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En la ciudad de Belem, Brasil, se lleva a cabo a partir del 10 de noviembre y hasta el 21 del mismo mes, la 30 Conferencia de las Partes sobre el cambio climático, la primera que se realiza en la Amazonía, alguna vez conocida como el pulmón del planeta, y a 10 años del Acuerdo de París.

En un contexto mundial nada fácil, en el que la deforestación y la emisión de gases de efecto invernadero no se han logrado controlar, cuando no se ha concretado un mecanismo eficaz de financiamiento para revertir los efectos negativos de la deforestación y del uso excesivo de combustibles fósiles, y en un ambiente geopolítico muy complicado como la guerra Rusia-Ucrania, donde parece que será prácticamente imposible tener acuerdos sólidos que modifiquen políticas de expansión de fronteras agrícolas y de impulso al uso del petróleo, se entiende la frustración que encierra la expresión “vamos en la dirección correcta pero demasiado despacio”. 

Este año Quintana Roo no sufrió embate alguno de huracán, pero muy cerca, en el Caribe, el huracán Melissa causó estragos, con un efecto tan intenso que se puede explicar por el cambio climático. No obstante, México tuvo situaciones de lluvias torrenciales recientemente que sin duda resultan del cambio climático. Estamos en noviembre, con temperaturas bajas muy poco comunes; nuevamente el cambio climático. 

Los gobiernos del planeta se habían propuesto no rebasar el incremento promedio mundial de 1.5 grados de incremento de temperatura. Ahora se habla de 2 grados, pero con la tendencia actual, la lentitud de implementación de acuerdos, y la falta de recursos, aun cuando después de Belem se implementen los planes acordados, hay modelos de predicción que señalan que para fines del siglo XXI el planeta tendrá un aumento de temperatura de entre 2.3 y 2.5 grados. Un escenario nada bueno. Muchas islas podrían desaparecer, ni hablar de ciclones, incendios, sequías, problemas en la producción de alimentos y su distribución, presiones de migración, pérdida de biodiversidad.

Los países necesitan revisar y actualizar sus planes de manejo y compromisos climáticos, algunos los van a presentar en Belem; se estima que solo 72 de 198 lo han hecho. Si bien América Latina es responsable de la emisión de alrededor del 11 por ciento del total de gases de efecto invernadero, es una de las regiones más vulnerables. En el caso de México se sabe que la Secretaría del Medio Ambiente presentó el compromiso de alcanzar un máximo de emisiones netas de entre 364 y 404 millones de toneladas de carbono equivalente, de manera no condicionada, lo cual representa un 50 por ciento menos de la tendencia actual de emisión de carbono. La cantidad de carbono en la atmósfera es un indicador importante del cambio climático.

Los datos anteriores se articulan con el Informe Nexus 2025 de la Plataforma Intergubernamental sobre Biodiversidad Biológica y Servicios Ambientales (IPBES), que identifica, destaca, describe y ofrece opciones de atención para los cinco elementos interconectados globalmente: cambio climático, biodiversidad, agua, salud humana y ambiental, y sistemas alimentarios (www.ipbes.net). Los sistemas alimentarios, la forma de producción, distribución, consumo y reciclaje, de los alimentos que consumimos en el mundo, son sistemas que de una forma articulan a los otros cuatro elementos. Por tanto, es necesario e indispensable que 1. Los países tengan muy claro qué entienden por sistemas alimentarios y cómo transforman ese entendimiento en política pública para que sean cada vez más sostenibles. 2. Hagan una descripción y clasificación de los sistemas alimentarios, de modo que se identifiquen retos y oportunidades para que se transformen de sistemas insostenibles a sostenibles, 3. Establezcan las condiciones técnicas, operativas, de investigación y de formación de recursos humanos para sustentar un plan de transformación de los sistemas alimentarios en el estado y país. En este sentido se sugiere mirar con mejor intención y atención los elementos de sostenibilidad presentes en los sistemas alimentarios indígenas.

El 30 por ciento de la alimentación ofrecida en COP 30 provino de sistemas alimentarios agroecológicos indígenas.

Punto y aparte.

El fin de semana pasado quedó demostrado que la generación Z no es de cristal. 

Es cuanto.


Lea, del mismo autor: ¿Confiando en la incertidumbre?

Edición: Estefanía Cardeña


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