Opinión
Iván Vallado Fajardo
01/09/2025 | Mérida, Yucatán
En 1987, realizando un trabajo de campo antropológico en la extinta zona henequenera, un campesino maya me preguntó algo que no sé si pude responder adecuadamente: "¿Por qué el nombre [Jacinto Pat] de la escuela primaria lleva el nombre de un salvaje?" Veinticinco años más tarde un ciudadano de Mérida me dijo: "hay que hacer un mitin de protesta en el parque Eulogio Rosado porque fue un asesino de mayas en la Guerra de Castas".
En ambos casos lo que es patente es que mis dos oradores no sabían bien qué pasó. E imagino que tampoco sabían cómo esas ideas nos han alcanzado y quizá marcado como yucatecos. Entre esas dos voces separadas por décadas y contextos distintos, se revela la persistente disputa sobre la memoria histórica y los significados que arrastra. A ver si ahora puedo explicarme.
Suelen haber tres momentos claves en la generación de las historias.
En el primer momento, los que escriben, son normalmente parte de alguno de los dos bandos en guerra. Escriben con base a cartas, reportes militares, noticias en la prensa y experiencia u observación directa. Es decir, escriben en “tiempos de guerra”. Estamos en el momento de las crónicas. La guerra se relata conforme va sucediendo sin saber aun el resultado final.
En el segundo momento la guerra se ha acabado. El tiempo ha pasado, el suceso ha desaparecido. En su lugar aparece la historia, el relato de los sucesos. Aparece después, cuando la guerra ya terminó y ya sabemos en qué terminó. Ya sabemos quiénes ganaron y quienes perdieron. Aquí es cuando, normalmente, la historia la escriben los ganadores, porque son los que se impusieron e impondrán su versión de lo sucedido. Los perdedores no escriben, pueden estar muertos o no pueden escribir porque no se les permite. Su voz queda silenciada. A la sociedad ganadora no le interesa la versión de los perdedores, menos si fueron sus enemigos y amenazaron su existencia.
En el tercer momento ha pasado otro tanto de tiempo. Este puede ser de tamaño variable, pero la existencia de la sociedad misma (de poblaciones vivas descendiente de los perdedores y de los ganadores), más la materia prima (documentos de archivo, historias, vestigios materiales, historias orales) permiten una segunda época de historiar: las primeras reescrituras.
Ahora bien, en cada uno de estos tres momentos, lo que sí está claro es que la sociedad no es la misma. Para ahondar en ello diré que, para el caso que nos convoca, se trata de la misma región y la “misma” población que la habita, pero que ya no se compone socialmente de las mismas partes: es decir, hay “mayas”, pero no son los macehuales de 1847. Hay “blancos”, pero no son los que se apropiaron de las tierras del sur y el oriente. Algunos mayas descienden de los rebeldes, pero otros descienden de los no rebeldes. También hay mestizos que participaron del lado de los blancos, otros que participaron con los indios y los que no participaron. Todos estos son descendientes de la guerra, han coexistido e incluso algunos se han mezclado. Así han trascurrido ya 124 años. Algo así como cuatro generaciones sociológicas, donde el conflicto bélico se fue alejando de la mayoría poblacional y son sus huellas e historias las que se van transmitiendo de una generación a otra.
Las reescrituras han procurado reconstruir la otra cara de la moneda, la versión de los derrotados. Eso ha sido un acierto. Sin embargo, me parece que es hora de reflexionar un poco más sobre algunas cosas que dejaré aquí como preguntas:
1. Ambos bandos sufrieron pérdidas y tuvieron sus héroes: ¿Qué héroes son más importantes? ¿Los de los blancos o los de los indios? ¿Qué pérdidas humanas fueron más lamentables, las de los blancos o las de los indios? ¿O es tiempo de pensar en que todas las pérdidas valen lo mismo?
2. De alguna forma nuestros antepasados se estuvieron matando entre sí. Entonces ¿las reescrituras se siguen planteando como “ellos contra nosotros”? ¿O deberíamos tomar una distancia suficiente que nos permita ver un nosotros desligado de la guerra? ¿Qué debería de haber ocurrido para que esto fuera así? O ¿todavía debemos de plantear las cosas como un conflicto entre descendientes de uno y otro bando?
3. La historia de una sociedad como la yucateca (que es una) no se escribe para aplaudir a un bando en particular. Se escribe para entender lo que pasó, llevar el recuento; para saber cómo hemos evolucionado y qué es lo que hemos hecho y estamos haciendo respecto a los problemas y malestares que provocaron una guerra entre nosotros.
Solo desde la memoria de esa vieja guerra podremos evaluar si los proyectos políticos y sociales del presente tienen la fuerza de unirnos como sociedad o la fragilidad de separarnos de nuevo.
Iván Vallado Fajardo es profesor investigador en Historia
Coordinadora editorial de la columna:
María del Carmen Castillo Cisneros; profesora investigadora en Antropología Social
Edición: Fernando Sierra