Opinión
Rafael Robles de Benito
07/10/2025 | Mérida, Yucatán
¿Qué diantres tienen que ver los aguacates con el cambio climático? Seguro que muchas personas se han hecho esta pregunta al enterarse de que la SEMARNAT empieza a exigir a los exportadores de aguacate que exhiban un certificado que acredite que su producto está libre de deforestación. La importancia que ha ido adquiriendo para la economía nacional la producción y comercialización de aguacates, en especial de los de las variedades Hass y Fuerte, está fuera de toda discusión, independientemente del simpático dato del enorme consumo de estos frutos en Estados Unidos durante las tres o cuatro horas que dura el evento del supertazón del fútbol americano. Bien visto, el fenómeno comercial que ha visto dispararse la demanda de aguacates a nivel continental, y quizá allende el océano, es a la vez un éxito y una amenaza. Convertir aguacates en divisas, si se lograse que éstas redunden en un incremento de la calidad de vida para los campesinos de las regiones productoras, es un beneficio evidente. Quizá habría que ponderar el hecho de que los ingresos obtenidos benefician más bien a unos cuantos intermediarios y comercializadores que cuentan con la capacidad financiera como para operar eficazmente entre las intrincadas rutas de los mercados multinacionales.
La amenaza surge a partir precisamente del éxito comercial, y el incremento en la demanda de esta “commodity”: cada vez más dueños de predios rurales, ya sea pequeños propietarios (o no tan pequeños) o ejidos y comunidades, esperan obtener beneficios dedicando sus tierras al monocultivo del aguacate. La tentación de sustituir la cobertura de vegetación de los predios donde puede cultivarse aguacate va creciendo, y aspirar a participar de su cultivo se ha convertido en una presión considerable sobre los ecosistemas forestales y, en consecuencia, en un factor significativo en la tendencia al incremento de la frontera agropecuaria. En consecuencia, permitir el aumento indiscriminado en la producción de aguacates a costa de los bosques originarios equivale a incrementar las emisiones de gases de efecto invernadero a la atmósfera, ya que las plantaciones de una sola especie presumiblemente determinan una disminución en la capacidad del ecosistema para capturar carbono.
Suele decirse que esto no es necesariamente cierto, ya que los árboles de aguacate son, después de todo, árboles, y por tanto también capturan carbono atmosférico. Pero es un argumento parcial y falaz. El asunto no gira únicamente alrededor del papel que ejercen los árboles en el ciclo del carbono. Se trata también de la simplificación de un ecosistema, que antes fue más resiliente por ser estructuralmente complejo y biológicamente diverso. Encima, el tema no es únicamente lo relativo al ciclo del carbono. La disminución en los índices de biodiversidad es también algo que se debe tener en cuenta antes de optar por el establecimiento de cultivos monoespecíficos. Abatir la biodiversidad es también reducir oportunidades de diversificación productiva, entorpecer el curso de la evolución mediante selección natural, e incrementar las probabilidades de la propagación de enfermedades zoonóticas entre las poblaciones de nuestra especie.
Otro elemento que se debe tener en consideración es el hecho de que, al comprometer los mecanismos ecológicos originarios, que robustecen la resiliencia del paisaje y garantizan la sustentabilidad de las actividades productivas, sin depender de otra fuente de energía que la que aporta el sol, el mantenimiento de monocultivos, para resultar viable, demanda la participación de montos colosales de trabajo humano, inversiones de energía usualmente proveniente del empleo de combustibles fósiles, y la adición al entorno de plaguicidas y fertilizantes que perturban las redes alimentarias y abaten las poblaciones de organismos útiles, como polinizadores y depredadores de especies que parasitan o se alimentan de las especies que resultan de interés a nuestra supervivencia.
En las circunstancias actuales; es decir, a la luz de la emergencia climática y la creciente pérdida de la biodiversidad, encontrar un balance (decir que un balance delicado y frágil no es una exageración) entre la producción rentable de monocultivos de interés para los mercados nacionales, continentales o globales, es una tarea consustancial a la seguridad nacional, porque forma parte de la seguridad alimentaria, la sustentabilidad ambiental, y la capacidad del país para ayudar al planeta a sortear la crisis del clima. Ese balance hallará uno de sus principales pilares en la suspensión de los modelos productivos que se apoyan en el incremento de la frontera agropecuaria, a costa de los bosques y selvas originarios.
Lo dicho en estas líneas vale no solamente para los aguacates. Se puede argumentar algo muy similar para los cultivos de palmas de aceite en Chiapas, Campeche y otras entidades, el cacao en el sureste mexicano, los agaves para la producción de tequila y mezcales en varios estados del país, como Oaxaca, o las bayas (arándanos, moras, frambuesas y demás) en jalisco. Por supuesto, no quisiera que se entienda por esta argumentación que considero que no se deben producir estos cultivos: son aportes relevantes al desarrollo nacional y pueden ser parte de la construcción de bienestar para la población rural del país, empezando por los pueblos originarios. Lo que pretendo enfatizar es que podemos encontrar formas de producción agropecuaria y forestal que sean ambientalmente sustentables, culturalmente apropiadas y económicamente rentables, sin atravesar por la pérdida del capital natural de la nación.
Edición: Fernando Sierra