Opinión
La Jornada Maya
29/05/2025 | Ciudad de México
El domingo 1 de junio arranca oficialmente la temporada de huracanes en el Atlántico, y en la península de Yucatán la memoria del agua comienza a agitarse. En la mitología popular —esa que hoy se expresa en memes y conversaciones cotidianas— dos figuras emergen como símbolos de un tiempo cíclico que regresa: la estatua de Chaac en Telchac, con su mazo de lluvia, y la de Poseidón en Progreso, con su tridente alzado frente al horizonte. Ambas parecen alistarse, no como adorno, sino como centinelas de una amenaza conocida. La mitología vela armas.
La Comisión Nacional del Agua (
Conagua) pronostica entre 20 y 23 ciclones tropicales en el Atlántico durante esta temporada, de los cuales al menos tres podrían alcanzar categoría intensa. Seis estados del país enfrentan alta probabilidad de impacto: entre ellos, Campeche, Quintana Roo y Yucatán, una tríada de mar, selva y litoral que históricamente ha enfrentado con disciplina y previsión el embate de huracanes.
Pero esta cultura de preparación no exime del desconcierto cuando la naturaleza se adelanta. En octubre del año pasado, apenas en su primer mes de gestión, el gobierno de Joaquín Díaz Mena en Yucatán enfrentó su primera gran prueba: el huracán Milton tocó tierra antes de lo previsto. La inexperiencia institucional se dejó sentir. En un intento de mostrar control, se habló apresuradamente de “saldo blanco”, pero la realidad fue mucho más dura: embarcaciones hundidas, hombres de mar desaparecidos y una comunidad pesquera de luto.
Las críticas no se hicieron esperar, sobre todo en redes sociales. Sin embargo, también hay que decirlo: el tiempo transcurrido desde entonces ha servido para ajustar estrategias y fortalecer capacidades. La reciente reunión de coordinación entre Protección Civil, autoridades municipales, federales y actores del sector privado en Mérida refleja una voluntad clara de mejorar la respuesta. El despliegue del operativo estatal de prevención es un paso necesario.
En Quintana Roo, donde la infraestructura turística es vulnerable, las autoridades han reforzado los protocolos de evacuación y albergue. En Campeche, la coordinación con comunidades rurales y pesqueras también se ha intensificado, con énfasis en las zonas costeras de mayor riesgo.
La península no parte de cero. Existe una conciencia profunda del riesgo y una red social y comunitaria que sabe cómo organizarse frente a la adversidad. Aun así, cada temporada es distinta. Lo que no cambian son las exigencias: información veraz, coordinación efectiva y respuesta oportuna.
Mientras tanto, las estatuas siguen allí. No son solo piedra ni bronce: son recordatorio. Chaac y Poseidón, imaginarios de una cultura que ha aprendido a mirar al cielo con respeto y a la tierra con responsabilidad. Que así nos encuentre la tormenta: preparados, unidos y vigilantes.
Edición: Estefanía Cardeña