Opinión
Alonso Marín Ramírez
10/04/2025 | Ciudad de México
—No aguanto más. Voy a ir a que me lean las cartas.
Frente a mí, María no puede evitar una sonrisa. Se echa una carcajada, acomoda los cojines entre sus piernas cruzadas.
—Me la recomendaron muchísimo. Olga, se llama. Es tan buena que tiene la agenda un poco saturada. Me dio cita en tres semanas.
—¿Y mientras qué vas a hacer?
—Esperar a que tú me digas algo —me reclama, antes de volverse a carcajear—. No te hagas. Sabes lo mismo que ella. Dime, ¿le gusto o no le gusto? ¿Me está tirando los perros o soy yo la que se siente como una puberta emocionada?
Me siento halagado de que María me compare con una adivina. Y no con cualquiera. Dicen que Olga es muy buena: lo que dice se cumple. A una amiga de María le pronosticó un embarazo y ésta de inmediato se fue a poner un implante subdérmico. El miedo no anda en burro. Si Olga levanta una carta, ¿cómo escapar de la consecuencia?
—Mis amigas no me saben decir. Todos los mensajes del susodicho son ambiguos. Entre tanta duda mi estómago está cobrándome factura. ¿La colitis tiene algo que ver con la ansiedad?
La ciencia moderna ha descubierto algo que los hombres antiguos ya sabían por pura intuición. Ahora se le llama segundo cerebro. Es más sencillo decir que, cuando la angustia llama, el estómago responde. Me viene a la cabeza la imagen de un niño nervioso y con dolor estomacal: su madre lo calmaba sobándole la panza con VapoRub y sal. ¿La cura venía de la mezcla mágica o de la mano materna?
—Ya no quiero andar arrancándole pétalos a las flores. Me quiere, no me quiere, me quiere, no me quiere. La última vez me regaló un libro. Tú debes saber si eso significa algo más. Después de todo, Olga y tú hacen lo mismo.
Alguna vez lo hicimos. En tiempos primitivos, las dolencias del espíritu y los males del estómago —entiéndase: los males físicos— los atendía la misma figura. Al no saber de dónde venía la enfermedad, la humanidad recurrió a su mejor invento, lugar de sosiego ante la duda. Si la figura de Dios nos explicaba la presencia de la enfermedad, necesitábamos un intermediario que tuviera la capacidad de acercarnos al Todopoderoso. El sacerdote o el chamán curaban con su mano la afección del cuerpo y con su oración la dolencia del alma. Ciencia médica y ciencia divina eran una misma y gran unidad.
—Lo acepto. Antes de entrar a sesión le mandé mensaje —se retuerce las manos—.Tengo boletos para tal concierto. Mi celular ya vibró dos veces; no quiero verlo. ¿Si acepta ir es que sí quiere conmigo? No aguanto este dolor de panza.
Pero el Renacimiento y la Ilustración se llaman así por motivos que se ganaron con esfuerzo. Con sus microscopios y bacterias, con su anatomía profundizada en fisiología, dividieron esa primitiva y gran unidad. La ciencia médica reclamó la potestad de los males físicos que, a su juicio, le pertenecían por derecho. La curación del espíritu fue relegada de manera gradual a las iglesias, al chamanismo, a los rituales, a las cartas, al diván.
—Le voy a pedir a Olga que me adelante mi cita. Tú no me dices nada. ¿Debo ser más directa? Decirle, quiero contigo y no me importa si dejas o no dejas a tu novia. ¿O estoy haciendo mal por siquiera desear eso? A mis amigas no les he dicho que tiene novia. Sí, estoy haciendo mal.
La duda de María, ahora entiendo, no revelará su respuesta cuando Olga levante su última carta. Y no será por impericia de la tarotista. Sus clientes lo dicen: Olga es muy buena. Les ha dado sosiego y claridad; les ha brindado direccionamiento. Lo que no les ha dado, —¿quién puede hacerlo?— es la solución al conflicto moral que ahora va del pensamiento al estómago de María. En este momento no le interesa el Renacimiento ni la Ilustración. Su cuerpo y mente reclaman lo que la historia separó. Le leerán las cartas como quien le interpreta un sueño: este es tu deseo ¿qué vas a hacer con él? Ya lo adivinaba Paracelso en el Siglo XVI: la acción de la voluntad es un factor importante en la cura. En el caso de María, ¿cuál es la solución? Será ella quien tendrá que pensar lo que quiere, decidir su acción, asumir su responsabilidad. Novalis lo dijo mejor: el camino misterioso va hacia el interior.
Edición: Estefanía Cardeña