Opinión
Felipe Escalante Tió
19/06/2025 | Mérida, Yucatán
Es mucho más fácil admitir que, en cuanto a la historia de Yucatán, es mucho más lo que se ignora que lo que se sabe de lo ocurrido después del 3 de enero de 1924. El asesinato de Felipe Carrillo Puerto, la posterior derrota nacional de la rebelión delahuertista, la cual fue el pretexto que aprovecharon los autores del crimen, y el regreso al orden, fueron las variables en la crisis política que se presentó localmente; aunque es preciso recordar que el fracaso de ese levantamiento tuvo como consecuencia una purga en el ejército mexicano.
El periodo comprendido entre marzo de 1924 y prácticamente todo 1925 fue de alta tensión en todos los ámbitos. Las vendettas se daban por conflictos familiares arrastrados desde el porfiriato, o de enfrentamientos entre “liberales” y “socialistas”, o incluso dentro de los que habían sido compañeros de Felipe Carrillo Puerto fueron la tónica de esos meses. Los llamados a “ajustar cuentas” no eran cosa menor, porque en el fondo se trataba de recomponer a la comunidad política estatal, de volver a tejer las redes de los grupos de poder y esperar a engancharse con el proyecto de nación mexicana.
Algunos periódicos surgieron precisamente para “ajustar cuentas”. Uno de ellos fue Gladios. Órgano de la Juventud Socialista del Sureste, un semanario cuya vida inició en julio de 1925 cuya dirección estuvo a cargo de Carlos Duarte Moreno, El Chato; un personaje que exige un análisis exhaustivo, pues se le tiene como precursor uno de los más prolíficos guionistas del teatro regional yucateco, pero también fue uno de los acompañantes de Carrillo Puerto en viaje que llevó al gobernador hasta El Cuyo, donde fue aprehendido.
Duarte había sido parte de la intelectualidad partidaria de Carrillo Puerto, pero para 1925 competía en el periodismo con otro literato: Luis Rosado Vega, quien un año antes dirigió el semanario La Legalidad, en apoyo a José María Iturralde Traconis, enviado por Plutarco Elías Calles a hacerse del gobierno de Yucatán. A este régimen, El Chato Duarte le reclamaba mantener enquistados a varios colaboradores de Juan Ricárdez Broca, el líder delahuertista en el estado.
En Gladios, Duarte había prometido publicar, de dos en dos, los nombres de quienes habían colaborado de alguna manera en el asesinato de Carrillo Puerto y seguían formando parte de la administración pública. En su segunda entrega, correspondiente al 9 de julio de 1925, el semanario publicó una nota con un largo encabezamiento (algo que caracterizó al periódico): “Serenamente… Con la Seguridad de que Cumplimos Bien para con el Pueblo y Nosotros Mismos Convertimos sin Odios pero Justicieramente en Hecho de Verdad Nuestra Promesa. A la Opinión Pública Exponemos a dos Violadores de la Ley”. Esto lo hacía “con el único deseo de cumplir con el ciudadano y con el sencillo afán de salvar nuestra responsabilidad histórica construyendo una ejecutoria con la seguridad de nuestros actos presentes. Fieles pues a nuestra promesa y a nuestra labor periodística, exponemos hoy a la consideración infalible de nuestra señora la Opinión Pública, a la primera pareja de violadores de la ley, que desgraciadamente están viviendo bajo el ala de un Partido que proclama los más altos principios y las más limpias pragmáticas que conmueven la marcha de la Humanidad”.
La primera pareja de funcionarios acusados fueron dos abogados: Ignacio Monsreal Baquedano y Alberto Castellanos Loría; el primero era magistrado del Tribunal Superior de Justicia y Castellanos juez segundo de lo civil. Ambos habían sido agentes del Ministerio Público adscritos, respectivamente, a los Juzgados Primero y Segundo del Ramo Penal, “en época de la más asquerosa de las infidencias en Yucatán”, cargo al cual renunciaron en marzo de 1924, “cuando la cosa ya estaba perdida para los traidores”.
Para el semanario, ambos funcionarios “debían sus puestos al orden constitucional que existía antes del 12 de diciembre de 1923, y luego de consumada la infidencia no tuvieron escrúpulo en servir a Juan Ricárdez Broca como caños del desagüe de las inmundicias de bandolería de aquel rufián”. Aparte, como agentes del Ministerio Público, eran “los discos que repetían la voz del amo después de haberlo escuchado, como en el conocido anuncio fonográfico”.
El reclamo era a su propio partido, por su torpeza, pues el hecho “de que los que sirvieron a Ricárdez Broca [...] estén hoy conociendo de las leyes constitucionales [...], pues no es lógico porque pugna descaradamente con el principio fundamental de la Equidad que las manos que pongamos hoy para brindar Justicia al pueblo sean las mismas manos acomodaticias que se plegaron al calor de la milicia traidora de Ricárdez Broca”.
En suma, Monsreal Baquedano y Castellanos Loría no hicieron nada para salvarse del oprobio y el desprecio social; en seguida cuestionaba: “¿Sabían o no sabían los señores a quienes exponemos que doblemente se atentaba contra las leyes y que se hacían reos de un delito con aquella su pretendida acción fiscal?” Y concluía: “Esto por lo que a nosotros atañe; y por lo que respecta a los abogados de nuestra justicia, no hay que olvidar que están de por medio el prestigio profesional, la responsabilidad social y la vergüenza propia, aunque los fatuos y los amorales desprecien estas cosas con el único afán enteramente animal de la comida”.
¡Cuántos ejemplos siguieron tanto en el Partido Socialista del Sureste y todos los demás! Eso, sin embargo… ya es hasta el pan nuestro de cada día.
Edición: Estefanía Cardeña