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Moldes revolucionarios

Memoria hemerografica
Foto: José Juan Cervera

Las condiciones materiales de vida y los sistemas de poder rigen líneas periodísticas que se definen ante fuerzas empeñadas en imponerse unas a otras. Los medios informativos buscan el favor de los ciudadanos y su adopción de los valores que promueven con la expectativa de trascender límites generacionales. De estos factores se desprenden las connotaciones simbólicas que sus acciones acarrean.

El Diario del Sureste nació en Mérida el 20 de noviembre de 1931 en un clima político agitado y bajo los efectos de la depresión económica que sacudió el orden internacional. Llegó como una alternativa a la prensa de entonces, que solía expresarse con tonos extremadamente agresivos pretendiendo fijar como verdaderas interpretaciones de la historia regional acomodadas a los intereses de los sectores que representó y con los que hizo alianza.

Con el curso de los decenios el desarrollo de las instituciones de educación superior profesionalizó el estudio de las disciplinas históricas, pero aún persisten nociones sesgadas que emanan de proyectos retardatarios, las cuales incluso son legitimadas en actos conmemorativos como el que hasta hace poco se realizaba cada 4 de junio en Valladolid para evocar una supuesta “primera chispa de la Revolución” en que el militar conservador Francisco Cantón movió los hilos de una revuelta dirigida a recuperar cotos de poder al calor de una lucha entre facciones partidarias de Porfirio Díaz, sin postular un cambio de régimen en 1910. Sin embargo, el periódico dominante en Yucatán en esa época y la historiografía en que incidió disfrazaron sus propósitos mostrándola como la avanzada de un despertar cívico ligado con el movimiento revolucionario que se gestaba en otras partes del país.

Entre las fuentes que favorecen una perspectiva crítica de tales acontecimientos figuran estudios del historiador Fidelio Quintal Martín (1926-2014), los cuales ponen en evidencia las versiones apócrifas del levantamiento de Valladolid traído como ejemplo. Para situar los orígenes del Diario del Sureste son útiles las memorias del escritor Leopoldo Peniche Vallado (1908-2000). Una apreciación amplia de los vínculos políticos puestos en juego en el contexto de los intereses de la prensa en la entidad puede tomar como base textos como el anticipo, publicado en noviembre de 2000, de un libro de Hernán R. Menéndez Rodríguez (1944-2013) que habría llevado el nombre de Yucatán, la otra historia.
La construcción de la hegemonía menendista en Yucatán. 1918-1924, pero la muerte del autor truncó este proyecto editorial.

El Diario del Sureste fue un órgano de orientación gubernamental por la manera como surgió y por las asignaciones presupuestales que le permitieron perdurar como medio impreso hasta los primeros años del presente siglo; otro rasgo que le brindó un signo de identidad desde su advenimiento fue que incorporó a su planta de empleados y articulistas a intelectuales defensores de una visión progresista de la sociedad. Que su primer director haya sido el ingeniero Joaquín Ancona Albertos –cuya memoria fue opacada posteriormente por motivos ideológicos cuando dirigió la universidad, menospreciando su calidad profesional– es en sí mismo un dato elocuente. La lista de la mayoría de los sucesores suyos en el cargo refuerza este punto de vista.

Los jóvenes intelectuales formados en las tareas de redacción del Diario del Sureste demostraron que era posible forjar un núcleo colectivo de pensamiento capaz de contrastar las actitudes mojigatas y el fariseísmo de sus antagonistas en la esfera en que se dirimían los asuntos públicos. Mientras estos insistían en cultivar un discurso grandilocuente y mesiánico, acorde con estilos plagados de figuras retóricas de la vieja usanza, aquéllos –si bien por obra de las circunstancias adoptaron fórmulas distintivas de las autoridades (el Maximato y, poco después, la política cardenista de masas)– se valieron de estilos renovados que acoplaron con su identidad de grupo, reflejándolos en sus creaciones literarias, además de aprovechar la experiencia de la generación inmediata anterior que ostentó banderas afines.

La presencia de intelectuales entre la ciudadanía parece diluirse en el análisis de las corrientes políticas actuantes en los periodos significativos de la historia vernácula; en tanto agentes de ideas se desenvuelven también como correas de transmisión que enriquecen las fases subsecuentes de reemplazo generacional. Aunque hoy se siga hablando del quiebre de las ideologías, de voces yuxtapuestas como sello de posmodernidad, del tiempo líquido y de los posicionamientos pragmáticos que dejan de lado el examen profundo de los problemas sociales, cobra sentido reconocer el papel de las innovaciones tecnológicas que distraen y en cierto modo enajenan a sus usuarios; pero ellas tuvieron como base saberes transmitidos en un proceso civilizatorio que parece refutado por hábitos autodestructivos, impuestos por corporaciones de alcance globalizado que privilegian la acumulación incesante despreciando la lucidez y la conciencia ética como responsabilidad colectiva.

Las fibras de la experiencia propia se entretejen con elementos de trascendencia universal, pero hay pulsiones vitales que siguen animando las raíces del suelo originario.


Lea, del mismo autor: Obra viva

Edición: Fernando Sierra


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