Opinión
Alonso Marín Ramírez
08/05/2025 | Ciudad de México
—¿En el mundo hay más tristeza o más felicidad?
María tiene trece años y ya me hace preguntas imposibles de responder. Guardo silencio y observo su rostro reflexivo. Nos vemos cada semana desde hace 3 años. Ha aceptado mis silencios porque dan lugar a sus preguntas.
—Tienes que saber —me insiste cuando le digo que sería difícil adivinarlo—. Tú has leído mucho sobre eso. Ándale, dime: ¿en el mundo hay más odio o más amor?
—Esa es otra pregunta —me defiendo. Ni siquiera he alcanzado a pensar sobre la primera—. ¿Por qué se te vinieron a la mente?
—Es otra pregunta —me concede—, pero van de la mano. La tristeza va con el odio. La felicidad con el amor.
Caray, pienso. Puedo sentir cómo mis pensamientos salen de mi cabeza y se van corriendo a mi biblioteca: Musset, Bataille, Tolstói, Carver, O’Connor, Austen, Frost, Dazai, Paz, Byung-Chul Han, Platón. Todas mis lecturas no sirven de nada frente a la pregunta que me plantea una muchacha de trece años. Reconozco que huyo a mis libreros porque no tengo una respuesta. Quisiera encontrar una cita, una frase, una imagen que me permitiera contestarle.
—El amor va con la felicidad porque es lo que debería ocasionarnos. El odio va con la tristeza porque…
—¿Por qué? —pregunto cuando se lleva la mano a la barbilla y se la acaricia como si tuviera barba.
—Porque el odio solo genera tristeza. Jamie tenía mucho odio y mató Katie. Ella también tenía odio y molestaba a Jamie. Odio y tristeza. Ya sabemos cómo terminó la serie.
María acaba de terminar de ver Adolescencia. La semana pasada llegó interrogándome sobre lo que yo pensaba de la serie. No sabía si tomar partido por él o por ella. Reafirmó su deseo de ser sicóloga después de ver el tercer capítulo. Su madre, me cuenta, lloró al final del último. Ahora entiendo de dónde vienen sus preguntas. Son complejas porque los personajes no son un cliché de la bondad y la maldad, de la felicidad y la tristeza.
—¿Me vas a decir o no? —insiste—. Tantos años de estudio y no me puedes responder una pregunta tan sencilla.
¿Con qué cuantificamos la tristeza, el amor, el deseo? La sicoanalista francesa Élisabeth Roudinesco cuenta en uno de sus libros que en una ocasión un psicólogo norteamericano invitó a Freud a cuantificar la libido —término complejo con el que éste denomina a la energía psíquica. Le propuso que usara la unidad de medida “freud”. Así, podríamos decir “un Freud de libido”. La respuesta del inventor del psicoanálisis fue clara: “espero poder morir un día con la libido no medida”.
—He estado leyendo en algunos libros —María es adicta a la lectura. Lee dos libros a la semana—. Ya tengo mis hipótesis.
Ahora caigo en cuenta: con razón yo también estaba huyendo a los libros. María busca la respuesta en ellos del mismo modo que mi mente indagaba en Tristán e Isolda, quizá de las historias de amor más contadas. Una relación condenada a no consumarse, una poción de amor, la muerte como corolario de la imposibilidad, no de amar, sino de estar con la persona amada. Las preguntas de María cobran mayor sentido y se combinan: ¿hay más tristeza o amor en el mundo?
—Ya que tú no me respondes, te lo voy a decir: hay más tristeza. Pero no porque tenga más cantidad, sino porque es más sencilla.
Solo en el silencio se pueden crear las propias respuestas. No ir a los libros, sino el volver de ellos, ayuda a pensar.
—Interesante idea —le digo, con cara de asombro—. Explícamela.
—Te lo dejo para otro día —ríe, malévola.
"El Eros vence la depresión”, dice el filósofo Byung-Chul Han en La agonía del Eros, cuando reflexiona sobre la película Melancolía, de Lars von Trier. Solo el desastre, solo la llegada del planeta Melancolía logra hacer que los personajes venzan su soledad y se unan en un vínculo más estrecho. Si es verdad que la depresión se presenta como la imposibilidad del amor, necesariamente es cierto que el amar nos hace propensos a la melancolía. Relación dialéctica entre amor y tristeza, odio y felicidad.
Pienso en el Liebestod, lamento de Isolda al final de la obra de Wagner; en el desgarrador llanto del padre de Jamie en la última escena de la serie que rememora María. Conjunción tensa que ya adivina ella y ahora intenta entender. Quizá también quiere morir un día sin que nadie se haya atrevido a medirle el amor.
*Escritor, sicoanalista y siquiatra de adultos y niños
Edición: Estefanía Cardeña