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Foto: Efe

En años recientes, la sequía y el cambio climático se sumaron a los destrozos causados por el neoliberalismo hasta dejar al agro en una situación de catástrofe. Por ejemplo, en Sinaloa, conocida como "el granero de México", las 11 presas de la entidad apenas se han llenado en promedio 18.3 por ciento de su capacidad, y las dos más grandes están en 1.6 y 13 por ciento. En este espacio se ha dado cuenta de cómo el estrés hídrico ocasionó la pérdida de cientos de miles de hectáreas de cultivos, convirtió tierras fértiles en parajes yermos y llevó a la muerte de miles de cabezas de ganado. La geopolítica también ha jugado en contra de la producción agropecuaria mexicana: la guerra de la OTAN contra Rusia, en la que Occidente usa las sanciones comerciales y financieras como arma de destrucción económica masiva, provocó un encarecimiento de los fertilizantes, de los que el país euroasiático es uno de los principales fabricantes.

Como resultado de éstos y otros factores, la cosecha de maíz se ha desplomado al mismo tiempo que aumenta la demanda, no para consumo humano directo, sino para engorda de ganado: en 2016, las necesidades totales de este grano eran de 38.8 millones de toneladas, pero para 2024-2025 se estiman en 48.2 millones de toneladas; y mientras hace ocho años se importaban 10.5 millones de toneladas (27 por ciento del consumo), ahora se comprarán al exterior alrededor de 24.5 millones de toneladas (51 por ciento del consumo). La práctica totalidad de esas adquisiciones se destinará a la producción de carne de res, cerdo y pollo, así como huevo y leche.

En suma, se vive la contradicción en que el campo genera más riqueza que nunca a través de la exportación de cerveza, aguacate, tequila y berries (zarzamora, arándano, fresa, entre otras), pero el desvío de inversiones, tierras y agua hacia estos productos de alto valor comercial hace que se traiga de fuera la base de toda la alimentación nacional: el maíz. Aunque es cierto que nunca se ha perdido la autosuficiencia respecto al maíz blanco, usado en las tortillas y en infinidad de platillos que se sirven en las mesas mexicanas, la dependencia en maíz amarillo vuelve inevitable plantear el dilema de si vale la pena renunciar a la soberanía alimentaria, a la salud y a la biodiversidad al dejar entrar el maíz transgénico estadunidense a cambio de subsidiar una agroindustria cuyos beneficios son acaparados por dueños de grandes capitales.

Si se quiere mantener el negocio de los cultivos citados y a la vez reducir la dependencia del exterior en el cultivo más estratégico para el país, deben impulsarse medidas integrales a fin de incrementar la producción de todos los tipos de maíz mediante técnicas sostenibles, ambientalmente adecuadas y libres de peligros para los consumidores.

Edición: Ana Ordaz


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