En algún momento extraviamos la educación vinculada a la moral y la ética que nos hacía mejores personas, y a cambio nos convertimos en consumidores insaciables capaces de hacer cualquier cosa por acumular más y más riqueza material en la que se nos hizo creer, por quienes dictan las reglas del mercado, que radica la felicidad.
Los dueños del gran capital, que guían el rumbo del mundo en la dirección que marcan sus intereses, quieren una humanidad sin humanismo, dividida, individualista, utilitarista, amoral y mitómana, en feroz competencia con los demás para tener por encima del ser. Todo lo que nos pueda dividir se puso en boga bajo la batuta de quienes establecieron ese orden mundial que desterró la espiritualidad y la hizo exótica e inasible.
Las religiones se multiplicaron al mismo ritmo que la superficialidad y el vacío existencial. El hombre más fuerte con las categorías actuales es el que carece de conciencia y es capaz de cualquier cosa, sin ningún freno. El éxito se mide por la cantidad de bienes materiales acumulados.
No es extraño que mujeres y hombres con un alto coeficiente intelectual, formados en universidades de gran prestigio muchos de ellos, carezcan de esa educación que hace que una persona no robe, aunque nadie lo vea. Esa educación que enseña el amor al país, a ayudar a los necesitados, a decir gracias y por favor; a arrepentirse y pedir perdón cuando se amerita, y a valorar la verdad como el cimiento de la vida; esa educación que es propia de personas agradecidas y humildes.
Uno siente tristeza cuando mira a los Peña Nieto, Videgaray, Lozoya, Anaya, Osorio, Cortés, Cordero, Borge, Duarte, Robles, y tantos otros que pudieron ser constructores formidables de un país fuerte y justo: pero solo son saqueadores sin conciencia, que repiten las mismas mentiras, carentes de capacidad de arrepentimiento. Soberbios como Raskolnikov, el personaje de la maravillosa novela Crimen y Castigo, del genial Dostoievski; se creen superiores a los demás y por encima del bien y del mal, hasta que sus excesos y las leyes los alcanzan. Y a diferencia de Raskolnikov jamás serán redimidos porque perdieron la capacidad de cambiar. Ahora se victimizan.
En lo local
Con pleno respeto a las diferentes situaciones económicas y sociales de cada quien, todo el que salga de su vivienda debe usar cubrebocas, sin excepción. Es penoso que en Quintana Roo se tenga que llegar a los excesos de arrestar a personas porque se niegan a protegerse y a proteger a los demás. Eso es un acto de ignorancia y de desprecio supino a la vida propia y la de los demás. Egoísmo y necrofilia puros. El control de la pandemia y la recuperación económica van de la mano y exigen responsabilidad personal y social. No hay pretextos ni excusas, sobre todo, cuando hay una campaña intensa de distribución gratuita de cubrebocas.
El municipio Solidaridad, con la pujante Playa del Carmen, cumplió 27 años con un saldo de crecimiento explosivo económico y demográfico, pero también de enormes desigualdades sociales, con guetos de pobres que subsisten en medio de la precariedad y la violencia, y guetos de ricos que viven en la opulencia y en el miedo de sufrir la violencia en sus personas y su patrimonio, y con el crimen organizado omnipresente. Habrá que revisar minuciosamente el financiamiento de las campañas para la elección del 2021, porque sin lugar a dudas, el que paga manda. En fin, son cosas que pasan en nuestro país y en nuestro caribeño estado.
¡Hasta la próxima!
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