Opinión
La Jornada Maya
21/05/2025 | Mérida, Yucatán
Aníbal H. Díaz de la Vega Pérez, Jaime Zaldívar Rae
La antigua mitología griega cuenta las hazañas de un pueblo conformado únicamente por mujeres guerreras, conocidas como Amazonas. Este pueblo de guerreras independientes se encontraba aislado. Similares historias se contaron durante la conquista de América, situando a grupos de mujeres guerreras en Norteamérica y Sudamérica. Incluso el río más largo del mundo lleva por nombre Amazonas, bautizado así por el explorador Francisco de Orellana, quien relató haber enfrentado a grupos de guerreras tan temibles como las amazonas griegas durante sus exploraciones.
A pesar de ser una sociedad sin hombres, las míticas amazonas no podían prescindir de ellos del todo, pues los necesitaban para reproducirse y mantener su estirpe. Así, las amazonas descendían anualmente a los pueblos cercanos para encontrarse con los hombres y embarazarse. Tras el parto, las guerreras conservaban únicamente a sus hijas, a quienes convertían en maestras de la guerra, la cacería y la agricultura, capaces de defenderse y procurarse el sustento sin intervención masculina.
Para un biólogo, el mito de las amazonas resulta interesante por su inevitable dependencia de la reproducción sexual; es decir, aquella en la que cada uno de un par de individuos (hembra y macho) aporta células sexuales (por ejemplo, óvulos o espermatozoides) que proveen la mitad de la información genética de quien los produce y que, al fusionarse, dan lugar a un nuevo individuo con un genoma completo, compuesto por genes maternos y paternos. La reproducción sexual es la más común entre los organismos eucariontes (aquellos con células nucleadas) y predomina en muchas plantas y animales (incluyendo a la mayoría de los vertebrados y, entre ellos, a nosotros, los humanos). En contraste, muchas especies de plantas, microorganismos e invertebrados se reproducen sin la necesidad de tener encuentros sexuales, simplemente produciendo copias más o menos exactas (clones) de sí mismos. A esto se le conoce como reproducción clonal.
Foto: Bernardo Zorrilla Garza
De manera fascinante, un pequeño número de especies de vertebrados tienen la capacidad de reproducirse por clonación. Tal es el caso de unas cuantas especies de reptiles, las cuales están conformadas únicamente por hembras que, a diferencia de las Amazonas mitológicas, no requieren de machos para producir progenie viable. Este tipo de reproducción clonal se llama partenogénesis (que en griego significa el origen de las vírgenes o reproducción virginal) y consiste en producir óvulos que portan el genoma completo de la madre (y, por ende, no requieren ser fertilizados por espermatozoides) que se desarrollan en embriones y, finalmente, pequeñas lagartijas que son clones perfectos de sus madres, abuelas y bisabuelas. Con todo, las amazonas clonales en realidad no pueden renunciar del todo a su pasado sexual: en todas estas especies, la primera lagartija hembra que desarrolló el “truco” de la reproducción partenogenética fue siempre una híbrida resultante de la reproducción sexual entre un macho y una hembra de dos especies sexuales distintas, pero presentes en el mismo lugar.
En México se conocen nueve especies de lagartijas partenogenéticas pertenecientes al género Aspidoscelis (comúnmente llamadas “merech” en maya, o “huicos” y “cuichis” en otras partes del país). Tres de estas especies (Aspidoscelis maslini, A. rodecki y A. cozumela) habitan principalmente las costas e islas de la península de Yucatán. En estos lugares las lagartijas amazonas encuentran la vegetación natural de las playas (vegetación halófita y matorrales de dunas costeras) que les proveen sitios idóneos para alimentarse, protegerse de los depredadores y construir los nidos en donde depositan los huevos que dan lugar a sus hijas-clones. Si bien estas lagartijas no son guerreras, sí que pelean por sobrevivir a las condiciones agrestes generadas por el hombre al modificar y deteriorar su hábitat en una de las costas con mayor afluente turístico en nuestro país, la de Quintana Roo. Las pequeñas amazonas toleran cierto grado de modificación ambiental y, de hecho, por su modo de reproducción, una sola de ellas es capaz de fundar toda una nueva población; sin embargo, no pueden sobrevivir al deterioro drástico y mucho menos a la erradicación total de la vegetación natural de las dunas costeras que acompaña al desarrollo urbano en las costas.

Foto: Rafael de la Parra
Desde el año 2010, A. rodecki es considerada una especie en peligro de extinción y se encuentra protegida por las leyes federales mexicanas. Sin embargo, esta protección no ha frenado el deterioro constante de su hábitat costero, lo que ha generado la pérdida irreparable de poblaciones de lagartijas amazonas y con ella toda su historia genética y evolutiva. Esto resulta en vacíos de información sobre el origen de la partenogénesis en vertebrados y sobre las funciones ecológicas de este tipo de organismos, pues estas especies de lagartijas clonales no se encuentran en ningún otro sitio del mundo. Actualmente, quedan muy pocas poblaciones de esta especie y urge promover estrategias de conservación dentro (in situ) y fuera (ex situ) de su hábitat.
Por lo tanto, es responsabilidad de todos evitar la modificación radical de los ecosistemas costeros del Caribe mexicano y la erradicación de su vegetación natural, para promover que estos organismos únicos continúen siendo una realidad biológica y no se conviertan en leyenda como las amazonas humanas.
Edición: Fernando Sierra