Por: Andrés Silva Piotrowsky
El vaivén de sus dedos enredados en el hilo urde geometrías previamente imaginadas, pero al compás de sus recuerdos que también se entretejen en su oficio de silencio. Pareciera no haber labor más exigente de concentración: una devaneo basta para perder el tiempo y tener que desfacer entuertos de estambre.
Nuestra tejedora ha tenido alguna distracción, incluso de riesgo, como cuando durante una caminata cayó en una zanja; el accidente la mantuvo con secuelas y dolencias óseas, que por fortuna cesaron.
Existe un manual por ahí que afirma, en descargo de los distraídos, que en realidad otro objeto más poderoso atrae su atención, haciéndolos ver a los ojos del vulgo como sujetos indolentes a las cosas inmediatas del mundo. Eso los hace distintos y evidentemente fuera de lo común. ¿Qué puntos, qué matices y qué texturas le impidieron ver la falla en las baldosas de la calle?
Mirar los lienzos de Cecilia es arrobarse con esta destreza ancestral que es entrelazar hilos. El origen de su uso fue seguramente con fines de protección de la especie ante las inclemencias de la naturaleza. Esa práctica cultural que perdura en el tiempo es lo que la lleva en algunas manos a su condición máxima: el arte. Sus trabajos han alcanzado exposiciones y premios internacionales con textiles sublimes.
Discreta y fina como su labor y sus resultados, Cecilia Martínez Lusarreta recupera, tras esta larga cuarentena, (que ella vivió como un “maravilloso regresar al nido y sentirse protegida, sin prisas”), las funciones de su laboratorio de arte textil Tramantes, en la ciudad de Mérida, y en un afán de perdurabilidad y de transmisión generacional de sus conocimientos ahora figura como su socia otra artista: Mariana Cámara Rivera. Será un paciente ejercicio reabrir al lado de sus talleristas para continuar con la premisa de “amar la trama, más que el desenlace”, como reza una canción de Jorge Dexler.
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