Opinión
Felipe Escalante Tió
02/10/2025 | Mérida, Yucatán
Es proverbial la ojeriza que se traen las agrupaciones literarias, especialmente cuando es temporada de premios económicos o cuando hay reparto de posiciones en las oficinas de cultura. Cuando lo anterior se junta con la coyuntura electoral y las plumas se aprestan a realizar propaganda a favor de su facción, se abre la puerta para momentos de “dimes y diretes”, de ajustes de cuentas entre personajes de las letras.
Un ejemplo de esto lo encontramos en un periódico prácticamente desconocido entre los historiadores, por estar en el bloque de publicaciones efímeras, surgidas al calor de la campaña electoral de 1909 en Yucatán, que fue una de las más violentas y enfrentó a Enrique Muñoz Arístegui, gobernador interino y candidato oficial, con Delio Moreno Cantón y José María Pino Suárez; estos dos últimos fueron perseguidos y tuvieron que salir del estado antes de la jornada electoral.
Pero mientras, los partidarios de los tres candidatos libraban sus propias batallas a través de la prensa. Es ahí donde aparece el semanario La Palabra, de filiación oficial, en el cual encontramos un artículo, a manera de carta dirigida al director de la publicación, que deja ver tal cantidad de expresiones para descalificar a quienes escribían en favor de Moreno Cantón que se necesitaría mucho más que la plana de La Jornada Maya que gentilmente cobija esta columna. Sólo por brindar una medición, el primer párrafo consta de 2 mil 160 caracteres y casi 400 palabras.
El artículo en cuestión lleva por título “Donde las dan las toman. Otra irrupción de los apaches de la literatura”, y apareció el 8 de agosto de 1909, firmado por un tal Juan Salazar, que se identificaba como herrero de profesión, y de cuyo taller rehuyen “aquellos cenizitos que escriben sus caballadas, en vez de darme las gracias por mi canto a su color, pasaron torciendo el rabito ancestral muy lejos de mi fragua, como si me tuviesen miedo!”. El canto a que se refiere el autor era en realidad “vivas a la gente morena”.
Pero, ¿quiénes eran esos “cenizitos” a quienes se refería este supuesto herrero que a pesar de ello “no tengo muy de indio la color”? Para más señas, indica que se encaró con ellos: “los Uicabes y los Uques”, a quienes acusa de continuar “cortando el alambre de las comunicaciones de Chan Santa Cruz”, y además de ser “enemigos de la civilización” que mantenían “su acción disfrazada de pacífica aquí entre nosotros”. Esto último porque manejaban “un periódico que, aunque sucio, debería ser tenido, si no como órgano de la civilización cuando menos como subordinado a la civilización puesto que no está editado en las guaridas de los que a diario roban rollos de alambre, como dice la prensa diaria”.
Este periódico “sucio” era en realidad el bisemanario La Campana, que en el artículo recibe el nombre de “La Matraca”, regenteado por los hermanos Julio y Augusto Río, quienes pocas semanas después serían arrestados y conducidos a prisión, por ultrajes a funcionarios públicos. La identidad de la publicación se deduce de otra referencia a sus columnas: “Caballadas” y “Correspondencia de los pueblos”.
Lo de “apaches de la literatura” es porque, según el supuesto herrero, en “La Matraca” “los morenitos pretendieron hacer crónicas en verso a lo Pérez y González [¿pues no es audacia] publican una sosería con el título de ‘Política cómica’ [...]”, de la cual Salazar tomó una cuarteta para demostrar que “miden los versos con los dedos”, y de ahí los descalificó de haber intentado valorar escritos del director de La Palabra. A todas estas, más palabrería. ¿Qué diría el tal Juan Salazar del que hace la bomba para La Jornada Maya? ¿Sería otro “apache enemigo de la civilización”?
Vale la pena mencionar quiénes integraban la redacción de La Palabra, pues el director y también poeta era Lorenzo Rosado; el administrador, Liborio Irigoyen Lara; pero entre los redactores encontramos a Lorenzo López Evia, Pedro Caballero, Eliezer Trejo Cámara, Alvino J. Lope, Ricardo Mimenza Castillo, Serapio Baqueiro, Jaime Tió Pérez, Pablo García Ortiz, Arcadio Zentella, David Vivas y Artemio Alpizar; crema y nata del foro, del magisterio y la literatura yucateca. Además, había colaboradores en música: Arturo Cosgaya, Francisco Heredia R. y Filiberto Romero.
Lo cierto es que el texto pretende ridiculizar un fenómeno que se dio en la elección de 1909: la movilización ciudadana, y precisamente muchos “cenizitos” figuraron entre los líderes morenistas, partidarios de Moreno Cantón. Traían ya alguna experiencia de participación política, en la formación de asociaciones cooperativas o sindicatos, e igualmente habían tenido acceso a cierta educación informal, a través de lecturas dirigidas en esas organizaciones, e incluso trabajando en imprentas. Vaya, una ciudadanía naciente que sigue siendo minimizada por las élites partidistas; pero eso es materia de otras notas y este tiempo.
Edición: Estefanía Cardeña