Opinión
La Jornada Maya
19/11/2025 | Mérida, Yucatán
En México, lo que se entiende por cultura es visto con recelo. Las bellas artes, las (mal) llamadas “artes menores”, el diseño y la literatura suelen verse como entretenimientos y ocupaciones que, salvo algunas excepciones, apenas dan para sobrevivir a quienes las ejercen. A pesar de ello, el sector aportó 865 mil 682 millones de pesos al Producto Interno Bruto durante 2024.
La suma no es nada despreciable, pero apenas significa poco menos del tres por ciento del total de la economía mexicana, y a este bajo porcentaje contribuye la disparidad entre los gobiernos federal, estatales y municipales para invertir en el sector, pero también a la mínima participación que tiene la iniciativa privada en el mismo.
El Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), a través de la Cuenta Satélite de la Cultura de México (CSCM), reportó que siete entidades, entre ellas Quintana Roo y Yucatán, se ubicaron por encima de la media nacional en cuanto a su contribución al PIB por cultura. Estas fueron la Ciudad de México, Guerrero, Michoacán, Morelos, Oaxaca, Puebla, Quintana Roo, Tlaxcala y Yucatán.
La división en áreas del sector cultural de acuerdo a su aportación al PIB, da cuenta de cómo se ha construido la idea de lo que es cultura en México, a pesar de la cantidad y complejidad de expresiones que podemos encontrar en todo el país pero también de acuerdo a regiones y estratos sociales. Aquí es necesario exponer que la estadística recoge lo que se considera consumible y, por tanto, susceptible de resultar en negocio. Es por ello que encontramos a las artesanías en primer lugar -y aquí se impone reconocer que éste es un espectro sumamente amplio que va desde el trabajo en materiales biodegradables como semillas y hojas, hasta la elaboración de ricos textiles, la mayor parte de las veces obra de manos femeninas -, pero también tallas en madera, piedra, creaciones en barro, hasta bebidas alcohólicas.
Pero también hay una confluencia con la creación de contenidos digitales e Internet, que ha sido la vía que han encontrado algunos personajes -no todos con la mejor formación y profesionalidad en sus producciones -para desarrollarse de manera independiente, fuera de los círculos apoyados directamente por el Estado y las pocas empresas privadas existentes. Sin duda, los formatos digitales han hecho posible que muchas personas puedan realizar proyectos audiovisuales, pues junto con el diseño y servicios creativos, suman casi el 35 por ciento de la aportación al PIB del sector cultural.
En otras palabras, los esfuerzos individuales han redituado casi lo mismo que los sectores que reciben apoyo oficial, como las artes escénicas y espectáculos, patrimonio cultural y natural, y la iniciativa privada que mantiene empresas de radio, cine, televisión y prensa. Haría falta conocer si las galerías de artes plásticas reportan un porcentaje relevante al PIB, pero esto dependería de identificarlas en alguna de las categorías formadas para la estadística.
Lo que se percibe es que la inversión en cultura es mínima, cuando se trata de la gubernamental y la particular, y se encuentra atomizada por otra parte, en miles de creadores individuales que aprovechan los canales que ofrecen el Internet y las redes sociales. Lo cuestionable es si ese PIB podría crecer, si se deja de castigar a la cultura en los presupuestos hasta el punto en que un teatro estatal, como el Peón Contreras, no deba pasar más de tres años esperando que haya dinero para su restauración, y en cambio, sea parte de una infraestructura sólida para la puesta en escena de cientos de espectáculos que a su vez dejen un ingreso al estado.
Y por otra parte, también resulta importante medir el consumo de cultura, porque se enlaza también con la formación de públicos y el mercado turístico, que por varias vías impactan en el PIB. Recordemos que el propósito de las mediciones del Inegi es brindar herramientas para impulsar políticas públicas, y esta vez debieran conducir al apoyo focalizado al sector cultural, en lugar de recortarle el cada vez más exiguo presupuesto.
Edición: Fernando Sierra