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Foto: Proyecto Integral de Conservación Chichén Itzá-Centro INAH Yucatán.

La palabra ruina suele asociarse con una connotación negativa, al evocar lo viejo, inconcluso o a punto de desaparecer. Sin embargo, al unirse con el adjetivo arqueológica, adquiere un sentido distinto. La ruina arqueológica remite a lo antiguo, a lo que logró sobrevivir al paso del tiempo y ser rescatado de entre el olvido. En la actualidad, corresponde al arqueólogo la tarea de recuperar fragmentos de edificios y objetos de ciudades sepultadas bajo la tierra o la maleza, para otorgarles una nueva función en el presente: ya sea en forma de vasijas que contemplamos tras las vitrinas de los museos, o como conjuntos arquitectónicos que podemos recorrer en los sitios arqueológicos.

Dicho lo anterior, devolver a las ruinas del pasado un nuevo ciclo de vida útil es solo el inicio de un proceso de conservación. Este consiste en preservar sus formas originales, afectadas por el paso del tiempo, mediante tratamientos que eviten el derrumbe de los muros o la pérdida de las imágenes representadas, cuyos materiales tienden a desmoronarse o fragmentarse. Aunque no es una tarea imposible, sí resulta compleja, pues implica frenar en cierta medida el tiempo: reducir el desgaste y la alteración natural de sus componentes frente a los factores climáticos, el entorno y el uso didáctico que hoy se les otorga para acercarlas a las personas interesadas en conocerlas.

Una respuesta integral a los problemas del patrimonio arqueológico requiere un enfoque amplio en la conservación. Esto implica no solo reconocer sus valores y significados en su contexto, sino también analizar a fondo los factores que provocan su deterioro. Solo así es posible encontrar soluciones efectivas a largo plazo, sin afectar al medio ambiente ni a los usos que se le han dado. Para lograrlo, es esencial reunir el trabajo de personas con distintos conocimientos y habilidades.

Chichén Itzá, sitio de patrimonio mundial, ha mantenido su vitalidad por más de un siglo y es reconocido en todo el mundo por sus monumentales edificios. En ellos se conservan relieves en los muros, esculturas adosadas y restos de recubrimientos de color que dan vida a las imágenes representadas en su arquitectura. La conservación de estos atributos y su contexto ha atraído en las últimas décadas la atención de químicos, biólogos, físicos, geólogos, ingenierios y arquitectectos con el propósito de estudiar sus materiales, alteraciones y los factores que afectan a los edificios y a sus elementos iconográficos.

Hoy sabemos que en Chichén Itzá los colores de algunas pinturas que cubrían muros e iconografía se obtenían de tierras sometidas al calor para intensificar sus tonalidades. También se ha identificado que las manchas que oscurecen los relieves, impidiendo apreciarlos, son formaciones de organismos microscópicos como bacterias, hongos y algas unicelulares capaces de producir compuestos protectores contra el sol, lo que en algunos casos les da un tono anaranjado.

Se ha comprobado, además, que la radiación solar eleva tanto la temperatura de las rocas que estas cambian de volumen e incluso pueden llegar a fisurarse. Los estudios han revelado también que muchas de las piedras empleadas en los edificios provienen de zonas marinas poco profundas que alguna vez cubrieron la plataforma calcárea de Yucatán; algunas mezcladas con lodo, lo que explica sus tonalidades rojizas.

Otro hallazgo sorprendente ha sido la presencia de murciélagos en el interior de los edificios: además de ensuciar, forman colonias donde separan a las crías de los adultos, crean espacios de alimentación e incluso albergan especies en peligro de extinción. Estos son solo algunos ejemplos de lo mucho que aún se descubre sobre este sitio.

La creciente cantidad de información que manejamos requiere ser procesada y analizada colectivamente por quienes nos dedicamos a la conservación-restauración del patrimonio arqueológico. Nuestro papel como intérpretes nos ha permitido aplicar los conocimientos para buscar tratamientos adaptados a las necesidades de cada uno de los elementos iconográficos y sus contextos. Ahora podemos afirmar que sabemos cómo intervenir mejor Chichén Itzá, gracias a la colaboración de muchas manos expertas que provienen de diversas partes del país y del mundo.

Asimismo, el trabajo realizado en conjunto con las comunidades locales ha sido fundamental, pues su conocimiento de los materiales de la región y su pericia en su aplicación han permitido preservar y mantener visibles las ruinas del sitio. Su participación no solo garantiza la continuidad de técnicas y saberes tradicionales, sino que también refuerza el vínculo entre patrimonio y comunidad, recordándonos que la conservación no puede entenderse sin quienes habitan y dan sentido a los territorios.

Claudia A. García Solís  es restauradora de la Sección de Conservación-Restauración del Centro INAH- Yucatán

Coordinadora editorial de la columna: 
María del Carmen Castillo Cisneros, antropóloga social del Centro INAH Yucatán.


Edición: Fernando Sierra


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