Francisco Franco muere en Madrid en la madrugada del sábado 20 de noviembre de 1975, pero los diarios mexicanos no pueden publicar la noticia.
Con siete horas de diferencia, en México apenas termina el viernes 19. Las redacciones deberían estar entonces trepidando con la edición del día siguiente, pero esa noche son salas oscuras y vacías.
El 20 de noviembre, aniversario de la Revolución Mexicana, feriado obligatorio, no se publicará ningún periódico, según la costumbre de la época.
Una noticia y sus materiales de contexto, preparados durante semanas, tienen que esperar un día más. México se entera por los informativos de radio y televisión.
Fue distinto con el último acto sanguinario del dictador, en septiembre de ese mismo año. Consejos de guerra sumarísimos dictan once sentencias de muerte contra miembros de grupos armados. El gobierno indulta sólo a seis. Franco desoye el clamor mundial de clemencia, incluso de su hermano Nicolás, de la jerarquía católica española y del Papa Paulo VI.
Ya otra ejecución había horrorizado al mundo: la del también militante Salvador Puig Antich, el 2 de marzo de 1974. Igual que el condenado por delitos comunes Heinz Chez, murió por garrote vil, una macabra herramienta de origen medieval que trituraba huesos y vértebras del cuello.
Cuando transcurren los juicios de 1975, entre los directivos de los diarios mexicanos hay alguien que conoce y sigue la actualidad española al milímetro: el subdirector de El Día, Jorge Aymamí Puig, catalán exiliado, hijo de un veterano de la República.
Ha contratado a un corresponsal que se mueve en la semi-clandestinidad, firma con el seudónimo de Mario Zapata y envía sus textos por correo. Era el periodista, también republicano, después emigrado a México, Antonio Pérez García.
Aymamí cavila durante días a medida que se perfila un desenlace fatal. Conversa con directivos y redactores, para escoger las palabras exactas que resuman el momento. Se decide por un titular: “Asco mundial”.
La sentencia de muerte por fusilamiento se cumple en Burgos, Barcelona y Hoyo de Manzanares (Madrid), en la mañana del sábado 27 de septiembre. Todavía es madrugada en México.
La noticia aparece primero en los vespertinos de la capital mexicana. La frase escogida para El Día se la lleva su propio diario de la tarde, Crucero.
México no tiene relaciones diplomáticas con España. Al contrario, reconoce a una simbólica embajada de la República.
Pero el presidente Luis Echeverría rompe los escasos vínculos bilaterales con Madrid. Cancela todos los vuelos entre ambos países, cierra la oficina comercial española y la agencia de noticias EFE. Pide que el régimen de Franco sea expulsado de la ONU.
Cuando en octubre Franco enferma de gripa, a sus 82 años, las redacciones mexicanas, como las de muchas partes del mundo, entran en alerta.
Prensa, censura y estruendo
El cardiólogo José Luis Palma Gámiz era el más joven del equipo médico. En su testimonio (El paciente de El Pardo, Ed Rey Lear, Madrid, 2004), revela conflictos subyacentes en la larga agonía del caudillo:
“El miedo al futuro de la clase política del franquismo terminó inoculando y traduciéndose en otro miedo: el temor al presente implacable que cada uno de los médicos que atendían a Franco sentía en su interior, ante la sola idea de que fuera a él a quien se le muriera el general.
“Sólo el miedo es capaz de explicar, nunca de justificar, el silencio que se impuso a los médicos que atendieron a Franco desde los primeros días de su enfermedad”.
El propio Franco se negaba a difundir su estado de salud, recuerda Palma. Pero sus colegas de especialidad alegaban que el jefe de Estado podía morir en cualquier momento. “No estábamos dispuestos a hacernos cómplices de los oscuros intereses de algunos, ocultando por más días lo que tenía que ser del conocimiento general”.
Por fin hay un parte del equipo médico y luego otros, eso sí, rebuscados y cuidadosos hasta el extremo. Enmedio de guardias de 24 horas, la agencia española Europa Press y la France Presse tienen fuentes que les permiten estar en punta en la cobertura de prensa.
Palma confirma que fue el yerno de Franco, Cristóbal Martínez-Bordiú, el autor de las fotos que cimbraron a España y recorrieron el mundo, nueve años después. Las que mostraron al que fuera el implacable jefe de un régimen dictatorial convertido en poco menos que un cadáver, intubado, rodeado de sondas y aparatos. Las fotos que provocaron una amplia polémica en la prensa, como acaba de registrar la Televisión Española.
Al final de una larga lista de ataques que estremecen durante semanas ese organismo colapsado, Franco está muerto a las 2:40, recuerda el cardiólogo.
A las 4:58 circula un breve pero contundente despacho de Europa Press: “Franco ha muerto”. Queda registrada como hora de la muerte las 5:25. A las 10 de la mañana el jefe de gobierno, Carlos Arias Navarro, hace el anuncio oficial.
En México, Aymamí ha cavilado de nuevo durante semanas para escoger el titular y la imagen que llevará la portada de El Día cuando llegue el momento.
Se inclina por el futuro: “Democracia, clama España tras la muerte del dictador”. Y escoge de síntesis histórica una imagen: el encuentro con Hitler en la localidad francesa de Hendaya, fronteriza con España, el 23 de octubre de 1940. Un Franco sonriente levanta el brazo derecho, en el saludo nazi.
Edición: Fernando Sierra