Opinión
Andrés Silva Piotrowsky
08/05/2025 | Mérida, Yucatán
La especie humana procrea espacios simbólicos que le son esenciales; todo su quehacer está permeado por la búsqueda de nuevas formas de representación y es el ámbito de la política pública cultural uno de los puntos desde donde se nos recuerda, o debería recordarnos, esa condición. El lenguaje, esa forma de sortear la muerte a través de la literatura; la música, esa indecible, efímera arquitectura de aire que no escapa al cerco de la memoria y la emoción; la danza, ese vértigo en donde el cuerpo se abisma y se rescata en una batalla continua de ausencia y presencia; el teatro, ese espejo de nuestro devenir; las manifestaciones populares, crisol de la magia que entraña vivir el tiempo en colectividad; las artes visuales, en todas sus manifestaciones, pese a que una de ellas, la fotografía, ha transitado por el arduo camino de ser considerada puro testimonio y producción técnica a ser aceptada como un ejercicio cabalmente artístico.
En Mérida, Yucatán, hace ya varias décadas, un grupo de jóvenes, cámara análoga en ristre, le otorgaron a un mes la potestad de ser el alojamiento anual de imágenes propias y provenientes de las mejores lentes nacionales y del orbe entero, así nació Abril, mes de la fotografía. Fue una labor titánica la que emprendieron y que a la postre es reconocida con otro símbolo no menor: una exposición en el sitio que fue durante muchos años representación del autoritarismo y el cacicazgo en la toma de decisiones respecto de la promoción cultural: La Casa de la Cultura, resucitada como el Centro Contemporáneo del Mayab.
Ese barco a la deriva durante décadas llamado Sedeculta, ahora con la artista plástica Patricia Martín al timón, decidió enderezar el rumbo y salir a flote fundiendo el pasado con el presente, a través de la muestra El cielo es el límite, con la participación de maestros de la lente y artistas emergentes.
Resulta muy estimulante y emotivo ver conversar a personajes como Socorro Chablé, Ariel Guzmán, Eduardo Arco, Nacho Rivero, Mina Bárcenas y Eduardo Cervantes, y muchos más, con los jóvenes que incursionan en el arte de capturar instantes; de eso se trata la política pública cultural: nunca olvidar el pasado, pero menos desatender el presente y que ambos convivan nutriéndose mutuamente.
Ubicada justo a la entrada, la Sala de Exposiciones Temporales surge de la intervención y transformación de las instalaciones de lo que fuera una oficina administrativa en deterioro, pero ligadas al contexto histórico del edificio vecino; es decir, el ex convento de Monjas.
Con la colaboración y aportaciones económicas de Proyecto Y, que encabezan la mecenas coleccionista, curadora y promotora del arte, Catherine Petitgas, la artista y promotora Fritzia Irízar, así como el gestor cultural, Óscar García, el equipo de Sedeculta trabajó en la restauración de esa área que ahora se convierte en una nueva sede para el arte contemporáneo en Yucatán.
Catherine Petitgas y Óscar García coinciden en la relevancia de recuperar un espacio arquitectónico como este y la suma de voluntades que en corto tiempo logró preparar la exposición.
No ocultan su reconocimiento por la Sedeculta que con empuje y voluntad tiende puentes entre la iniciativa privada y el sector público con un mismo objetivo: el fomento y la promoción del arte joven.
Patricia Martín Briceño, titular de la institución, también reconoce la disposición de Proyecto Y para concretar esas alianzas que hoy son una realidad palpable con el encuentro entre artistas de la lente.
Pese a la controversia que ha suscitado en algunos ámbitos el emblema Renacimiento Maya, acuñado por el gobernador Huacho Díaz Mena, me temo que lo estamos presenciando en tiempo real.
Edición: Estefanía Cardeña