Opinión
Carlos Martín Briceño
14/04/2025 | Mérida, Yucatán
No sé cuánto tiempo le habrá tomado a Georgina Rosado Rosado escribir estas memorias, pero lo que uno siente al terminar de leerlas es haber recorrido de su mano, medio siglo de la historia política de Yucatán.
Narrada con frescura y desfachatez, Una mujer en campaña (Ediciones El nido del fénix 2024) es, ante todo, una radiografía de la podredumbre que impera entre los miembros de la clase política mexicana sea cual sea el partido en el que militen, pero también un seductor ejercicio narrativo transformado en novela autobiográfica gracias al ingenio y valentía de su autora que no se amedrenta al momento de contar cualquier pasaje de su vida, por escabroso que éste sea.
“Narro cosas muy delicadas, incluso comprometedoras para las personas que aparecen en mi libro, pero lo creí necesario para quitar mucho de las mentiras y discursos con los que se ha escrito el quehacer de la política”, declaró Georgina a propósito de este libro en una entrevista.
Y vaya que lo cumple, pues desde sus frustrantes primeros intentos de vivir armoniosamente en pareja hasta su controversial gestión al frente del Instituto de Equidad de Género de Yucatán durante el gobierno de Ivonne Ortega Pacheco, pasando por sus tortuosas campañas políticas donde era claramente discriminada por sus compañeros de partido, todo lo ventila aquí Georgina con detalle y sin pudores, acorde con su naturaleza de mujer liberal, honesta y transgresora.
“Escríbelas, cambia ligeramente los nombres, no te claves en el físico de los personajes sino en sus acciones, así nadie te va a reclamar”, recuerdo haber sugerido a Georgina cuando me confesó que dudaba en emprender este proyecto, pues temía que alguno de los protagonistas del libro intentara demandarla.
Porque, hay que decirlo, durante todos estos años, la autora se movió muy cerca de las altas esferas del poder, al grado que llegó a intimar con los dos directores (hoy fallecidos) de los principales periódicos de la península de Yucatán, en una época en que la prensa tenía enorme influencia, así como con el legendario priista Víctor Cervera Pacheco —dos veces gobernador de Yucatán y Secretario de la Reforma Agraria— y al que Georgina describe en sus memorias como un líder de buenas intenciones pero con algunas costumbres que parecen haber sido copiadas a la Costa Nostra.
“¡Hay plumajes que cruzan el pantano y no se manchan…! ¡Mi plumaje es de esos!”, escribió Salvador Díaz Mirón. Y Georgina retoma esta frase, pero para reconocer con brutal honestidad que su plumaje no posee la capa protectora del poeta veracruzano. Ni los de nadie, agrega contundente en el primer párrafo del epílogo al que ha titulado Sobrevolando el pantano. Es allí, en las últimas nueve páginas de esta autobiografía, donde la autora se desnuda por completo y hace un análisis final de su largo paso por la política.
“Pueden estar seguras de que lo único que acumulé en mi vida como política fueron amigos y amigas —también algunos enemigos— pero, sobre todo, experiencias y sabiduría. Por lo tanto, me creo con la suficiente autoridad para decir, más bien gritar: ¡No, no es justo ni moral el alto costo que las mujeres pagamos cuando decidimos recorrer el camino de la política: ni que las personas hagan escarnio de nosotras mientras se hacen ojo de hormiga frente a las atrocidades cometidas por algunos hombres!”.
Y sí, muchas de estas atrocidades están plasmadas en estas páginas: las frecuentes traiciones sindicales, los abusos machistas de los líderes que consideraban suyas a las militantes, los contubernios de los políticos con los medios de comunicación, las oscuras costumbres de algunos legendarios dirigentes de izquierda.
Mención aparte merecen los pasajes donde Georgina evoca las visitas a Yucatán de Andrés Manuel López Obrador, entonces Presidente Nacional del desaparecido Partido de la Revolución Democrática. A la distancia, estos sucesos de aparente poca importancia, resultan ser solo un anticipo de la ególatra manera en que habría de comportarse Andrés Manuel al ocupar la silla presidencial. La reacción tan burda del tabasqueño cuando supo que la música que tocaba una charanga en el mercado de Santana no iba dedicada a él, sino a Georgina Rosado, vendría a ser el ejemplo perfecto.
“Ante esto, Andrés se levantó furioso de la mesa y sin terminar sus tacos de cochinita se encaminó con pasos rápidos al vehículo que lo esperaba. Me pareció ridícula su reacción: cualquier otro dirigente que no fuera un narcisista habría tomado de otra manera el acontecimiento, quizás aplaudiría a los músicos o me felicitaría por mi campaña, pero me dejó ahí junto con algunos compañeros…”.
“La política es casi tan emocionante como la guerra y no menos peligrosa. En la guerra podemos morir una vez; en política, muchas veces”, dijo alguna vez Winston Churchill. Traigo a cuento esta frase porque tengo la impresión de que, a pesar de que ella lo niegue y manifieste ahora vivir felizmente jubilada en su acogedora casa del fraccionamiento La Huerta en compañía de su pareja, su hija y un par de gatitas, en cualquier momento, estoy seguro, Georgina va a resucitar como dirigente para sumarse a algún nuevo grupo que manifieste preocupación por resolver las injusticias, atrocidades y desigualdades que sufre México y que no parecen tener fin, baste mencionar como ejemplo los terribles hechos descubiertos recientemente en Teuchitlán, Jalisco y por los cuales el gobierno federal no parece sentirse responsable.
Una mujer en campaña es la catarsis literaria de una mujer que imaginó un mundo mejor y que continúa insistentemente luchando por ello, pero también es una autobiografía que nos hace pensar que con mujeres como Georgina militando en la política no todo está podrido en Dinamarca. Y tampoco en México, mucho menos en Yucatán.
Edición: Estefanía Cardeña