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El activista de ultraderecha Charlie Kirk murió después de recibir un disparo mientras participaba en un encuentro con estudiantes en una universidad de Utah. Kirk, quien consagró los últimos 10 años a evangelizar en el conservadurismo a través de una red presente en 850 centros de educación superior, era considerado por el presidente Donald Trump la persona que más influyó en su espectacular desempeño electoral entre los varones jóvenes en 2023.

En el momento de ser asesinado, defendía el culto a las armas de fuego existente en su país y propagaba su discurso de odio contra las personas trans al asegurar que dicha comunidad es responsable de “demasiados” de los tiroteos masivos que ocurren día sí y día también en Estados Unidos. Como en casi todas sus afirmaciones, mentía: apenas cinco personas trans han sido perpetradoras en tiroteos masivos en una década, mientras sólo en 2024 se registraron 503 de estos eventos.

Personalidades de todo el espectro ideológico condenaron el atentado, el cual se inscribe en una estela de violencia política: aunque el ataque contra el entonces candidato Donald Trump sea el episodio más recordado, en tiempos recientes también han ocurrido el allanamiento e intento de asesinato contra el marido de la ex presidenta de la Cámara de Representantes Nancy Pelosi, el incendio de la residencia del gobernador de Pensilvania, Josh Shapiro, y el homicidio de la diputada local de Minnesota Melissa Hortman. La ex congresista demócrata Gabrielle Giffords, víctima en 2011 de un disparo a la cabeza que puso fin a su carrera, exhortó a “nunca permitir que Estados Unidos se convierta en un país que afronta con la violencia los desacuerdos” inherentes a las sociedades democráticas.

El llamado de Giffords, aunque encomiable, es ingenuo y tardío: no sólo su país es desde hace mucho el mayor promotor global de la violencia, sino que fue fundado sobre el más extremo acto de agresión: el genocidio. En efecto, el exterminio de la casi totalidad de la población nativa y el intento –afortunadamente, fallido– de borrar todo rastro de sus culturas fue una política de Estado durante siglos, y estuvo en pie hasta una época tan reciente como 1970, cuando la Ley de Servicios de Planificación Familiar e Investigación de la Población dio continuidad a la esterilización forzada de mujeres indígenas.

Después de haber asesinado o desplazado a los habitantes originales de las tierras de la mitad oeste del actual territorio estadunidense, los colonos blancos se lanzaron a la invasión y el despojo de México, al que quitaron más de 2 millones de kilómetros cuadrados. Al encontrar oro en la recién adquirida California, establecieron una recompensa por cada indígena asesinado. Tras haber perpetrado el que posiblemente es el mayor genocidio de la historia en sus propias (aunque ilegítimas) fronteras, los estadunidenses se lanzaron a sembrar muerte en el resto del mundo: más de 3 millones de vietnamitas masacrados para impedirles elegir su propia forma de gobierno, cientos de miles de indígenas guatemaltecos asesinados para entregar sus tierras a la United Fruit Company, más de un millón de iraquíes y al menos un cuarto de millón de afganos aniquilados por petróleo y ambiciones geopolíticas, cientos de miles de palestinos masacrados y millones exilados por la alianza con el sionismo. Añádanse las decenas de naciones invadidas o sometidas a regímenes sanguinarios auspiciados por Washington, así como el título de único país que ha empleado la bomba atómica, para cerrar este nada exhaustivo palmarés del indiscutible campeón mundial de la violencia.

Kirk, cuyo homicidio es tan deplorable y condenable como cualquier otro, se convirtió así en cosechador de la brutalidad que sembró con tanto entusiasmo. Aunque su asesino debe ser juzgado y sancionado de acuerdo con la gravedad del crimen, nadie puede llamarse a sorpresa cuando los ciudadanos estadunidenses arreglan sus diferencias o procesan sus problemas de toda índole de la única manera en que sus gobernantes les han enseñado: empuñando las omnipresentes armas de fuego.


Edición: Ana Ordaz


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