Centenario a debate

Las fechas conmemorativas merecen someterse a examen cuidadoso, porque su valor simbólico es susceptible de usos que lo deforman en provecho de intereses específicos; así, el conocimiento histórico ha de orientar su discernimiento para sobreponerse a ellos. Por el cúmulo de rasgos ambiguos que se vinculan con ellas y en atención de los acuerdos tácitos que tienden a disimularlos, exigen debatirse con argumentos sólidos y con referencias precisas, dada la trascendencia pública que alcanzan como hecho social.

El Diario de Yucatán cumple un siglo manteniendo un perfil polémico que acarrea desde sus inicios, sobre todo por su tendencia a exacerbar rivalidades, tal como hicieron sus antecesoras La Revista de Mérida y La Revista de Yucatán, voceras de una posición ideológica que desacredita otras formas de entender el mundo y las relaciones sociales. Concentra un poder inmenso y su influencia puede notarse en las actitudes que muchas generaciones de yucatecos han adoptado sin explorar a fondo alternativas de conducta, de juicio y de creencia.

Su figura central es Carlos Ricardo Menéndez González (1872-1961), tanto por haber puesto los cimientos de este periódico que es eje de una floreciente corporación de empresas como por su papel controvertido en la historia de Yucatán: intervino en ella como agente de fuerzas políticas de suma beligerancia y como cronista que pretendió moldearla para influir en la posteridad divulgando versiones con sesgo inquisitorial, como las que sostuvo en los rotativos a su cargo dejando una impronta que se observa hasta los días actuales.

Menéndez se propuso fijar, con trazos hegemónicos, una manera de calificar los acontecimientos del día en sus órganos impresos, acorde con una perspectiva del pasado desde la que se erigió juez y censor, como lo demuestran los numerosos materiales historiográficos que editó y que aparecieron con su firma. Aunque simpatizó inicialmente con el movimiento antirreeleccionista de Francisco I. Madero y fue amigo de Felipe Carrillo Puerto durante un tiempo, denostó a uno y otro en sus notas editoriales justificando sus respectivos asesinatos para atenuar la responsabilidad de sus verdugos. Pretendió hacer pasar como primera chispa de la Revolución el levantamiento armado que se suscitó en Valladolid en junio de 1910, sucesos que en realidad sólo comprometieron desacuerdos locales. Ha tenido apologistas y detractores, pero también estudiosos de su trayectoria, como Hernán Menéndez Rodríguez (1944-2013), descendiente suyo que preparaba un libro sobre la prensa y los lazos de dominación política en Yucatán, del que apenas pudo publicar algunos avances porque su muerte súbita le impidió concluirlo.

Desde su aparición el 31 de mayo de 1925 hasta hoy, el Diario de Yucatán ha mostrado una línea editorial que el público identifica de inmediato. Cada medio informativo es libre de elegirla o cambiarla según su parecer, pero incurre en exceso quien esgrime como ornamento retórico el concepto de ética periodística sin reflejarla en acciones con visos de probidad. El periódico que fundó Menéndez pasa aprietos para acreditar esta materia. En prueba de ello están múltiples ejemplos que precisan análisis rigurosos ajenos a complacencias serviles, por constituir muestras de manejo abusivo de la información; además, el descrédito de ciertos sectores sociales se vuelve recurrente en sus ediciones de todo un siglo.

En libros y ensayos, trabajos académicos y testimonios, artículos y pronunciamientos suscritos por varios autores pueden hallarse elementos para discernir sus políticas editoriales. La lista incluye, entre los periodistas formados en la vieja escuela crítica, a Clemente López Trujillo, Leopoldo Peniche Vallado y Antonio Betancourt Pérez, aunque con los años otros más se ocupan en documentar casos específicos que permiten ver más allá del discurso encubierto de esta prensa centenaria. La novela Don Toribio de la Tetera, de Humberto Lara y Lara, recrea en clave satírica los acuerdos del Diario de Yucatán con Tomás Marentes Miranda, gobernador impuesto en 1952 por capricho del presidente Miguel Alemán Valdés.

Con su Primera Columna (que el ingenio popular renombró a su modo), Carlos Menéndez Navarrete, editor de tercera generación, se dio en exhibir preferencias y desafectos políticos, y eventualmente recurrió a ella para abominar de la izquierda minoritaria y de movimientos sindicales y obreros, e incluso para exaltar personajes de antaño como Agustín de Iturbide, a quien atribuyó un patriotismo ideal que desmienten las crónicas de su época. Entre los episodios significativos de este periódico se registra un proyecto que no cuajó por responder a circunstancias de mutua conveniencia que se agotaron en la proximidad de cambios sexenales: la impresión de su filial Diario de Campeche en 1982, que contó con el patrocinio del entonces gobernador Eugenio Echeverría Castellot pero, tras operar con déficit, cerró sus puertas en menos de dos años.

Un suceso que mueve a reflexión, entre tantos otros, se sintetiza en las investigaciones de la doctora Eugenia Iturriaga Acevedo acerca del racismo en Yucatán, cuyos resultados dio a conocer en 2016, a los que el rotativo dio cobertura. Es sintomática la respuesta de algunas plumas visibles en sus planas, como la de una editorialista que negó la existencia en el estado de prácticas de ese tipo haciendo énfasis en la procedencia foránea de la académica y lanzándole epítetos de menosprecio. Una centuria de incitar y reforzar prejuicios y atavismos que encarnan un modelo acotado de ciudadanía concuerda con expresiones que pudieran amortiguar su acento arrogante en la medida que la sociedad regional se descubre más compleja y menos reactiva.

Edición: Fernando Sierra