Pedro Xuluc
El norte de Yucatán concentra una de las trayectorias culturales más ricas de la región, con escenarios que reflejan el legado del patrimonio maya. En este contexto, los puntos de encuentro resaltan la necesidad de estudiar y profundizar en estrategias que permitan valorar y visibilizar las distintas dimensiones de ese pasado prehispánico e histórico.
Mérida atraviesa actualmente una etapa de transformaciones urbanas. Los recientes acuerdos sobre la zona metropolitana la colocan como eje de los municipios que la conforman. Sin embargo, datos recientes muestran que el acelerado crecimiento territorial ha complicado la integración del patrimonio en la planificación urbana. A ello se suma la influencia del Tren Maya y del tren de carga, así como los desarrollos industriales e inmobiliarios, que representan una amenaza constante para el patrimonio cultural, mixto y natural del municipio.
Es sobre el patrimonio cultural que, en el poniente de Mérida, se han delimitado espacios destinados a la conservación del patrimonio arqueológico, lo cual resulta fundamental para la investigación. Sin embargo, surge la pregunta: ¿cómo integrar socialmente estos elementos en un entorno marcado por constantes cambios y transformaciones urbanas? De acuerdo con estudios recientes, las zonas de reserva arqueológica se concentran principalmente en el poniente, con 45 registros, frente a 30 en el norte y 25 en el oriente y sur. Ante estos datos, cabe cuestionar cuáles son los planes para incorporar dichos espacios a la dinámica social contemporánea y garantizar una adecuada integración en el desarrollo urbano.
Como arqueólogos sabemos, que el patrimonio, una vez intervenido, requiere lineamientos que lo vinculen de manera efectiva con la sociedad. La Carta Internacional para la Gestión del Patrimonio Arqueológico de ICOMOS (1990) señala en su segundo artículo que la participación de la población debe ser parte fundamental de las políticas de conservación. Esto implica, fomentar la inclusión ciudadana y garantizar el acceso al conocimiento, ya que la información clara y abierta al público resulta esencial para asegurar tanto la preservación como el manejo responsable del patrimonio.
En este punto surgen alternativas que funcionan como estrategias de integración, donde los monumentos no se entienden únicamente como piezas aisladas, sino como espacios con un conjunto de valores materiales e inmateriales. A través de esta perspectiva, es posible vincular su pasado prehispánico, histórico y contemporáneo, al tiempo que se generan escenarios en los que escuelas y comunidades académicas puedan trabajar en su divulgación. En este proceso, la participación del INAH y de los distintos niveles de gobierno resulta clave para incorporar estos espacios en los planes de desarrollo urbano, garantizando así una mejor atención y valoración del patrimonio.
En última instancia, estas reflexiones buscan abrir camino hacia una comprensión más amplia, donde los monumentos históricos y las zonas arqueológicas inmersas en los núcleos urbanos dejen de ser elementos estáticos para convertirse en ejes dinámicos de un patrimonio vivo, emergente y con profundo valor simbólico para la sociedad. Corresponde al INAH impulsar investigaciones, promover la difusión educativa y asegurar la coadyuvancia en la protección legal de los bienes, comprometiéndose a trabajar de manera conjunta con la sociedad civil y las instituciones locales para que la preservación del patrimonio sea una responsabilidad compartida y efectiva.
Pedro Rogelio Xuluc Balam es profesor investigador en arqueología del Centro INAH-Yucatán
Coordinadora editorial de la columna:
María del Carmen Castillo Cisneros; antropóloga social del Centro INAH-Yucatán
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