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—He soñado mucho esta semana

Las dos caras del diván
Foto: Morfeo - Jean-Bernard Restout, 1771

—He soñado mucho esta semana.

​María viene desde hace 4 años, todos los lunes de seis a siete. Su hora está antecedida por el momento en que el consultorio se llena de una luz de oro que me hace recordar al pabellón de aquella novela de Mishima. Cuando se va, en el consultorio ya es de noche. La hora de María es el tránsito de la claridad a la negrura.

—Creo que ha sido uno cada noche. Te cuento los tres que recuerdo mejor.

Lamento que María venga en la tarde, porque sus sueños serán narrados después de haber comido. Muchas veces citada, la advertencia de Walter Benjamin —hay que contar los sueños solo después de desayunar— no carece de sentido. Según el filósofo alemán, narrar un sueño sin desayunar puede resultar funesto: la persona, aún cómplice del mundo onírico, habla aún como si hablase en sueños y, de este modo, revela el sueño con mayor precisión. Deberá entonces atenerse a la venganza onírica, que tanto trabajo puso en ocultar su sentido.

—Son sueños recurrentes. En el primero voy en un auto, soy copiloto. Estoy en la ciudad y hay una autopista con desniveles y varias bifurcaciones que te llevan a distintas direcciones. Quiero ir en una pero el camino que elige el conductor no permite tomar esa salida. Siento ansiedad hasta que tomamos otra vía que nos permite retornar. Me tranquilizo. Pienso en otro camino, un poco más largo, pero que nos permitirá llegar al lugar planeado.

—¿Sabes quién era el conductor? —indago.

—No. Solo sé que era un hombre.

De los mil hijos de Hipnos, Morfeo se identifica por tener la capacidad de revestir los rasgos de cualquier mortal. Así lo caracteriza Ovidio en su Metamorfosis: reproduce el caminar, el habla, el porte, las formas —de ahí su nombre— de la persona que el durmiente necesita soñar al mismo tiempo que velar su identidad. ¿Con quién estará soñando María?

—Segundo sueño: voy también de copiloto. Él es la misma persona, pero tampoco puedo ver su rostro. Ya no estamos en la ciudad, sino en la playa. Conduce un poco rápido por brechas de arena paralelas a la carretera principal por la que no se puede conducir porque la están arreglando. De alguna manera sé que esa carretera principal jamás se podrá arreglar. Siento ansiedad porque el camino de arena tiene baches y el auto se mueve mucho. Pienso: “tranquila, no te preocupes, él conoce esta zona”.

Nosotros dormimos, pero jamás duerme el alma. Descansa el cuerpo, pero el alma no cesa de empujarse tanto en la vigila como en lo onírico. Así nos lo recuerda Jean-Luc Nancy en su libro Tumba de sueño. Dice el filósofo francés: “en la noche el alma es igualmente vigil, no duerme. Tampoco está despierta: es lo que dormita sin cesar en la vigilia, y lo que vela y vigila en el sueño: es por ambas partes [...] da forma y tonalidad a una presencia, se mantiene en los bordes, en los contornos”. Fuego de San Telmo, resplandor de luna, el alma modela y modula la forma del dormido. Le permite rumiar, sin despertar, sus pensamientos más íntimos. ¿Cuáles son los pensamientos más íntimos de María? ¿Por qué no quiere revelárselos a sí misma?

—Tercer sueño: voy con él a algún lugar, a un paseo. Tal vez a la luna. Luego tenemos que ir a una fiesta juntos. Lo veo con nuestros amigos y quiero acercarme, pero una amiga mía me trae en chinga. Yo y ella vamos de un lado a otro haciendo cosas, sirviendo comida, dándole refresco a la gente. Cuando la fiesta termina me siento desesperada porque quiero encontrarlo para que nos vayamos juntos.

Morfeo, dice Jean-Luc Nancy, transforma en forma la pura materia del sueño. Con esa capacidad de moldearse a su antojo, el dios nos revela una parte de la persona que nuestro deseo anhela. Fue así como Morfeo tomó la forma de Ceice, ahogado en el mar de Jonia, y se le presentó en sueños a Alcíone, quien lloraba a su esposo desaparecido. Aún dormida, Alcíone estira los brazos para estrechar a Ceice, pero solo abraza el aire. Desesperada, corre a la costa y ve sobre las olas el cuerpo inerte de su amado. La pena la lleva a lanzarse desde lo alto de las rocas.

—Justo ahora recuerdo un cuarto sueño. Es solo una imagen: miro su rostro de cerca, como si fuera a besarlo. Sus ojos cafés, sus cejas pobladas.

Tiene un lunar del lado izquierdo de su cara, junto a la comisura de los labios. Lo toco. Me dan ganas de ponerle un nombre a su lunar. Pienso en Kafka y digo: llamaré Franz a su lunar.

—¿Ahora ya reconoce su rostro?

—No se parece a Kafka —ríe María.

Alcíone se lanza por las rocas en busca de su amado y en ese momento reconoce que puede volar. Le han salido alas. Morfeo, al ver el destino trágico de los enamorados, se apiada de ellos. Convierte a ambos en alciones para que puedan recuperar su amor sobre las olas, junto a la luna que resplandece sobre ellas en las noches claras. Tal es, nos recuerda Nancy, la virtud del dios del sueño

*Escritor, sicoanalista y siquiatra de adultos y niños




Edición: Estefanía Cardeña


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