Opinión
Margarita Robleda Moguel
15/12/2024 | Mérida, Yucatán
Cuando yo era niña, ayer, el Niño Jesús era el que nos traía juguetes. En esos tiempos, los regalos eran cosas sencillas, como jackses, que en otros lares llaman matatenas, muñecas, que nuestra imaginación vestían de belleza. Libros de aventuras como Sandokán, el Tigre de la Malasia, que mi hermanito y yo devorábamos y despertaron nuestra curiosidad por conocer el mundo o Robinson Crusoe, que luego imitaba en su lucha por sobrevivir el naufragio en el enorme patio.
Qué tiempos aquellos. Íbamos a misa de medianoche donde las canciones navideñas nos envolvían de pena y ternura por los peregrinos que no encontraban posada. Sin embargo, los milagros se daban, quizá porque estábamos abiertos a descubrirlos. En una de esas navidades, mi papá se ganó un coche que rifó la Sagrada Familia. El milagro fue que se lo dieron, aunque no había pagado el boleto, pero llegó en el momento indicado y pudo pagar deudas y solucionar pendientes.
Ahora hay una desesperación por “vernos antes de que termine el año”. Las posadas, comidas y desayunos se multiplican; entonces, pasábamos a visitar a los abuelos que vivían en Mérida y comíamos unos deliciosos polvorones que hacía la tía Lola, mismos que nos regalaba a cada uno en nuestro cumpleaños, con la consigna de devolver la lata, para rellenarla para el siguiente cumpleañero.
Un juego que teníamos como familia consistía en ir por calles oscuras donde mi papá nos hacía creer que nos habíamos perdido, cosa que nos llenaba de miedo y de seguridad de que él sabría cómo salvarnos. Y el 24, en espera de la llegada del Niño, mi mamá preparaba macarrones, ensalada de papa, pollo asado y una bolsa de dulce y la “pérdida” se transformaba en elegir cuál era la casita más pobre y oscura para recibir el amor y “paz a los hombres de buena voluntad” que el Arcángel Gabriel nos dijo, el Niño Jesús había traído al mundo en el portal de Belem. La cara de sorpresa de los habitantes de la casa y el gozo familiar permanecen imborrables y poderosos en la memoria del corazón.
¿Cómo se les explica a los niños insaciables de hoy la profundidad de la sencillez?
Los años pasaron y el decomisado de la Navidad fue precisamente el protagonista.
Se dice, según la BBC, que fue en el siglo XVII cuando la imagen de Santa Claus llegó a Estados Unidos procedente de Holanda, país en el que se venera a Sinterklaas o San Nicolás, que trae regalos a los niños el 5 de diciembre.
Fue así, como poco a poco la mercadotecnia, comenzó a diluir a José, a María, al Niño Jesús, el pesebre, la sencillez, la paz. El intercambio amoroso de bendiciones se volvió la presión de regalar. ¿Qué? ¡Lo que sea! La prisa se transformó en la forma de vivir diciembre, el estrés, el espíritu; el árbol tomó el lugar del pesebre; el gordito colorado se fue adueñando de todo promoviendo el consumo; los adornos y las luces eclipsaron el nacimiento del hombre nuevo.
¿Cómo compartir con nuestros niños la ternura que nos brinda el Niño? Podemos llevarlos al Asilo Celarain para admirar el nacimiento más grande de Mérida. Nuestro apoyo económico a los adultos mayores promoverá en nuestros hijos la conciencia y empatía por el otro.
Recuperar la hechura del nacimiento. En casa de una amiga, sus nietos ya pusieron hasta sus dinosaurios y tiburones favoritos para acompañar al Niño. En la de una de mis hermanitas, una sobrina con gran talento hace el nacimiento maya, donde se ve el hipil colgado en la soga de lavado, el cenote y por supuesto el amor al Niño.
Y qué decir de Osane: “Organización de Servicio y Ayuda para la Navidad de los Enfermos”, que inició el Padre Jenaro Cervera Ceballos y ha sobrevivido por más de medio siglo y que han ido heredando los hijos y nietos de los que iniciaron, mi hermanita es una. Durante todo diciembre, reciben donativos y regalos que, por las noches, voluntarios envuelven. Los niños desahuciados, recibirán lo que su carta pida. Un sacerdote vestido de San Nicolás irá a hospitales y albergues con voluntarios dejando a su paso alegría, villancicos y acompañamiento.
En la I Guerra Mundial, en Bélgica, el 24 de diciembre interrumpieron la guerra y jugaron futbol. ¿No sería posible dejar a los niños y familias de Gaza, Ucrania y otras tantas, descansar la Nochebuena de la lucha por el poder?
Edición: Fernando Sierra