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Foto: Rodrigo Díaz Guzmán

José Luis Preciado

La maledicencia le llamaba el amo de la 60.

A don Carlos R. Menéndez lo habré visto una o dos veces, era una leyenda viva del periodismo impreso, el tercer director de la notable cabecera del Diario de Yucatán, uno de los tres mejores periódicos del país. Carlos R. Menéndez pasó 60 años leyendo, redactando, dirigiendo y enseñando con pasión el oficio de hacer periodismo, el arte de la palabra impresa sin fe de erratas, fue sin duda una gran escuela de reporteros. Salirse de la vieja casona de la calle 60 implicaba una pérdida de la cual muchos de ellos aún no se reponen. No faltan aquellos que quedaron extraviados en el laberinto de la orfandad editorial; marcados para siempre, llevan tatuado a hierro caliente el nombre del Diario en la mente, esa cabecera prodigiosa de don Carlos R. Menéndez -Premio Nacional de Periodismo 2009-, les sembró la semilla de escribir a mano, sin grabadora. 

Los fundadores sufrieron mucho desde 1869, con La Revista de Mérida. Un 31 de mayo de 1925 comenzó la historia del Diario de Yucatán, este año cumplió 95 años. En el largo camino desde la fundación hasta nuestros días, ha ocurrido todo tipo de vicisitudes, los metieron a la cárcel, les quemaron la maquinaria, les cerraron recursos de publicidad, pero los lectores y patrocinadores  siempre les tendieron la mano.

Había libro negro

Desde hace más de 30 años soy lector asiduo. A lo largo de este tiempo me di cuenta del manejo de los valores editoriales que seguían la regla del “bien decir, bien pensar”, nunca olvidaré que en 2004, cuando salió publicado el libro de Gabriel García Márquez, Memoria de mis putas tristes, en el Diario apareció el título censurado: “Memoria de mis p… tristes”. Benjamin Berger decía que las palabras malsonantes sólo son poderosas porque les otorgamos ese poder, sin embargo definen, enfatizan.

Sin embargo, el Diario ha puesto muchas palabras en cuarentena permanente, otro apartado es la existencia de códigos de escritura y tratamiento de las personas, las familias, los políticos y los cargos; si el político era priísta se le decía diputado; si era panista, legislador; había tratamiento especial a personajes predilectos ya fuera por castas, ideologías, política, familia, credos. El Diario es una publicación católica, los había por linaje y amistad, los afines, los fieles lectores, personajes populares y algunos otros notables de la flora y fauna local. De hecho, ser yucateco era un buen comienzo en el tratamiento editorial. Existía, o aún existe, un grupo civilmente muerto que jamás figuraba en las páginas del periódico, hicieran lo que hicieran, ni sus nombres, ni sus inventos o hazañas se conocían; al menos no allí, y si otro periódico local llegaba antes, adiós cobertura. Recuerdo con asombro a un cronista de la ciudad que pronunció un discurso notable en el marco del aniversario de Mérida, acudí presuroso a hacerle una entrevista sobre el tema de la sesión solemne de Cabildo, me respondió secamente “ya se lo di al Diario, si te interesa el tema lo podrás leer mañana en sus páginas”, enseguida pensé, “éste es un monaguillo del periódico”.

Quizás no existan reglas escritas, pero sí del conocimiento de los redactores, jefes de sección y redactor en jefe. No pasaba nada por esa aduana.

Al puro estilo americano

Así como desde los años 50 Selecciones de Reader’s Digest nos enseñó con su mejor letra el estilo de vida americano, sus modas, su política, cine y sus costumbres, exportando la idea de que el “American Way of Life” era la ubre de la cual había que colgarse, promovía por el mundo esos valores de un selecto segmento poblacional denominado los  WASP (blancos, anglosajones y protestantes), que fueron los primeros colonos; ellos representaban la cúspide de valores de esa sociedad que exportaba el rostro sonriente y feliz de pueblo elegido por dios -está en su moneda-, el mundo entero les compró el estado de bienestar promovido.

Guardada la proporción peninsular, pero con la misma fuerza de Selecciones, el Diario de Yucatán, bajo la batuta inteligente de Carlos R. Menéndez, nos enseñó, en sus páginas, cómo vestir, cuándo ir de vacaciones a la playa; si era Semana Santa, había que ir primero a misa, con toda una agenda preparada y publicada nos mostraba los ejercicios cuaresmales, misales y horarios de misas; una vez cumplidos los asuntos de Dios, entonces vete a bañar, disfruta de unas merecidas vacaciones de Semana Santa. 

Hasta para la misa había estilos y categorías: no era lo mismo una misa con el padre Pérez que con el padre García; en cuanto a las prendas para ir a la playa, había que evitar el bochorno de la exhibición y la falta de decoro. Qué decir del verano: dos meses completos de diversión pura, todos estaban en la playa, la ciudad de Mérida se quedaba vacía; allí estaban las coloridas crónicas de qué se bailó y cenó en Cocoteros, los  sensibles avatares de la clase acomodada que contrastaban con los desórdenes del malecón, donde la gente sin camisa y en visible estado de embriaguez aparecía en la nota roja; le recuerdo que allí en el malecón se cometían los peores excesos y las liviandades de la época. 

Me contó una vez el dueño de una tienda departamental que mandó su publicidad al periódico. Eran fotografías de mujeres vestidas de manera ligera, prendas de lencería, ello no agradó al rotativo, que pidió que se les vistiera con decoro. Esas eran las reglas de anuncio o no había trato, y en efecto no había trato. Se entiende aquel era el único medio que se daba el lujo de rechazar toda publicidad que no llenara sus requisitos, y a tarifa total.

Carlos R. Menéndez fue un extraordinario periodista, un hombre de su tiempo, educado en la obediencia y la devoción al Diario de Yucatán, un impreso que en su momento renunció a la transformación y se quedó atorado en el tiempo.

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Edición: Enrique Álvarez


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