Alicia y las abejas

No, esto no es un cuento de hadas. La Doctora Alicia Bárcena ha emitido una serie de declaraciones que nos deben dejar claro que, primero, tenemos una funcionaria al frente del sector ambiental que entiende cabalmente la relevancia de los polinizadores para la sustentabilidad ambiental; y segundo, hay al frente de la SEMARNAT una profesional que no solamente cuenta con un conocimiento sólido acerca del campo cuya conducción se le ha encargado, sino que muestra una clara disposición a escuchar la voz de otros actores sociales interesados, otorgando condición de saber a sus asertos. Dicho de otra manera, sabe lo que trae entre manos, pero no se limita a asumir con arrogancia que su conocimiento es el que vale, sino que escucha y respeta las voces de quienes trabajan y viven en función de los recursos naturales y servicios ambientales, en lugar de descalificarlos con el epíteto de “pseudoambientalistas”. Son vientos frescos, que nos deben contagiar cierto optimismo y animar a actitudes mejor dispuestas a la colaboración.

El asunto de los polinizadores y los riesgos que enfrentan sus poblaciones, sometidas al impacto creciente de prácticas agropecuarias empeñadas en ir contra la naturaleza, en lugar de trabajar en ella, es un tema de importancia creciente que, sumado a los efectos del cambio climático global, debe ocupar nuestra atención porque las amenazas a los organismos polinizadores son amenazas a la resiliencia de los ecosistemas. La protección y el manejo adecuado de las poblaciones de insectos voladores (no solamente abejas), aves y murciélagos, es cosa que atañe a la permanencia de la vida humana en el planeta.

En este sentido, no cabe sino aplaudir lo dicho por la secretaria de Medio Ambiente, y los esfuerzos que ha emprendido para lograr que se deje considerar ganado a las abejas, restituyéndoles su papel como especies de vida silvestre (así sea que se encuentren manejadas por apicultores). También merece la pena respaldar los esfuerzos que hace la dependencia que dirige, en coordinación con la Secretaría de Desarrollo Rural, por lograr regular y abatir el uso de plaguicidas y otros agroquímicos peligrosos.

En el ánimo de colaborar con estos esfuerzos, me atrevo a sugerir una ubicación estratégica para las abejas y los apicultores, que alcance al menos a la Península de Yucatán, Chiapas y Tabasco (y creo que Leydy Pech y Jorge Gutiérrez, ambos líderes apicultores de la región, estarán de acuerdo con explorar esta propuesta): si se coloca a las abejas, tanto nativas como de origen europeo y africanizadas, en el corazón de los esfuerzos de ordenamiento territorial del desarrollo agropecuario de la región, se lograrán efectos virtuosos en la conservación de la biodiversidad, y la disminución de las tasas de deforestación y en consecuencia, en las tasas de emisiones de gases de efecto invernadero generadas por el sector AFOLU (agricultura, silvicultura y otros usos de la tierra). También se fortalecerá el empeño del gobierno mexicano por regular y abatir el uso indiscriminado de agroquímicos, robusteciendo además la competitividad de las mieles producidas en el sureste ante el mercado internacional.

Una producción apícola ordenada, que cuente con herramientas financieras suficientes y ágiles, accesibles a los dueños de la tierra; y que incluya recursos tecnológicos como fábricas de producción de reinas, medidas preventivas contra enfermedades como la varroasis, y la prevención de los efectos del cambio climático que permitan a las abejas adaptarse a las modificaciones en los calendarios de floración de las especies que polinizan, puede convertirse en un motor poderoso para estimular el desarrollo sustentable de las selvas del sureste del país, contribuyendo a la construcción de corredores biológicos que restituyan la conectividad ecológica comprometida por décadas de fragmentación, provocada por el crecimiento azaroso de la frontera agropecuaria, las vías de comunicación y el aumento de la infraestructura para una población humana en aumento.

Si bien es cierto que resulta absurdo considerar a la apicultura una actividad ganadera, también lo es el hehco de que el papel que juega en el concierto del desarrollo rural, y la importancia que tiene, hacen que resulte insuficiente considerarla únicamente una actividad de manejo de especies en vida silvestre. El papel multimodal de las abejas convierte su protección y manejo en un asunto que exige la construcción de transversalidad entre áreas de gobierno tradicionalmente consideradas excluyentes, y asumidas como cotos de poder estancos y aislados. 

Es fundamental reconocer la importancia de las abejas, en tanto que representantes simbólicos de los organismos polinizadores, actores de uno de los servicios ecosistémicos más importantes para las comunidades humanas dado el papel que juegan en la reproducción de las plantas con flores. También es obligado reconocer la importancia que estos insectos tienen para muchas de las comunidades rurales del sureste, lo que debe movilizar las capacidades de los organismos gubernamentales para convertir la apicultura en una fuerza económica y social relevante. Dependencia como la Secretaría de Agricultura y Desarrollo Rural, la de Economía, la de Desarrollo Agrario, Territorial y Urbano y la de Relaciones Exteriores, deberían ser capaces de trabajar al unísono con este objetivo, bajo la conducción de la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos naturales como la dependencia responsable de la salvaguarda del patrimonio natural nacional.

De adoptarse una estrategia como la que aquí se sugiere, y evitar que quede solamente en el ya sobrepoblado universo de las buenas intenciones, debe convencerse al poder legislativo, particularmente al congreso de los diputados, de que ejecutarla es una apuesta redituable para le estado mexicano, y por ello debe recibir el respaldo presupuestario suficiente para asegurar su viabilidad. Después de todo, apostar por el crecimiento de la apicultura es respaldar el fortalecimiento de las comunidades indígenas y rurales del país, contribuyendo a financiar una actividad que les es cultural y económicamente importante, y acerca a la recuperación de la resiliencia y sustentabilidad del paisaje nacional. 

Edición: Ana Ordaz