Opinión
Felipe Escalante Tió
12/12/2024 | Mérida, Yucatán
Prácticamente, todo régimen implica una relación entre gobernantes y gobernados que se simplifica en un intercambio más o menos equilibrado entre derechos y obligaciones. Exigir los primeros es una constante en la historia, pero si se intenta documentar el cumplimiento de los segundos es posible encontrar que muchos recurren a las artimañas más sofisticadas que la ley permite, y algunos también buscan quedar fuera de la ley, especialmente cuando se trata del pago de impuestos.
El tema de las contribuciones es básico para cualquier país que se precie de ser viable y soberano. Simplemente, se trata del modo mediante el cual un gobierno se hace de recursos y con ellos cumple las obligaciones que contrae para la defensa de la población y el territorio, la salud y educación de los habitantes, la impartición de justicia, y su propio funcionamiento. Sin embargo, la manera en que se establecen las cargas fiscales termina por reflejar muchas desigualdades.
A principios del siglo pasado, el tema de los impuestos en Yucatán era cotidiano. El gobierno de Olegario Molina traía consigo varios proyectos de modernización que requerían de financiamiento y esto implicaba cambiar el modo de recaudar, obteniendo más dinero. La insatisfacción de algunos sectores de la sociedad yucateca se hizo sentir a través de las páginas del semanario El Padre Clarencio, que en enero de 1905 dedicó parte de sus planas a criticar lo que le parecían excesos del mandatario, especialmente en materia de recaudación.
En su edición del 1 de enero de 1905, El Padre Clarencio publicó un artículo que con toda seguridad escribió Carlos P. Escoffié Zetina, quien para entonces era propietario, director, redactor, caricaturista y distribuidor del hebdomadario. El título de la nota era una cifra traducida a letras, con la que pretendía llamar la atención del lector: “Dos millones seiscientos cincuenta y nueve mil, seiscientos pesos de ingresos, para el año de 1905. Enormes contribuciones”.
Por supuesto, la cantidad palidece frente a los presupuestos estatales actuales. Es incluso muchísimo menor a lo que ejercen los departamentos más pequeños dentro de una secretaría, pero tengamos en cuenta que la población de la época era mucho menor y que la economía también era muy distinta, y que para el caso yucateco, era una época de bonanza gracias a la explotación del henequén y, por supuesto, de los sirvientes de las haciendas.
Escoffié iniciaba con el asombro por la cantidad que esperaba recaudar el gobierno del estado: “Escandaliza y causa mareos acechar por un instante en la profunda sima donde caen los dineros del pueblo. Ese presupuesto representa muchos sudores, grandes amarguras, privaciones sin cuento para un número no escaso de los sufridos y agobiados contribuyentes que ya no pueden más con la carga que sobres sus espaldas le han echado los inventores de nuevos y cada día más onerosos impuestos”.
En seguida, pasaba a buscar una justificación para la creación de gravámenes y la mayor recaudación: “habiéndose iniciado mejoras como la del adoquinado, se pensó que esa tendencia sería del momento, y sólo para facilitar la pronta terminación de aquellas mejoras [...] Más fue pasando un año y otro sin verse el término de esas terribles exacciones, pero menos el de las mejoras, con una sola diferencia en el asunto y es que las mejoras se paralizaron, se descuidaron completamente, en tanto que no se descuidó el cobro de los impuestos que una vez en la Tesorería, pasaban como siguen pasando a las cajas del Banco Yucateco, del cual como se sabe, es Director nada menos que uno de los tres conocidos iberos, tres por más señas, que han emparentado con el Gobernador Molina, casándose con tres hijas de éste respectivamente”.
El director del Banco Yucateco, mencionado más adelante en la nota, era Luis Carranza, en efecto uno de los tres yernos españoles de Olegario Molina, junto con Avelino Montes y Rogelio Suárez. Debe aclararse que para la época, las élites latinoamericanas, no solamente la mexicana, manejaron los gobiernos de forma patrimonialista, como si se tratara de negocios familiares, por lo que lo expresado por Escoffié era la regla, más que la excepción.
En cuanto al presupuesto, la nota insistía: “solo hay que deplorar que ese dinero arrancado a la gente laboriosa en general y a muchos pobres, acaso arruinados por el impuesto exagerado que pesa considerablemente hasta sobre los bolsillos más desahogados, sirva para que vivan, engorden y se enriquezcan más todavía ciertos peces muy conocidos en el mar de la política, y aún otros que bullen en el mar de las finanzas, tragándose a los peces más chicos”.
La edición incluyó una caricatura que pinta a Olegario Molina repartiendo “aguinaldos” de desgracia a las pobres familias yucatecas, sobre las que indica: “Hambre, deudas y pobreza/ miserias y calamidad/ el pueblo está de plácemes/ en noche de Navidad”. La escena parece tomada de algún cuento ruso y esto se debía a las lecturas que Escoffié compartía con los directivos del Partido Liberal Mexicano y del periódico Regeneración, pero eso es materia de otras notas, y otros tiempos.
Edición: Estefanía Cardeña