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Para muchos, el país que por antonomasia representa la democracia es Estados Unidos, donde por  ningún motivo se espera que el gobierno se encuentre en manos de unos pocos, pero donde, al mismo tiempo, a pesar de las difíciles circunstancias, las manifestaciones que se han dado en varias épocas, han sido en demanda de una ampliación de la democracia y no en contra de la limitación de derechos contra unas cuantas personas.

Este fin de semana, en protesta contra las redadas de migración que se realizaron en ciudades como Los Ángeles, Austin u otras urbes donde la presencia de personas de origen mexicano o latinoamericano es la mayoritaria, incluso cuando la referencia es a trabajadores del campo, la construcción, la hotelería y hostelería entonces hablamos de un sector económico que depende mayoritariamente de la presencia de personas que, de alguna manera, se encuentran en los Estados Unidos pero no cuentan con autores para participar en la línea de personas que de alguna manera demandan la presencia de población migrante, independientemente de la legalidad de la estancia de quienes se han presentado a trabajar en dichos campamentos.

Este fin de semana, las redadas contra migrantes efectuadas por el Immigration and Customs Enforcement (ICE) provocaron que miles de manifestantes estadunidenses salieron a las calles en demanda del respeto a los derechos civiles de miles de personas que de alguna manera se solidarizaron con los cientos de miles que, sin papel alguno que avale su estancia en ese país, realizan un trabajo primordial no sólo para los habitantes de los Estados Unidos, sino para todos aquellos que consumen algún tipo de fruta o vegetal cultivado en California. Algo que, como ya refirió Jhon Steinbeck en Las Uvas de la Ira, ya se aplicó contra estadunidenses blancos pobres.

Las redadas del ICE continúan y diversas agrupaciones llamaron a protestar contra estas acciones en una fecha simbólica: los 250 años del ejército estadunidense y  el cumpleaños del actual presidente, Donald Trump, cuya agenda ha desencadenado cientos de manifestaciones contra las redadas y deportaciones de inmigrantes “ilegales”, que no son otra cosa que latinoamericanos en busca de un mejor estándar de vida para sus familias.

Las detenciones y deportaciones han tenido ya un impacto económico en los Estados Unidos, con la falta de brazos para sectores tan básicos como la agricultura, la construcción y la hotelería y restaurantes; donde la mano de obra de personas indocumentadas es primordial para mantener un costo accesible para el mercado.

Las detenciones se basan, particularmente, en el color de piel de las personas, sin importar si exista una orden de arresto por parte de un juzgado. Es lo de menos. Basta con arrestar a quienes parezcan “ilegales” para cumplir con lo que indica la campaña de Donald Trump.

Y este fin de semana despertaron espíritus que llevaban más de 200 años sin atención. Aquellos que clamaban por una nación en la que no pudiera darse un gravámen sin representación en el Parlamento (“no taxation without representation”). Pero también ahora apuntan que quienes han ingresado a los Estados Unidos, aún sin el papel legal, cumplen con una función fundamental en la economía de ese país, y por lo tanto merecen ser considerados en la integración de la nación.

Las protestas se han dado en el contexto del cumpleaños de Donald Trump, él a su vez descendiente de inmigrantes. Es de esperar que en algún momento una nación formada por inmigrantes le dé la debida importancia a los millones de personas que, en busca de una mejor vida, llegaron a lo que consideraron su “tierra prometida”, y solamente esperan que su descendencia pueda disfrutar del arturo de lo que ellos sembraron, así hayan sido hectáreas de frutales o verduras en California.


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Lea, de la misma columna: Apagones: ¿crisis en puerta?


Edición: Fernando Sierra


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