Opinión
Roberto Emmanuel Hernández Jasso
02/12/2024 | Mérida
La cueva de Loltún, en Oxkutzcab, Yucatán, es un tesoro mundialmente reconocido por sus pinturas rupestres y petroglifos, vestigios que ofrecen una visión fascinante de la vida y creencias de los primeros pobladores humanos en la península. Pero lo que pocos saben es que este majestuoso santuario natural esconde un enigma aún más profundo: centenares de huesos y fósiles que sus entrañas han guardado celosamente durante milenios. ¿Qué secretos revelan estos restos? Acompáñame a desenterrar una historia que yace en la oscuridad de Loltún.
Hace aproximadamente 28 mil años, el planeta enfrentó una de las catástrofes climáticas más estremecedoras de su historia: la última y más imponente "Era del Hielo". El clima extremo también azotaba la península de Yucatán. Aunque el frío no era tan intenso como en otras latitudes del país, la región enfrentaba una severa escasez de lluvias, sometiendo a la flora y fauna a prolongadas y desafiantes sequías.
Una manada de mastodontes de las cordilleras, pertenecientes a la especie Cuvieronius hyodon (primos lejanos de los elefantes), emprendió su marcha desde la costa de Celestún en el oeste de Yucatán en busca de agua. La sequía había agotado el agua de los petenes, y la sed apremiante empujaba a los animales a buscar desesperadamente nuevas fuentes para sobrevivir. La matriarca reunió a su grupo con fuertes sonidos, barritando una y otra vez para indicar que la siguieran. Era momento de partir en búsqueda del vital líquido. La manada de mastodontes, guiada por la impetuosa matriarca, caminaron durante días hasta la región conocida como Sierrita de Ticul, caracterizada por tener abundante agua entre sus grutas y cuevas. El grupo buscaba llegar hasta la cueva Loltún en Oxkutzcab, el último reducto donde podían encontrar agua fresca entre sus oquedades.
Sin embargo, ese año había sido muy crudo y la sequía se había prolongado más de lo normal. La manada finalmente alcanzó su destino, pero el agua permanecía en niveles profundamente bajos, ocultándose en las entrañas de su oquedad más grande. Para llegar a ella, sería necesario descender por una pendiente pronunciada con varios metros de profundidad. El agudo instinto de la matriarca alertó a su manada del peligro que implicaba aquella empresa. Sin embargo, la sed de uno de los machos jóvenes del grupo fue mayor que su miedo y con pie firme bajó la pendiente en busca de preciado líquido. Al final de su descenso, sació su sed bebiendo más de 200 litros de agua.
Satisfecho, retornó al pie de la pendiente para inicar la subida al tiempo que se percataba de que regresar significaba una hazaña imposible. Sus piernas no le darían el suficiente agarre para caminar por tan inclinado paso. Asustado, empezó a barritar y pidió ayuda a su manada. Ante tal situación, es muy probable que la matriarca y el resto del grupo extendieran sus trompas en un intento de ayuda, tal y como hacen los elefantes en la actualidad. Pero, seguramente el miedo se apoderó de todos y ningún compañero se atrevió a descender.
Con mirada atónita el joven macho observó en el interior de la cueva la existencia de restos de esqueletos de otros animales. Entre ellos, caballos pleistocénicos, pecaríes de collar y venados cabrito que previamente habían sido víctimas de esta fuente de agua mortal. Con el paso de los días y ya sin aliento, este joven mastodonte de las cordilleras se volvió un trofeo más en aquella trampa natural.
Es así que la enigmática cueva Loltún ha guardado no sólo a nuestro mastodonte, sino cientos de huesos que recuerdan que la búsqueda de fuentes de agua para sobrevivir siempre ha movido a diferentes especies por el planeta, incluidos nosotros mismos. Historias como esta, poco a poco están saliendo a la luz gracias a las investigaciones paleontológicas que permiten reconstruir hechos de otros tiempos.
Los restos óseos de este joven Cuvieronius se encuentran hoy resguardados en el Centro INAH-Yucatán y en el Museo Regional de Antropología de Yucatán, Palacio Cantón. Su cuidadoso estudio nos permite, a los paleontólogos, unir el pasado a nuestro presente para poder imaginar el futuro de un territorio como el yucateco.
Roberto Emmanuel Hernández Jasso es investigador posdoctoral en Paleontología en el Centro INAH-Yucatán
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Coordinadora editorial de la columna:
María del Carmen Castillo Cisneros, antropóloga social Centro INAH Yucatán
Edición: Estefanía Cardeña