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Es que eran fuereños

Noticias de otros tiempos
Foto: Escoffié, El Padre Clarencio, 17 de julio de 1904

Históricamente, la relación de los yucatecos, o mejor dicho, de un sector de los yucatecos, con la gente venida de otros lugares del país o el mundo, posee un ingrediente clave: la desconfianza. Ha habido investigadores profesionales que atribuyen esto a la Guerra de Castas y a un ánimo compartido por la élite de controlar todo movimiento de la población, lo que dio como resultado que, desde finales del siglo XIX, surgiera todo un sistema de vigilancia y generación de información sobre las actividades de todos los extranjeros, muy especialmente de aquellos que llegaban a trabajar.

Prácticamente, ninguna comunidad inmigrante escapó de la vigilancia, pero tampoco de ser adjetivada en la prensa, y si bien esto último ha disminuido, la xenofobia persiste; no sólo por atavismo, sino también alentada por circunstancias internacionales y la información sensacionalista que se genera en contra de algunos grupos humanos.

La prensa yucateca ha sido abundante en ejemplos, pero durante el Porfiriato hubo una particularidad: la vigilancia fue sobre quienes llegaban a trabajar entre los obreros, especialmente en los trabajos de la red ferroviaria de Yucatán, como nos deja ver una nota titulada “Rebelión de trabajadores del ferrocarril de Mérida a Progreso, vía ancha”, que apareció publicada el 22 de noviembre de 1902 en el diario El Eco del Comercio. La información adelantaba, en dos sumarios, “Los cabecillas presos” y “Actividad de la policía”.

Solamente con la palabra “Rebelión” como titular, se adelanta que los sucesos habían sido graves. Los hechos ocurrieron a 12 kilómetros de Mérida, en un campamento del ferrocarril “Rendón Peniche”, de los Ferrocarriles Unidos de Yucatán, en la ruta hacia el puerto de Progreso. Al término de las labores, indica la nota, “tuvo lugar un movimiento de rebelión provocado por un grupo de españoles y cubanos díscolos pretendiendo que se les pagara en plata, además de la comida, un jornal que, según su contrata, no tenían derecho”.

Los trabajadores descontentos, continúa la nota, se dirigieron “arma en mano, a sus jefes, Mr. Stone, jefe de los trabajos, de nacionalidad norte -americana, y al ingeniero de la Compañía, que también es americano, Mr. John Deyne. En seguida se dirigieron al proveedor, Sr. Gómez, para que se les suministrase el alimento sin abonar el precio correspondiente”.

Quedaba claro que para estos extranjeros habían suscrito unas condiciones de trabajo injustas. Sin embargo, por protestar fueron llamados “díscolos”. La nota indica que hubo amenazas con arma blanca, lo que entonces y ahora constituye un delito, aunque no hubo reporte de heridos o muertos.

Avisada la policía, se organizó el operativo para intervenir. El inspector, Matías de la Cámara (seguramente descendiente del coronel que 40 años antes ejecutó la exclaustración de las monjas concepcionistas), “con la actividad que le es característica, púsose al frente de 34 de sus subordinados y se dirigió a la Estación de Mejorada a la que ya se habían dictado las órdenes respectivas para poner a disposición de la policía un tren especial”. 

Los aprehendidos fueron: “Juan Doce, Nicolás Álvarez, Juan Molina, José F. Torres y Antonio Ozuna, el último cubano y los demás españoles”. Faltaban dos, “que no fueron hallados por haberse internado en el monte, dejando abandonadas sus hamacas”, uno de los cuales se llamaba Manuel Rodríguez. La nota indica que fueron identificados como “jefes o cabecillas de la sedición”.

En el campamento, continúa la información, “hay por lo menos cien hombres que trabajan en la reconstrucción de la línea ferrocarrilera que nos une con Progreso”. Más adelante, el periódico le dedicó una mención especial al “joven Domingo J. Villanueva, corredor de la empresa de los Ferrocarriles Unidos, que condujo con toda actividad y pericia la locomotora ‘Aguinaldo’”.

El relato agrega que el inspector De la Cámara, a su regreso, era esperado por el gobernador, en la casa del jefe político. Ahí, el mandatario, que era Olegario Molina, le prometió que “en caso necesario, contaría con los elementos necesarios pues ya había dado las órdenes convenientes al efecto”.

Lamentablemente, el estado del periódico no permitió consultar el mes siguiente, para saber si había ocurrido algo más con los detenidos, o si se apresó a los prófugos. Pero esto es materia de cómo los yucatecos mantenemos nuestros documentos históricos, esos que empezaron siendo noticias.



Lea, del mismo autor: Literatos y ajustes de cuentas


Edición: Estefanía Cardeña


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