Opinión
Eduardo D. Puc Vázquez
18/11/2025 | Mérida, Yucatán
En diciembre de 2025, Yucatán será nuevamente sede de un encuentro latinoamericano por la sostenibilidad pesquera y acuícola, importante espacio que busca congregar a toda la cadena de valor de la pesca y acuacultura, incluyendo académicos, gobiernos, empresas y, se espera que pescadores y acuicultores. Si bien estos foros se presentan como motores de colaboración multisectorial, en búsqueda de una visión regional compartida para la sostenibilidad, es necesario preguntarse: ¿están realmente representados todos los actores, y en particular los pescadores, en las mesas de discusión o su inclusión es solo nominal?
En el imaginario colectivo, la figura de los pescadores se reduce a un grupo de personas que se dedica a la extracción de productos del mar o de algún cuerpo de agua. No obstante, detrás de esa imagen homogénea existe una identidad propia que ha sido forjada por las características de cada grupo y su contexto. Por ejemplo, en México asumir la existencia de un solo tipo de pescador (mito del pescador único), simplifica en una sola configuración a la diversidad de grupos pesqueros que viven en alguno de los 17 estados productores de pescados y mariscos.
La identidad se presenta, según Western y Hein (2003), como un proceso de construcción personal que es resultado de la interiorización de nuestros roles y de la interacción con otras personas; no ocurre de manera aislada, sino mediante la interacción con los demás y con el espacio que se habita. En este sentido, el proceso de identificación no sólo sucede en la comparación intergrupos, también a nivel intragrupal. Por ejemplo, a través de algunas entrevistas realizadas a pescadores en una comunidad costera de Yucatán, se evidenció una clara división entre los pescadores autodenominados “verdaderos pescadores” y las personas que se “dedican a pescar”. Los primeros se consideraban como herederos de un saber pesquero que fue transmitido por generaciones pasadas, en las que se incluía el conocimiento y prácticas de cuidado al ambiente; por su parte, a los segundos se les reconocía como personas que se van a la mar de un día para otro, sin preparación previa y nulo sentido de cuidado ambiental.
Si se considera que cantidad no significa diversidad, la representatividad se torna más complicada porque pasa de considerar únicamente al número de personas que participan en una acción, a la inclusión de la diversidad de voces para crear una polifonía pesquera. De esta manera, se considera que uno de los retos de este tipo de espacios de diálogo e intercambio, como el encuentro latinoamericano por la sostenibilidad pesquera y acuícola, es su capacidad de incluir a la diversidad de grupos posibles y generar mecanismos dialógicos horizontales. Sin el reconocimiento de las múltiples identidades que operan y/o son parte del mar, no es posible la construcción y regulación de políticas sostenibles, tal como se ha demostrado a nivel local, donde la pesca furtiva o el uso de artes de pesca siguen siendo prácticas aún vigentes, pese a la existencia de instrumentos legislativos que lo prohíben.
En definitiva, la sostenibilidad pesquera y acuícola no es solo una cuestión de gastronomía, biomasa, vedas o tecnología; o de toma de decisiones de líderes que asisten a eventos exclusivos en representación de millones de pescadores y acuicultores en el mundo. Mientras los foros de diálogo sigan construyéndose sobre el supuesto de un pescador genérico y, al mismo tiempo, estos espacios se mantengan inaccesibles para ellos, seguirán perpetuando la exclusión. El camino hacia la gestión sostenible debe superar la versión simplificada del pescador único y procurar un espacio a todas las voces. Solo reconociendo las diversas identidades implicadas en la pesca y acuacultura; y garantizando que sus saberes formen parte en las mesas de decisión, se podrá aspirar a construir una goberpolíticas públicas justas, aplicables y respetadas.
Edición: Estefanía Cardeña