Opinión
José Juan Cervera
15/10/2025 | Mérida, Yucatán
El territorio de las letras satíricas está poblado de plumas ágiles y filosas, porque sería inconcebible en su suelo el crecimiento de expresiones rutinarias y grises que impongan una sensibilidad de plomo en el ánimo lector. Los advenedizos que han pretendido asentarse en él con truculencias de cuño hueco se delatan en el instante en que ventilan su debilidad en campo ajeno. Este acto de simulación se evidencia para bien de quienes, al tropezar con sus escritos, optan por frecuentar otros parajes.
José Tomás de Cuéllar (1830-1864) es habitante legítimo de la sátira literaria y periodística. Su presencia en la cultura de México sumó un elemento eficaz a la iniciativa de Ignacio Manuel Altamirano en procurar el desarrollo de la identidad nacional mediante la creación artística, que en el siglo XIX se ligó con directrices sociales y políticas opuestas a la actitud acomodaticia de sectores alineados con intereses extranjeros de dominio y despojo. Sin embargo, la revista El Renacimiento (1869), promovida por Altamirano, acogió por igual a liberales y conservadores en afán conciliatorio.
Los biógrafos de Cuéllar destacan su participación juvenil como cadete en la defensa del Castillo de Chapultepec contra las fuerzas invasoras estadunidenses en 1847. Ya en la madurez, cumplió su faceta de servidor público con una intensa actividad diplomática. Su oficio de escritor dio frutos en la dramaturgia, la novela, la poesía, el ensayo y la crónica. El periodismo tuvo con aquél un vínculo estrecho ya que muchas obras se publicaban inicialmente en entregas consecutivas para después cobrar forma en libros, aunque algunas no ascendieron este segundo peldaño. Un paso más lo cubren los medios de prensa antiguos que con los años son reproducidos en ediciones facsimilares, las cuales consolidan así un sitio en la posteridad, sobre todo en calidad de fuente de consulta para investigadores y especialistas, aunque pueden diseñarse también con propósitos divulgativos.
Este autor tuvo un espacio constante en diversos periódicos decimonónicos. Por ejemplo, colaboró en El Renacimiento, La Linterna Mágica (el mismo nombre de la serie que agrupó sus novelas), Semanario de Señoritas, La Ilustración Mexicana y La Época Ilustrada; fue jefe de redacción de El Correo de México. En San Luis Potosí se desempeñó como redactor del órgano oficial La Sombra de Zaragoza, y con José María Flores Verdad fundó La Ilustración Potosina, que con grabados de José María Villasana circuló del 1 de octubre de 1869 al 9 de julio de 1870. El subtítulo de la revista brinda una idea precisa de sus componentes temáticos: Semanario de Literatura, Poesía, Novelas, Noticias, Descubrimientos, Variedades, Modas y Avisos. Es decir, se propuso equilibrar el arte y la ciencia con un panorama misceláneo que pudiera satisfacer modalidades alternas de lectura.
Dada la lejanía temporal de este material impreso, hoy es posible conocer su contenido –aparte de los ejemplares existentes en los fondos reservados de instituciones que los preservan– gracias a la edición facsimilar que Belem Clark de Lara preparó con el auspicio de la Universidad Nacional Autónoma de México, publicada en 1989. Por su parte, El Colegio de San Luis incluyó una muestra de poemas extraídos de sus páginas en la serie Literatura Potosina 1850-1950, en su volumen 16, a cargo de Ignacio Betancourt (2005). Como se observa, éste tiene la particularidad de concentrarse en creaciones poéticas, en este caso firmadas por Ignacio Manuel Altamirano, Justo Sierra Méndez, Guillermo Prieto, José Rosas Moreno, José María Flores Verdad, Manuel Peredo, Benigno Arriaga y el mismo José Tomás de Cuéllar.
Entre los versos de estos escritores se hallan estilos y temas variados. Vale la pena detenerse en los textos de Facundo (seudónimo con el que Cuéllar se dio a conocer) para ratificar algunas impresiones previas. No todos son de tono irónico, tal como lo deja ver uno que evoca la ceremonia de imposición de ceniza durante la Semana Santa cristiana. Pero los demás sí exponen con sentido agudo determinadas costumbres, ligerezas cotidianas y prácticas oportunistas que dan motivo a la chanza y al regocijo de arrinconar en posiciones ridículas a quienes encarnan ciertos tipos sociales.
Así enfoca el efecto admirativo que, durante sus incursiones intervencionistas, los militares extranjeros despertaron en algunas damas criollas, el desprecio que las disciplinas artísticas infunden en temperamentos frívolos o bien el final abrupto del deslumbramiento de un joven que descubre a su amada en un gesto de vulgaridad extrema. Incluso exhibe vicios políticos de larga data, por lo que se ve: “Quinientos pesos se robó Verea / y lo hicieron alcalde de su aldea; / robóse cuatro mil en el juzgado / y lo eligieron luego diputado; / y se robó diez mil en el congreso / y al momento ministro fue por eso. / En cambio, un peso se robó Escalante / y le dieron la muerte en el instante. / Ya ves, lector, que la lección es seria: / nunca es bueno robar una miseria.”
Las novelas de folletín proliferaron en ese entonces y tal fue el formato de dos títulos de Facundo incluidos en el semanario potosino que fundó: Ensalada de pollos y El pecado del siglo, la primera de ellas en clave satírica. Es decir, con el mismo espíritu que caracterizó la mayor parte de su obra sellando su huella en la memoria colectiva.
Edición: Fernando Sierra