Opinión
Julio Hernández López
27/08/2025 | Ciudad de México
El jefe actual del intervencionismo estadunidense, Marco Rubio, había regateado cuanto pudo el visitar México, es decir, reunirse formalmente con la presidenta Claudia Sheinbaum y los miembros del gabinete que sean necesarios para cerrar acuerdos binacionales, sobre todo en materia de combate al crimen organizado y seguridad.
Ahora, la presidenta ha anunciado que el esperado asomo del secretario de Estado se realizará en la primera semana de septiembre. Ese gesto del viajero imperial se producirá luego del primer Informe anual de actividades de Sheinbaum, que será este lunes primero, y del inicio de labores de una parte innovadora del Poder Judicial Federal.
No deja de implicar un mensaje que la visita del disruptor institucional gringo se produzca luego de dos actos institucionales mexicanos cargados de simbolismo: la rendición de cuentas de la primera Presidenta de la República, que llega a esta cita con una alta popularidad, un poder metaconstitucional como ningún otro ocupante de ese cargo y una notable capacidad para procesar los exabruptos y provocaciones de su alterada contraparte arancelaria e injerencista.
El otro acto relevante se refiere a la consumación, en primera de dos partes, de una reforma judicial que algunos opositores al proceso AMLO-claudista juraban no sería permitida por poderes como el de Trump. La integración de la nueva Suprema Corte de Justicia de la Nación, con integrantes apegados a la línea 4T, y de otros órganos judiciales federales, implica el enorme reto de entregar indicios aceptables del cambio que en las urnas les fue mandatado de manera categórica. Contra este giro del Poder Judicial desde el voto popular hubo versiones de molestia en Washington y similares, con amagos de retiro de inversiones porque ya no tendrían “seguridad jurídica”.
A fin de cuentas, Rubio llegará ante hechos consumados y continuados: Sheinbaum mantiene la básica resistencia posible ante la realidad geopolítica y la desmesura del ocupante en turno de la Casa Blanca; no está la científica gobernante en las mejores condiciones ante el embate de Donald, pero tampoco está rendida ni desgastada. Y el Poder Judicial tiene nuevos perfiles y orientación, que no abren flancos para promociones de golpismo judicial ni decisiones contrarias al sentido electoral ampliamente mayoritario.
Pero Rubio llega con un antecedente inmediato sumamente presionante, chantajista si fuera necesario: el posicionamiento de El Mayo Zambada y la eventualidad de acusaciones contra personajes de la 4T; además del plazo de 90 días, de los cuales está por cumplirse el primer tercio, para que Trump determine si nos castiga o no con más aranceles en función de los resultados mexicanos en combate al crimen organizado. A ver con cuántas ganancias y cesiones regresa Rubio a Washington.
Desatado el bullicio por la aceptación de culpabilidad que de sí mismo hizo Ismael Zambada, El Mayo, y por las presuntas derivaciones hasta judiciales de su confeso historial corruptor de décadas a diversos personajes públicos (políticos, mandos militares y policías, dijo el emblemático narcotraficante sinaloense), el escritor y académico Oswaldo Zavala (autor, entre otros textos, del libro Los cárteles no existen) llama a no dejarse arrastrar por una ligereza analítica influenciada o condicionada por la narrativa Netflix y a sostener una visión más amplia y profunda.
“La guerra contra las drogas, como política pública, es siempre un arma intervencionista del Estado estadunidense”, por lo que nunca debemos pensarla “separada de su contexto político trasnacional”, señaló el profesor del College of Staten Island y del Graduate Center de la City University of New York. “Cuando, en los 80, el presidente Reagan la incorpora a la agenda de seguridad nacional, desde ese momento la guerra contra las drogas tiene que ver con la presión diplomática, el chantaje, la extorsión entre Washington y los países productores o de tráfico“, añadió (videoentrevista:
https://goo.su/RlUR46B). ¡Hasta mañana!
Edición: Estefanía Cardeña