VARIAS POBLACIONES YUCATECAS cuentan con una larga tradición periodística, comprometida en una secuencia que robustece sus lazos comunitarios y su identidad histórica; en ese tránsito también se hizo vocera de grupos antagónicos que dieron tono y colorido a las disputas políticas. Valladolid, Izamal, Progreso, Motul, Espita y Tekax, entre otras, ejemplifican este repertorio que arraiga en el siglo XIX e identifica a personajes y sucesos cuyo registro puntual es aún insuficiente, tanto para recrear su memoria como para transmitir con ella significados latentes y aprendizajes de vida en pasajes que la mirada indiferente y la ligereza opacan con frecuencia.
Por tratarse de espacios conectados entre sí, cuyas semejanzas muestran los efectos locales de procesos de alcance mayor, el interés que logran despertar en lectores de otros orígenes adquiere un valor trascendente, es decir que la referencia documentada de los acontecimientos que se suscitan en ellos desborda menosprecios apresurados y perspectivas estrechas. Es preciso reiterar este enunciado porque, pese a su aceptación circunstancial, pronto llega a perderse de vista.
Las publicaciones periódicas que circularon en Motul representan una riqueza de estímulos variados, tal como lo manifiesta el conjunto que forman en el curso del tiempo: algunas naufragan en el olvido, otras subsisten en anotaciones aisladas y unas más sólo se evocan gracias a la carga simbólica que su nombre desprende, si bien hay investigadores que dan cuenta puntual de sus ediciones: este es el caso de El Heraldo de Motul (1906), ligado estrechamente a Felipe Carrillo Puerto, quien hizo uso de él para apoyar la campaña del abogado Delio Moreno Cantón a gobernador del estado.
En homenaje a ese impreso, la asociación civil Movimiento por un Motul Mejor publicó otro con el mismo nombre desde enero de 1983, dirigido por Enrique J. Carrillo y Herrera. Tuvo una segunda época a partir de junio de 1992, teniendo como director al ya mencionado. En su editorial de ese mes repasa la lista de los órganos de prensa que lo antecedieron, hecho que denota una conciencia precisa de su responsabilidad como heredero de un legado que lo sitúa en un oficio de consecuencias impredecibles porque nadie puede asegurar quiénes leerán sus páginas años después de haber circulado entre sus contemporáneos, y menos aún qué frutos obtendrán de su lectura.
Las portadas de El Heraldo de Motul de 1992 ostentan imágenes selectas de la ciudad y de sus alrededores: así, la edición de junio tuvo como figura central el monumento al prócer asesinado en 1924, con una veleta que al fondo surca el paisaje; la del mes siguiente exhibe el atrio parroquial de la comisaría de Ucí en tanto que la de agosto trae al frente una fotografía de la casa de máquinas de la hacienda Santa Cruz Pachón, trayendo al recuerdo que este municipio integró con otros la zona henequenera.
En lo que toca al contenido de este rotativo, en él predominaron notas acerca de temas políticos y otros de orden civil, como el retiro de subsidios oficiales al cultivo del agave y la transferencia de las desfibradoras a los parcelarios, las pugnas que enfrentaron a miembros del cuerpo edilicio y las actividades de los representantes en Motul de la Comisión Nacional de Emergencia, organismo que realizó labores de socorrismo, rescate y servicios viales tanto en el municipio como en Dzemul, Baca, Cansahcab y Telchac (Pueblo y Puerto).
Incluyó una entrevista al fundador de un albergue para ancianos, gestionado con recursos privados porque su patronato no recibió apoyo de las autoridades municipales ni del Programa Nacional de Solidaridad. Cedió espacio a columnas firmadas con seudónimos en las que se comentaron asuntos como la iniciativa de suprimir tres ceros a la moneda nacional. Una de sus secciones se ocupó en rememorar acontecimientos de cincuenta años atrás; su lectura permite discernir no sólo la importancia del ferrocarril como medio de transporte en esa época sino también los incidentes suscitados en el contexto de este servicio, como las constantes quejas de viajeros con motivo de las incomodidades causadas por las bicicletas que muchos vecinos dejaban en los andenes de la estación.
Este medio impreso incorporó artículos tanto de habitantes de Motul que abordaron temas vinculados con la historia del henequén y tópicos de salud reproductiva, como de otros colaboradores ajenos a la comunidad que aportaron materiales de reflexión o de índole literaria, tal como lo dejan ver un texto del economista Manuel Martín Castillo acerca de las relaciones de intercambio entre Motul y la capital del estado, y un poema del antropólogo Juan Valencia Bellavista.
Los elementos apuntados llevan a examinar el papel que cumplen los periódicos destinados a circular en localidades cuyos moradores pueden reconocer en sus ediciones rasgos que apelan a la proximidad de su cultura y a la vida cotidiana tejida en torno de ella. El tiempo y el espacio son variables que matizan estos efectos, atestiguando cambios en las costumbres y en las ideas, en las instituciones y en las relaciones sociales.
En esta segunda fase de su existencia, El Heraldo describió el colapso de un sistema productivo que ya para entonces había perdido el protagonismo que lo caracterizó durante largos años y cuyos remanentes serían borrados en definitiva por una línea política que la presidencia de Carlos Salinas impuso como divisa de su gestión cuya legitimidad, por otro lado, fue puesta en tela de juicio desde su parto accidentado en 1988, año turbulento y ominoso en la memoria del país.
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