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Socialistas, testigos de milagros

Noticias de otros tiempos
Foto: Imagen creada con la IA Gemini

Para establecer una comunicación efectiva es necesario que quien emite el mensaje y sus destinatarios compartan un “código” que se va formando a través del tiempo, por experiencias compartidas y referencias a una cultura mutua. El periodismo del siglo XIX y parte del de la centuria pasada está lleno de ejemplos en que, por más radicales que hubieran sido los escritores -aquí caben los liberales de la época de la República Restaurada, los hermanos Flores Magón como propagadores del anarcosindicalismo y los socialistas yucatecos -recurrieron a pasajes de los evangelios e incluso del Antiguo Testamento para atraer a su público.

En el caso de los socialistas yucatecos, para los años 1920, realmente disputaban muy poco el espacio público y político con la Iglesia y grupos de laicos con algún apostolado. Por un lado, el arzobispo Martín Tritschler y Córdova se encontraba en el exilio desde 1914, y aunque varios documentos mencionan a los Caballeros de Colón, lo cierto es que esta agrupación apenas tenía unos meses de presencia en Yucatán, pero sí estaba más activa en el centro y occidente del país. 

Pero el que las voces católicas estuvieran reducidas a un mínimo, el marco ideológico seguía vigente. Muchos socialistas exaltados habían recibido por lo menos cuatro sacramentos en su vida, y por lo tanto, recibieron la catequesis correspondiente, de manera que les resultaba sumamente difícil salirse de las comparaciones con pasajes bíblicos. Así, en la edición del 5 de abril de 1922 de El Popular, diario propagandista del gobierno de Felipe Carrillo Puerto, hallamos un titular que remite de inmediato al relato de las bodas de Caná, en el cual Jesús realiza su primer milagro, convirtiendo el agua en vino.

El titular en cuestión indica: “En habanero y alcohol se transforma un cargamento de vinagre y aceite”. Y aquí es necesario detenernos un momento para recordar que Carrillo Puerto mantuvo una política de Salvador Alvarado, que fue la imposición del Estado seco; es decir, no se permitía la producción, distribución y venta de vinos y licores, lo que dio lugar al contrabando, actividad a partir de la cual se crearon varias fortunas.

Pero volviendo a la nota, ésta indicaba que el presidente municipal de Maxcanú, Lázaro Estrada, “tuvo conocimiento de que se pretendía introducir a dicha población un contrabando de alcohol, y ante las noticias dio órdenes para que se hiciera más estricta la vigilancia por los contornos a fin de aprehender a los culpables, los cuales, a pesar de toda su maestría y de su perspicacia, fueron capturados, recogiéndoseles el cuerpo del delito”.

El periódico no menciona cuántos eran los delincuentes, pero sí que el cargamento procedía de Campeche “a consignación de un señor González, vecino de la propia villa de Maxcanú, y a quien se conoce con el apodo regional de Xcolonté, y consiste en dos barriles de habanero marca Zapata y cuatro cajas de alcohol de cuarenta grados”. 

El habanero era una de las bebidas espirituosas más populares en Yucatán, por lo menos desde mediados del siglo XIX, mientras que el alcohol de 40 grados es, hasta la fecha, una de las maneras más rápidas de conseguirse una resaca feroz. En cuanto a la perspicacia y maestría de los transportadores, esto se ve en la estratagema utilizada para “huachicolear” su preciado cargamento, pues “La consignación se hizo como si el contenido de los barriles y cajas fueran a la vez vinagre y aceite para máquinas”. En pocas palabras, bastó con que la carga cruzara la frontera con Campeche para que se transformara, milagrosamente, en líquidos ingeribles y embriagantes.

“A ojo de buen cubero”, el cargamento era de alrededor de 36 litros de alcohol puro y alrededor de 450 litros del fino habanero.

Lamentablemente, la nota no especifica la capacidad de los barriles. Quedaría explicar por qué la diferencia entre uno y otro, considerando que el alcohol de 40 grados debía ser sustancialmente más barato, y cabe especular que el señor González posiblemente no quería venderlo, sino emplearlo para la elaboración de algún otro trago, utilizando hierbas o frutas para macerar y después ir rebajando el contenido etílico, diluyendo el preparado y después embotellándolo.

En cuanto al destino de los delincuentes, según nos deja saber la nota, el mismo presidente municipal de Maxcanú se encargó de su aprehensión y en lugar de proponerse a que revelaran cómo convirtieron el vinagre y el aceite en habanero, los remitió al Tesorero General del

Estado, “quien en vista de la cuantía que representa el alcohol que se trataba de introducir, impuso a los interesados la multa de trescientos pesos, la cual, forzosamente, tienen que pagar”.

En fin, los efectos de tener autoridades que consideran a los ciudadanos como menores de edad, por lo que restringen la venta e ingesta de bebidas alcohólicas a ciertos horarios, favoreciendo precisamente el clandestinaje… pero eso es tema de otras notas, y otros tiempos.


Edición: Ana Ordaz


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