Opinión
La Jornada Maya
12/01/2025 | Mérida, Yucatán
Yassir Rodríguez, Abrahan Collí Tun y Julián Dzul Nah
Como cada inicio de ciclo, el comienzo de un nuevo año es una oportunidad para reconsiderar nuestras formas de vida. Redireccionamos decisiones en torno a la salud, ámbitos profesionales y familiares, entre otros. En los márgenes de este territorio, a las celebraciones y procesos de introspección se suma el aniversario de la fundación de Mérida sobre la antigua ciudad maya de Jo’, topónimo vigente en el idioma originario.
Los inicios de 2025 coinciden con procesos evaluativos y programáticos públicos de distintos órdenes: planeaciones, establecimiento de directrices y prioridades, encauzamiento de acciones y presupuestos… Dado que son procesos de notable interés ciudadano, conviene plantear y responder con seriedad y en colectivo: ¿cómo queremos vivir/seguir viviendo? Cabe trazar las posibles respuestas en los marcos territoriales que habitamos. En el caso de quienes suscribimos, es la ciudad de Jo’/Mérida donde se sitúan nuestras acciones y devenires.
La ciudad, como concepto, ha sido pensada de distintos modos y usada para diferentes propósitos según momentos históricos: nicho político y ritual, formato particular de sujeción, centro de poder simbólico y económico, nicho privilegiado de bienes y servicios. Vale hoy proponer esta ciudad como proyecto de vida colectivo que aspira al bien común; un espacio pensado, construido y habitado desde sus diferencias. Justamente eso debe ser una ciudad: un espacio público donde las personas, en su plena diversidad, puedan circular libremente, interactuar, encontrarse y disfrutar de espacios valorados no solamente por lo económico, sino también por lo estético, ecológico, histórico, lúdico y comunitario.
Desde los mayas antiguos que le dieron origen, pasando por el arribo hispánico y diferentes momentos históricos, la centenaria Jo’/Mérida no ha dejado de crecer y aumentar en de habitantes, ritmo que se ha acelerado los últimos años. A fines de noviembre del año pasado, Sergei López Cantón, presidente local de la Canadevi, afirmaba en la prensa local, que Mérida lleva un par de años como destino de asentamiento, y que aproximadamente recibe cerca de 30 mil nuevos habitantes anuales.
De acuerdo con Mérida, ciudad refugio (Ramírez, Guzmán y Lewin, 2024) la ciudad creció 12 por ciento en un lustro, especialmente por migraciones nacionales internas, donde el argumento de la seguridad es principal causa motora del desplazamiento (p. 34). El libro, con sus diversos testimonios, da cuenta de cómo las personas migrantes nacionales, interestatales e intermunicipales aprecian la ciudad, sus deseos y/o expectativas, y el papel que quizás les gustaría jugar en el quehacer de la capital yucateca. Éstas y otras son respuestas que nutren a la cuestión de cómo queremos vivir en esta ciudad.
A la diversidad de facto que existe en la Jo’/Mérida contemporánea, habremos siempre de sumarle la memoriosa voz histórica de sus habitantes mayas para reconfigurarla desde claves de interculturalidad política-crítica. En Entre irse y quedarse. Estructura agraria y migraciones internas en la Península de Yucatán (Lizama, 2013) se muestra cómo desde épocas pasadas, la ciudad fue para los mayas –en tiempos de calamidades– una oportunidad laboral, una alternativa económica, y una opción educativa dentro del abanico de posibilidades, aun cuando el arribo e instalación en la ciudad fuesen procesos hostiles. La ciudad ha sido nutrida por “la presencia de población indígena, que [...] ha sido pródiga en cuanto a sus expresiones artísticas y culturales (p. 203). Conviene recuperar todo lo anterior –y más– para emprender un inicio conjunto que articule vivencias e inquietudes de distintos órdenes, para refundar colectivamente el territorio que deseamos habitar.
Edición: Fernando Sierra