado padre de este género, Cirilo Baqueiro Preve, Chan Cil (1849 -1910) en actitud de rasgar una guitarra. El Pequeño Cirilo apenas vería la salida del libro de la imprenta. Sus obras más conocidas, entre ellas la alegre guaracha La Mestiza, eran ya del siglo anterior.
En cuanto al contenido de la publicación, el Diario Yucateco no escatimó en elogios. Desde el inicio incluye menciones a dos poetas para referirse a él como “Una primorosa figura, triplemente joya porque encierra la belleza tipográfica con la de la palabra y la de la melodía, acaba de venir a nuestras manos con expresiva dedicatoria. Es un librito que, como la ‘Veleidosa’, de Peón Contreras, despierta el íntimo deseo de llevarlo a los oídos para escuchar su misteriosa y halagadora voz, según dijo en frase raramente bella el inmortal Gutiérrez Nájera”.
En seguida, el redactor se lanza a una descripción sentimental de lo que hallará el lector en El Cancionero: “Es un precioso librito que contiene los suspiros, las quejas, las dolientes serenatas que todos hemos oído y que todos hemos sollozado en la primera floración de nuestras almas, cuando el príncipe supremo, el amor, se adueñó de la primavera de nuestra vida”. Así, en unas pocas líneas, hallamos el valor del libro: son las experiencias comunes detrás de cada canción, los cortejos, las retretas en la Plaza Grande, los carnavales. Se trataba de canciones que la gran mayoría de los yucatecos habían escuchado más de una vez y que formaban parte de su educación sentimental. Por ese motivo, estas canciones pasaron a ser un componente de la identidad local.
Después pasaban a los créditos: El “librito amigo”, “evocador”, “está vestido por la mano utilisima de ese gran artífice que se llama Luis Rosado Vega, y su presencia se debe a los unidos esfuerzos de Felipe Ibarra, espíritu enamorado intensamente de lo bello, y de Filiberto Romero, señor de las melodías y magnate en el reino del arte más ideal y espiritual”.
Casi para concluir, la nota indica que en el “Cancionero” están reunidas “las mejores canciones de nuestra tierra y algunas de tierras extrañas, hermanas de la nuestra”. Sin duda, un reconocimiento a la música que llegaba del Caribe.
La edición constó de dos mil quinientos ejemplares “y de ellos hay ciento en papel marfil. A más de treinta y un canciones, contiene hermosas viñetas y retratos”.
El precio podía resultar elevado para la época. El ejemplar del Diario Yucateco costaba cinco centavos, mientras que el del Cancionero fue de tres pesos, y se podía adquirir en casa de Luis Rosado, “o sea en la imprenta ‘Gamboa Guzmán’”. Pero hay que ser claros: sin esta obra, muy probablemente piezas como “Ko’oten box”, “Canción” o “La mestiza”, que son parte del repertorio regional, se habrían perdido para siempre.
Sin duda, Luis Rosado Vega es otro personaje cuya trayectoria merece ser recuperada, pero eso es materia de otras notas y otros tiempos.
Edición: Estefanía Cardeña