La educación es la principal avenida de la justicia y la movilidad social. La educación es el único instrumento probado en el combate duradero a la pobreza. Es de las pocas certezas que existen en la economía política y las ciencias sociales.
En ese sentido, suspender la educación o tener una educación a medias es perpetuar las brechas sociales o tal vez hacerlas más amplias. En México, pareciera que hemos decidido entregar el territorio educativo a la pandemia y atrincherarnos en la educación a distancia, ni siquiera en línea -¡a distancia!- y principalmente a través de medios, como la televisión abierta y la radio, que tuvieron su época de mayor esplendor a mediados del siglo pasado.
No estamos hablando, para enfrentar los retos de la pandemia, de una gran plataforma digital a nivel nacional, de alguna innovadora app educativa o de un cambio de paradigma que sustituya el tradicional modelo de enseñanza frente a grupo.
Si el sistema educativo mexicano fuera robusto y tuviera grandes resultados, apostar por la tele-educación o la radio-educación podría sonar como un escenario posible o una trinchera defendible. Sin embargo, el sistema educativo mexicano tiene enormes carencias. Así lo reflejan, entre muchos otros indicadores, los resultados dados a conocer por la UNESCO, en los que más de la mitad de los alumnos de tercer y sexto grado de primaria se ubican en los niveles más bajos de desempeño en lectura y escritura, matemáticas y ciencias naturales.
En esta nueva normalidad de la educación pública a distancia, quienes dependan del sistema gubernamental es muy probable que se queden aún más rezagados frente a quienes tengan acceso a educación privada en línea de alta calidad.
Seamos realistas, la educación a distancia puede funcionar para la niña o el niño que ya tiene las condiciones económicas y familiares correctas para estudiar; es decir, que cuenta con internet en casa, equipo de cómputo, tableta o celular y con un familiar profesionista que lo apoyará con las tareas y lecturas. En cambio, para el alumno que ya enfrenta problemas o carencias para estudiar en el sistema educativo normal, la educación a distancia no ofrecerá una alternativa real.
Adicionalmente, el entregar el territorio escolar a la pandemia implica que las madres y padres trabajadores no van a poder reintegrarse de manera efectiva al ciclo productivo; es decir, es muy probable que en millones de hogares mexicanos haya un aumento significativo del estrés económico y el hacinamiento. Esas nos son condiciones para estudiar.
En el orden para la reactivación económica de Yucatán, por ejemplo, los planteles escolares son la segunda prioridad entre los espacios que deben abrirse después del comercio, eso nos dicen los padres de familia. Las familias quieren que las escuelas se abran, con las debidas medidas, incluso antes que las fábricas o los restaurantes. Esto de acuerdo con datos recabados por una encuesta de Poll Position para La Jornada Maya.
Por eso, países como Alemania, Francia, Japón y Uruguay están corriendo el riesgo inteligente y medido de reactivar las escuelas, aceptando tropiezos y retrocesos; poniendo en marcha estrategias como un regreso escalonado, horarios alternados, asistencia voluntaria y jornadas reducidas.
Tal vez en México hubiera valido la pena apostarle a un modelo semipresencial. Porque seamos realistas, el ciclo escolar que concluyó en julio pasado básicamente fue un curso trunco, con contenidos y esquemas armados en unas cuantas semanas y en el que se aprobó a todos los estudiantes.
Si de verdad se logró que algunos alumnos concluyeran con los aprendizajes mínimos esperados el año escolar, fue por la creatividad y dedicación de miles de docentes que, al margen de las estrategias y recursos gubernamentales, armaron sus grupos de Whatsapp, diseñaron sus cuadernos de actividades y estuvieron en comunicación permanente con sus estudiantes. Tuvimos historias de maestras y maestros entregados a su labor, que contrataron servicios de perifoneo para dar las clases o colocaban las actividades semanales en un espacio público de la comunidad.
El esquema de entregar el territorio a la pandemia para producir cuatro mil 550 programas de televisión y 640 de radio a todo vapor, se queda corto. No hay la infraestructura ni las características en los hogares mexicanos para garantizar los aprendizajes mínimos esperados. Hacen falta soluciones más ambiciosas.
Estamos aceptando implícitamente perder dos años escolares. Eso es inaceptable en un país en el que justamente debemos incrementar el grado promedio de escolaridad.
Todos tenemos que hacer lo posible por regresar a las escuelas de forma presencial, con mayores pruebas médicas, medidas de seguridad, protocolos de higiene en los planteles y lo que sea necesario. La reactivación de la educación tiene que ser prioridad.
Nuestro modelo educativo no puede resignarse al color rojo, porque estaríamos condenando a futuras generaciones o no aspirar legítimamente a ver la vida en rosa.
Edición: Elsa Torres
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