Opinión
Óscar Muñoz
26/11/2025 | Mérida, Yucatán
Si bien el uso del lenguaje favorece el desarrollo social, la creación literaria asegura la democracia de la cultura. Sin embargo, para ello es requerido que todos los individuos cuenten con la lectura y la escritura como instrumentos que permitan, no sólo el desarrollo, sino también la transformación sociocultural. Precisamente la combinación del uso del lenguaje, como instrumento básico de comunicación, y la funcionalidad del pensamiento y la creatividad permite que las personas tengan una vida cotidiana de mayor calidad.
Para lograr la transformación sociocultural, habrá que considerar la literatura como la forma idónea para lograr trascender la lectura y la escritura. No ha bastado que estas habilidades hayan sido aprendidas y usadas sólo como instrumentos de comunicación, sino que deben estar al servicio del pensamiento y la creatividad. En la actualidad, la generalidad de la población ha aprendido la lectoescritura; sin embargo, la mayoría usa la lectura y la escritura en sus necesidades básicas de comunicación, y otra importante cantidad de individuos las ha abandonado para usar exclusivamente el lenguaje oral, por lo que ha crecido el analfabetismo funcional en muchas partes del mundo.
Históricamente, las habilidades lingüísticas (escuchar, hablar, leer y escribir) han sido objeto de transformación, aunque la lectura y la escritura se han visto reducidas a instrumentos de información y ha sido despreciado su valor respecto de la conservación y la creación de la cultura. El impresionante desarrollo tecnológico y social alcanzado en la actualidad obliga a encontrar formas de desarrollo personal óptimo ante un sistema que impide ampliar suficientemente los límites de la autonomía de las personas.
Cabe destacar que, desde hace casi 30 años, la Unesco sugirió cuatro aspectos fundamentales del aprendizaje: Aprender para saber, Aprender para hacer, Aprender para convivir y Aprender para ser (esta última incluye las tres anteriores). Si bien, estas premisas siguen vigentes, no se sabe aún qué tanto se han puesto en práctica. Lo que sí es evidente es que cada vez hay menos espacios para la lectura y la escritura en el entramado actual; en consecuencia, las personas carecen de destrezas que le permitan ser críticas ante el consumismo o la promoción de ciertas ideas y aprecien o desprecien tales asuntos desde un criterio propio.
La lectura y la escritura representan el mayor activo que una persona puede tener para insertarse de modo óptimo en el sistema social. Junto con el oral, el lenguaje escrito favorece que las personas posean competencia comunicativa. Aunque es posible sobrevivir con el lenguaje oral, lo cierto es que, para ciertas acciones, es requerido el lenguaje escrito, que va desde la cumplimentación de un documento oficial hasta la lectura de un texto complejo. Por ello, es necesario encontrar las formas de acercar a las personas al desarrollo de la lectura y la escritura y dejarlas motivadas para que progresen en tales destrezas.
En este proceso educativo de animación y aproximación al hecho escrito, la motivación hacia los diversos aspectos de la lectura y la escritura y la unión con la vida personal del individuo es determinante para que la importancia de ambas destrezas sea comprendida cabalmente. Por otra parte, el disfrute es fundamental si lo que se quiere es que la lectura y la escritura sean los pilares del aprendizaje permanente; aunque para lograrlo no debe ser de modo mecánico ni monótono, sino que debe implicar significaciones positivas para las personas. Y obviamente, la creación escrita debe ser fomentada desde todos los ámbitos: el hogar, la escuela, las salas de lectura y demás espacios culturales.
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Edición: Ana Ordaz