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El gobierno de Donald Trump desplegó a 500 elementos de la Guardia Nacional en Chicago para que, según dijo, protejan a los agentes del Servicio de Control de Inmigración y Aduanas (ICE, por sus siglas en inglés) de los ciudadanos que protestan contra la cacería humana desatada por el trumpismo.

Tanto el gobernador de Illinois, Jay Robert Pritzker, como el alcalde de la metrópoli, Brandon Johnson –ambos demócratas–, se oponen a las políticas xenófobas de la Casa Blanca y al uso de las fuerzas armadas dentro del territorio nacional. Debe recordarse que la tercera mayor urbe del país y la entidad a la que pertenece cuentan con una amplia comunidad migrante, hasta el punto de que casi uno de cada cinco habitantes de Chicago nació fuera de Estados Unidos, y que esa ciudad tiene una larga tradición de acogida e integración que hace de los fuereños miembros inseparables de la comunidad sin importar su estatus migratorio.

Así lo han demostrado los ilineses al manifestarse de forma decidida y creativa contra las redadas del ICE con un repertorio de acción que incluye seguir a los vehículos de la agencia tocando la bocina para alertar sobre su cercanía a las personas amenazadas.

Trump pide el encarcelamiento de Pritzker y Johnson, a quienes acusa de no reprimir a los ciudadanos que cuidan a sus vecinos migrantes, así como a quienes son hostilizados debido al color de su piel aunque hayan nacido y crecido en Estados Unidos.

Con el envío de la Guardia Nacional, el magnate no sólo atropella a los gobiernos locales y a las comunidades de Chicago e Illinois, sino que genera una situación sumamente peligrosa al crear las condiciones para un enfrentamiento de las tropas federales con las policías citadina y estatal, cuyo deber es proteger a los ciudadanos y hacer cumplir el derecho a la protesta pacífica, no plegarse a las arbitrariedades de dudosa legalidad del magnate.

Esta provocación es inquietante en un contexto en que diversos integrantes de la Casa Blanca, del presidente para abajo, usan sin tapujos un lenguaje bélico para referirse tanto a los extranjeros como a propios conciudadanos.

A finales de septiembre, Trump señaló a los migrantes como invasores que deben ser eliminados, además de referirse a la delincuencia como “una guerra desde dentro” que está decidido a pelear, usando a las urbes de su país como “campos de entrenamiento” para los soldados. El desmantelamiento de la deficiente democracia estadunidense y de la apariencia de estado de derecho que han caracterizado a las dos administraciones de Trump cobran así un carácter más siniestro al tornarse en la intención explícita de azuzar una confrontación interna de gran escala en la que no puede haber ningún ganador.

El peligro de graves derramamientos de sangre y del naufragio de la superpotencia en un conflicto intestino causado por la irresponsabilidad de la clase política republicana ya no es un escenario hipotético, sino una realidad que el pueblo de ese país ha de afrontar con las herramientas de la sensatez y la negativa a dejarse arrastrar al colapso.


Edición: Ana Ordaz


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