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Foto: Juan Manuel Valdivia

A partir de esta semana no solo inician vacaciones para millones de personas, sino que también inicia una época de ingesta de alimentos, la mayoría en forma de pan, maíz, arroz, papas, postres, dulces y otras fuentes de carbohidratos. Nos consentimos con papas a la francesa, espagueti, tamales, tortillas, etc. En muchos casos no solo es excesivo el consumo, sino a veces es impulsivo por lo que podría considerarse como una adicción.

Los carbohidratos son compuestos orgánicos como azúcares, almidones, celulosas; son producto de la fotosíntesis, contienen carbono, hidrógeno y oxígeno. Su principal función es suministrarle energía al cuerpo, especialmente al cerebro y al sistema nervioso central a través de la glucosa, resultado de la descomposición que hace el cuerpo de los azúcares y almidones. 

Pueden dividirse en tres tipos: a) los complejos, que son una buena fuente de minerales, vitaminas y fibras y pueden encontrase en cereales, harinas vegetales, legumbres, arroz y pastas; b) los simples, que también contienen vitaminas y minerales y se encuentran en las frutas, la leche y derivados y en las verduras; y c) los refinados, que carecen de minerales, vitaminas o fibras, solo suministran calorías. En este último grupo de carbohidratos se ha encontrado un efecto psicoactivo, es decir que puede ser adictivo.

La idea de que los carbohidratos pueden ser adictivos se estableció desde la década de 1970, pero tiene como base un proceso natural que nos lleva a consumir carbohidratos. Su consumo es guiado normalmente por la necesidad de tener energía para poder realizar nuestras actividades cotidianas, deportivas, intelectuales, etc., y por la sensación de un efecto placentero que resulta de la producción de neurotransmisores como la serotonina y dopamina como resultado del consumo de los carbohidratos. 

Si consumimos productos ricos en carbohidratos, pero muy poca proteínas, vitaminas, minerales o fibras, entonces la tendencia sería a consumir más volumen de esos “alimentos” para compensar la necesidad de los otros componentes. Este es uno de los grandes problemas que tienen los carbohidratos simples refinados, comida procesada, que abundan hoy en nuestra dieta.

La explicación del fenómeno va más allá. Hace apenas unos meses, las revistas Nature (634, pp. 617-625, DOI: 10.1038/s41586-024-07911-1) y Science (vol 386, núm 6724, DOI: 10.1126/science.adn0609) publicaron sendos artículos donde demostraron que la sensación de energía que se tiene después de consumir carbohidratos se debe a una mutación genética que tuvieron nuestros ancestros hace cientos de miles de años. 

Tenemos un gen llamado AMY1 relacionado con la producción de la amilasa, la enzima que tenemos en nuestra saliva, responsable del inicio del proceso de digestión de los alimentos que consumimos para después pasar por otros momentos que incluyen la liberación de insulina para descomponer las moléculas complejas de los carbohidratos para que pasen al ciclo de Krebs, logrando la liberación del ADP (adenosin difosfato) y ATP (adenosin trifosfato) que son las moléculas que hacen la transferencia de la energía entre células de nuestro organismo.

La mayoría de los humanos tenemos múltiples copias del gen AMY1, pero las poblaciones cuya dieta se basa en carbohidratos tienen muchas más copias. Con base en la información anterior, imaginemos un escenario en el que tenemos alto consumo de carbohidratos refinados y pocas copias del gen AMY1, seguramente nuestra salud no estará en buenas condiciones. Hay que tener cuidado con lo que consumimos.

Punto y aparte. Para los lectores y sus seres queridos van los mejores deseos en estas celebraciones de diciembre y enero. Esta columna tomará una pausa, nos vemos hasta el 7 de enero.

Es cuanto.


Edición: Fernando Sierra


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