Opinión
Rafael Robles de Benito
05/08/2025 | Mérida, Yucatán
Empecé por escribir algo acerca del implacable proceso de exterminio que el estado de Israel está empeñado en ejercer sobre la población gazatí. Ahora me parece que es poco, y tarde. Un día sí y otro también, se repiten las noticias acerca de los que vive la población Palestina en Gaza, si a eso se le puede llamar vivir. Lo que pongo ahora en estas páginas no es siquiera una opinión. Es una sensación visceral ante un nivel de dolor humano que rebasa cualquier análisis sereno. Enfurece, y punto. Ya no quedan pretextos para guardar silencio. No hay motivos comprensibles para que continúen los bombardeos, o para que se dispare a quienes no hacen más que acercarse a pedir alimentos, aduciendo que no lo hicieron “a la hora apropiada”. No se trata de tomar partido. Este no es un asunto de “o estás con Israel, o estás en su contra, y justificas el terrorismo de Hamas”. Lo que sucede en Gaza no puede llamarse más que genocidio, y no entiendo cómo es que todavía hay quienes lo discuten. Ni siquiera entiendo a las organizaciones que dicen que ahora sí ya “se ha alcanzado una situación que legalmente, de acuerdo con lo establecido en el convenio de Ginebra”, o la postura de quienes, como
el gobierno del Reino Unido, sostienen que ahora sí, si Israel no accede a un alto al fuego, y a reconocer la viabilidad de la famosa “solución de dos estados”, reconocerán al estado palestino. ¿Por qué antes no? El tema no es jurídico, ni siquiera es un asunto de política internacional: es humano. Si no podemos ver esto, es que hemos perdido nuestra humanidad.
Pero mientras escribo estas líneas, veo y escucho noticias acerca de lo que pasa en Venezuela, donde se acusa a maduro de liderar una organización criminal y terrorista. También aparece como una constante la guerra que continúa entre Rusia y Ucrania, dos pueblos que no podrían ser más hermanos. No se trata nada más de un desequilibrio de poderes, sino que también juegan aquí una parte importante los intereses en pugna de dos hemisferios que juegan a los dados con el mercado de armamento, las tierras raras, los energéticos y el comercio marítimo. Escuchamos poco acerca de lo que pasa en el África subsahariana, pero la vida en Sudán, o el Congo, u otras naciones de la región tiene que estar resultando insoportable, a juzgar por la magnitud de los ríos de migrantes que tratan de llegar a una Europa cada vez más rebasada, donde el ingreso de inmigrantes marginados, perseguidos, hambrientos y aterrados va encontrando una resistencia creciente. La crisis migratoria va desde luego mucho más allá del cruce del Mediterráneo. La tragedia humanitaria afecta a todas las regiones del globo, aderezada con frecuencia con el ingrediente de la trata de personas, otra de las manifestaciones subhumanas del crimen organizado. Sobra decir que México no escapa a esta catástrofe humanitaria, y habría que añadir a ello el hecho de que la migración y la trata no se limitan a movimientos interfronterizos: también acontecen al interior del territorio nacional, con la gravísima adición de las desapariciones de personas.
Encima de todo esto se cierne sobre le planeta entero la amenaza de la emergencia del cambio climático global antropogénico, que tiene, nos guste o no, un alcance ecuménico. Es cierto que hay unas naciones más expuestas que otras, y que los pequeños países insulares ven en la crisis climática un franco anuncio de su extinción, y se plantean incluso la migración generalizada como una táctica de adaptación. Mientras tanto, las naciones productoras de combustibles fósiles continúan con tejes y manejes para incidir en un mercado condenado a la insustentabilidad, cuando hoy deberían más bien estar pensando en como substituir las fuentes de energía por otras más acordes con la superveniencia del planeta. Hasta la oposición venezolana promete que, cuando recuperen el poder, extraerán cantidades colosales de petróleo. Seguimos alegremente acabando con los ecosistemas capaces de capturar el carbono atmosférico, nos ufanamos del éxito de actividades que reportan el crecimiento de los PIB nacionales mientras contribuyen a erosionar el patrimonio natural de los países, y nos empeñamos en continuar llenando los océanos y las cadenas alimentarias con plásticos de diversa índole, que lo mismo construyen islas flotantes a medio mar, que se incorporan como microplásticos en los organismos vivos.
Nada de este puede encararse con alguna esperanza de éxito si no es desde espacios que garanticen la construcción de acuerdos multinacionales. Pero la Organización de las Naciones Unidas, en su situación actual, no parece ser el espacio adecuado: débil, pasmada y atropellada por las superpotencias, que hacen caos omiso de sus resoluciones y sentencias, a menos que les favorezcan, ve cómo diferentes actores deciden abandonar sus organismos, o se resisten a cumplir con los acuerdos alcanzados anteriormente, aún siendo signatarios de ellos, y resulta incapaz de llamar a cuentas o imponer sanciones eficaces a los estados miembro que violentan sus principios. No hay soluciones nacionales, ni bilaterales, a crisis de envergadura humanitaria, o global. Ni las guerras cesarán con negociaciones entre poderes empeñados en exterminar o someter al otro. No se podrá superar la distribución dispar de recursos básicos a partir de programas nacionales de seguridad o soberanía alimentaria, hídrica o energética. No será posible reparar las causas de la migración masiva con base en decisiones de los países que expulsan población, ni de los que reciben migrantes. No se podrá vencer el impacto del cambio climático sumando condiciones nacionalmente determinadas.
Solamente queda fortalecer la multilateralidad, construyendo una ONU robusta y eficaz. Para hacerlo, habría que ponerla de cabeza, de manera que no conté secuestrada pro los intereses de las grandes potencias. Un primer paso tendría que consistir en la construcción de un Consejo de Seguridad en el que no participaran los actuales miembros permanentes con derecho de veto, Que se elijan nuevos miembros permanentes, y que el veto desaparezca definitivamente de los mecanismos de toma de decisiones multinacionales.
Edición: Fernando Sierra