Opinión
Margarita Robleda Moguel
08/12/2024 | Mérida, Yucatán
Hace algunos años me invitaron a presentar un libro de cuentos eróticos en la ciudad de México. Estábamos en el panel una psicóloga, una especialista sobre sexualidad y la de la voz; una atrevida que es de las que invitan, acepta y luego averigua cómo conectarse.
Cuando llegó mi turno comencé con un: “Caras vemos, fantasías no sabemos. Ese que está junto a ti, ¿qué piensa? ¿Qué siente?”. Palabras mágicas, que hicieron que todos voltearan a ver a sus vecinos con ojos bien abiertos y al final del encuentro, fueron las palabras que quedaron circulando.
Este recuerdo llegó al prepararme para escribir esta nota, así como otro de hace 10 años cuando el Estado de Campeche me invito a recorrerlo con charlas de prevención en todas las secundarias y bachilleratos. Mi primera reacción fue: “No puedo, me dan miedo los jóvenes con su arete en la nariz y su cara larga”. Acepté, porque caí en cuenta de que ellos eran los cachorritos de nuestra especie y los descubrí muy solos. Con el tiempo comprendí que “Jetas vemos, dolores desconocemos” y comencé a decirle a los padres y maestros, cuando les tocaba charla a ellos, “eso que nos molesta tanto llamado grafitti, son mensajes que los jóvenes nos envían a los adultos y nosotros no sabemos leer. Si supiéramos hacerlo, estoy segura de que leeríamos: “¿Hay alguien ahí?” “¡Me siento solo!”, ¡Auxilio! “¡Mamá!”
Si nuestros jóvenes eran retraídos entonces, la pandemia “los pasó a perjudicar”, como dirían en mi pueblo. Los jóvenes se encerraron en sus cuartos, dizque a estudiar, se enclaustraron en ellos mismos, cerraron la comunicación verbal, dejaron de socializar, perdieron la oportunidad de vivir el enamoramiento, compartir las dudas, las risas, el gozo de saberse vivos. Cuando esta etapa terminó salieron escondidos tras el tapabocas; no hubo oportunidad de fortalecer su autoestima en el contacto con los otros. Recuerdo una reunión de voluntarios para apoyar la Filey hace un par de años, cada uno se sentó lejos de sus prójimos más próximos. Todos silenciosos, enmascarados y sumergidos en su celular.
Aquella que les temía descubrió que esas maneras eran únicamente una capa de protección: están asustados, enojados, desesperanzados, y no tienen con quien platicar. El sistema educativo nacional no ha promovido el diálogo. No saben preguntar. Generalmente dicen lo mismo que les preguntan a ellos. ¿Cómo te llamas? ¿Cuántos años tienes? Los tiempos cambian y comienzan a hacerlo poquito a poco. Pero cuesta trabajo. Por eso, desde hace un tiempo me he dedicado a solicitarles después de una charla donde ya conectamos, que me hagan preguntas que no saben a quién hacer; les digo que los quiero conocer para poder prepararme mejor para ellos. La variedad de respuestas nos recuerda que “cada cabeza es un mundo” y toca aceptarlo.
“¿Cuánto gana?”. “¿Cómo le hace para viajar mucho?”. “¿Desde qué edad comenzó a tener éxito en su trabajo?”. “¿Como nunca se rindió?”. “¿Cómo logró todo lo que logró?”. “¿Cómo sabía qué es lo que quería?”. “Si lograré cumplir mi meta? ¿Qué me falta?”
“¿Por qué es tan difícil crecer?”. “¿Cómo aprendiste a aceptar su forma de ser?”. “¿Hay algo de lo que te arrepientas?”. “¿Cuál es la sensación de un amor verdadero?”. “¿Por qué nací niña y no niño?”. “¿A qué edad las madres se pueden enamorar?”. “¿Qué es lindo de la vida?”. “¿Siempre has estado muy feliz diariamente?
Leo y releo las preguntas y me encantaría que hubiera la posibilidad de responderles directamente. Pero les pedí escribieran la pregunta sin firmar y eso les dio libertad de preguntar y recibir respuestas que me asombran de su profundidad e intensidad.
Nuestros jóvenes nos necesitan. Les urge encontrar padres mas respetuosos, que escuchen sin juzgar, lo único que necesitan es expresarse, escucharse. Nos toca a los adultos, maestros, tíos, abuelos, acompañarlos. Propiciar tiempo juntos. Estas preguntas nos dicen de la profundidad que no habíamos detectado y de tendencias que ya los han ido formando. Pareciera que lo único que importa es el éxito. Me pregunto ¿cuál? ¿Ser únicamente un buen consumidor? o ¿tener como meta la felicidad y esta, vemos, viene en distintos envases?
Edición: Fernando Sierra