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Foto: X @SEMAR_mx

Dice la voz popular que después de la tormenta siempre llega la calma, pero es claro que el refrán es meramente figurativo y no refiere por ningún motivo la sensación de urgencia que invade a quienes han pasado los últimos días intentando salvar la vida propia y la de sus familiares mientras el agua invade sus casas, arrastra vehículos, amenaza con reblandecer los terrenos circundantes, y simplemente sigue subiendo de nivel.

Cuando además se constata que los caminos están bloqueados y hasta destruidos, por lo que se advierte el aislamiento, o por las afectaciones a la red eléctrica se presume la incomunicación hacia el exterior de la población, llega la desesperación. El agua no solamente arrastra lodo, árboles, casas, automóviles, objetos materiales, animales y personas. El caudal puede llevarse también toda sensación de seguridad y sustituirla por congoja.


Cuando desde la autoridad se tienen únicamente reportes de números, en cuanto a localidades incomunicadas, municipios afectados -y que para colmo se indique que “69 de ellos son prioritarios”, como si los habitantes de otras demarcaciones valieran menos - cualquier otra información en el sentido de apertura de vías y puentes aéreos para asegurar el abastecimiento de agua, alimentos y herramientas será mucho mejor recibida.

Las intensas lluvias que cayeron entre el 6 y 9 de octubre sobre el norte de Veracruz, Hidalgo, San Luis Potosí, Querétaro y Puebla, están teniendo ese efecto. Ahí donde han podido llegar el Ejército y la Marina para aplicar el Plan DN-III-E, pero permanecen la falta de comida, electricidad, agua potable y telefonía, resulta hasta natural que surjan reclamos. De nuevo, también es necesario entender que quienes han sobrevivido se encuentran en una situación angustiosa; agreguemos que también hay personas fallecidas y desaparecidas, y que no faltan familiares que desean fervorosamente apoyar las tareas de búsqueda o les urge reunir a los deudos.


La gente ha entendido que las labores de limpieza, desalojo de escombros, muebles y aparatos electrónicos inservibles, no le corresponden a ningún cuerpo de las Fuerzas Armadas, y de ahí que demanden herramientas y materiales para limpiar y desinfectar, pero también para poder descansar en un suelo seco y mantener a raya el peligro de aparición de enfermedades ocasionadas por vectores que encuentran en la humedad las mejores condiciones para desarrollarse.

Por otro lado, la tardanza provoca reclamos que a su vez brindarían la oportunidad de lucro político a los actores de siempre. Pero también se crea la sensación de un vacío de autoridad, y esta suele ser el germen del descontento contra la misma. Así ocurrió en la Ciudad de México en septiembre de 1985. De los desastres también surgen movimientos políticos desde abajo, formados por personas que actúan desde “la experiencia que nos da la vida” para hacerle frente a una tragedia, y eso, difícilmente se lo lleva el agua, el viento, el fuego o un temblor.

Lea, de la misma columna: Reforma al amparo: acotar los abusos

Edición: Fernando Sierra


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