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Foto: Alfredo Domínguez

Las lluvias atípicas registradas la semana pasada en varias zonas del territorio nacional han dejado un saldo de cerca de medio centenar de personas fallecidas y una población aún no cuantificada en situación de extrema vulnerabilidad, con pérdidas patrimoniales parciales o totales, sin cobijo ni comida. En un principio, la situación se vio agravada por más de un centenar de cortes en la red carretera federal a raíz de derrumbes, deslaves, caídas de árboles y crecidas de ríos, y aunque la Secretaría de Infraestructura, Comunicaciones y Transportes (SICT) ya resolvió la gran mayoría de ellos, es inevitable suponer que los impactos de las precipitaciones fueron similares o peores en vías estatales, caminos vecinales y en las vialidades urbanas y rurales de diversas localidades.

La docena de entidades federativas y los cerca de 150 municipios que han sufrido afectaciones de moderadas a graves nos colocan ante la evidencia de una emergencia nacional, súbita e imprevisible, que hace necesaria una respuesta a la altura de la circunstancia. Ciertamente, el gobierno federal ha respondido con prontitud. La presidenta Claudia Sheinbaum ha coordinado, tanto en forma remota como presencial en las zonas desastradas, la ayuda de urgencia a los afectados.

Sería injusto ignorar el esfuerzo realizado en este sentido por medio del gabinete de seguridad, y en el que confluyen las secretarías de Gobernación, Defensa Nacional, Marina Armada de México y la ya mencionada SICT, además de la Comisión Federal de Electricidad, la Comisión Nacional del Agua, Petróleos Mexicanos y otras dependencias, tanto para brindar ayuda a la población afectada como para reparar la red carretera, restaurar los servicios de energía eléctrica y agua potable y brindar asistencia en la búsqueda y localización de personas. En este esfuerzo participan también las autoridades estatales y municipales de las regiones afectadas.

Pero la magnitud de los daños demanda también la solidaridad de toda la sociedad del país, al margen de filias y fobias políticas y de regionalismos. Cabe esperar que la generosidad se ponga de manifiesto en brigadas voluntarias, organizadas en las zonas mismas de los desastres, y en la asistencia a cualquiera de los centros de acopio de ayuda; en lo inmediato lo más urgente es hacer llegar a la población afectada material sanitario, medicinas, alimentos y artículos de limpieza e higiene personal.

El espíritu solidario que caracteriza a nuestro país ha salido a la luz en toda circunstancia trágica, tanto en el extranjero como en el territorio nacional, y hoy, ante la desgracia que se ha abatido sobre centenares de miles de connacionales, es tiempo de que vuelva a expresarse.



Edición: Ana Ordaz


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