Opinión
La Jornada Maya
04/02/2025 | Mérida, Yucatán
Supermercados y clubes de precios, establecimientos de bebidas a base de café, de comida rápida, otra de muebles y artículos para el hogar, una cadena de gimnasios, una plataforma de compras en línea, marcas de refrescos de cola, son parte de la lista de empresas a las que, desde el anuncio de que Estados Unidos establecería un arancel del 25 por ciento a los productos mexicanos que ingresaran a su territorio, se llama a boicotear a través de las redes sociales.
Alguno agrega: “Lo que no hice por mis riñones lo haré por mi país”, en referencia a la bebida que también se dio por llamar “las aguas negras del capitalismo”. Lo que llama la atención es que la persona en cuestión posea una noción más “elevada” de patriotismo que de autocuidado.
Al igual que los aranceles, dejar de comprar en las empresas establecidas en México equivale a dispararse en el pie. Aunque en muchos casos estos negocios tienen su origen en los Estados Unidos, ya no se trata de trasnacionales sino de franquicias; es decir, detrás de cada restaurante de cadena hallaremos capital mexicano y, muy importante, empleos en manos de mexicanos. A cambio, eso sí, deben pagar un derecho por el uso de la marca y ajustarse a los protocolos del modelo de negocios, pues hay un compromiso con la calidad del producto y el servicio que se ofrece.
Que existen otros supermercados nacidos y crecidos en México, sin capital extranjero, también es cierto. Esto significa que existe competencia, y también que no por ser de capital nacional, representan la mejor opción en el mercado. Existen incluso cadenas regionales, de ya largo historial de establecidas, que se distinguen por ser la opción más cara para los compradores, o en las que la frescura de los alimentos perecederos deja mucho qué desear.
Para incidir como consumidores individuales en el mercado internacional se requiere algo más que tener en mente el nombre y origen de las empresas. Es necesario ser más inquisitivos e irnos por la cadena de valor de cada producto y entonces sí, ver qué nos funciona más y comprar en conciencia de hacia dónde queremos que vaya nuestro dinero.
Alcanzar este grado de conciencia exige disciplina y sobre todo abrirse a otras opciones. Por ejemplo, durante la temporada decembrina circuló de nuevo el estudio realizado por Oceana en 2018, según el cual 30 por ciento de lo que se vende como bacalao noruego es en realidad una especie mucho más barata. La consecuencia sería que como compradores finales, optemos por cuidar la cartera y exigir que el producto que llegue a nuestras manos sea el que corresponda.
Pero también es inteligente hacer por conocer cuál es el camino que recorren los alimentos para llegar a nuestras mesas, y aquí debemos incluir tanto los básicos, que deben cocinarse o ingerirse crudos, como aquellos que nos llegan empacados. Y aquí, si de verdad buscamos incidir, lo más fácil es hacerlo desde nuestro vecindario, adquiriendo frutas y verduras de temporada, quesos elaborados en ranchos locales o en la región, y en todo caso comprar marcas nacionales.
Las cadenas y franquicias no son el enemigo. Cosa muy distinta es que, algunos franquiciatarios en Estados Unidos, hayan dejado en el abandono a sus empleados migrantes, pretendiendo lavarse la cara ante el presidente de ese país; pero pretender boicotear a los que están en suelo mexicano es jugar con el futuro de los connacionales y arriesgarnos a la pérdida de fuentes de trabajo. Terminaríamos por hacerle el caldo gordo a Donald Trump y, con una economía más débil, simplemente seríamos más vulnerables ante sus bravuconadas.
Edición: Fernando Sierra