Opinión
Carlos Martín Briceño
26/11/2025 | Mérida, Yucatán
Para Bekina Fernández
En casa de mi tía abuela María Martín Cuevas, en un esquinero de cedro colocado estratégicamente en la sala, allí donde el tragaluz dejaba pasar una tenue luminosidad, resaltaba una elegante fotografía de estudio de un hombre apuesto y una mujer hermosa que, abrazados, veían con fijeza a la cámara. Sus grandes ojos negros, las melenas oscuras y sus dientes perfectos, llamaban siempre mi atención. Cada vez que podía, tomaba entre mis manos aquel portarretratos para ver de cerca aquella pareja y, de paso, leer la dedicatoria que sobresalía por encima de la imagen:
Para María y Simón, de sus grandes amigos Pedro e Irma.
Y aunque apenas era un niño que estaba por cumplir los cinco años, intuía que aquella era una pareja importante. De otra manera, nunca hubieran ocupado un lugar especial en la sala de la tía abuela, una mujer de carácter fuerte, acostumbrada a dar órdenes y a mantener todo bajo su control.
Más tarde supe que el dúo de la fotografía estaba formado, nada más y nada menos que por Pedro Infante e Irma Dorantes, que tras haber sido convidados a disfrutar de un delicioso puchero de tres carnes acompañado de abundante Coca Cola (Pedro rehuía al alcohol por culpa de los excesos etílicos de su padre), habían dejado esa imagen firmada como agradecimiento.
Ese fue el primer encuentro que tuve con el Ídolo de Guamúchil, un hombre que, a casi 70 años de su fallecimiento, parece continuar entre nosotros, pues nunca faltan en la radio, en la televisión o en la red, locutores o “influencers” que con sus comentarios lo traen de vuelta.
¿Quién no le ha cantado alguna vez a su pareja en turno el estribillo de Amorcito corazón -con todo y silbidito- tal como lo hace Pedro Infante con Blanca Estela Pavón en Nosotros los pobres?
¿Quién no recuerda con tristeza las lágrimas y el rostro de angustia de Pedro en la trágica escena de la muerte de su hijo el “Torito” en la película Ustedes los ricos?
¿Cómo borrar de nuestro imaginario a Infante en el papel de Tizoc cuando, a través de la canción de Sindo Garay, le confiesa a María Félix que “la quiere más que a sus ojos”?
¿Y qué decir de la icónica escena de A toda máquina donde él y Luis Aguilar avanzan en sus motocicletas mientras cantan Parece que va a llover, esa pegajosa charanga de Antonio Matas harto conocida?
En cuanto a Las mañanitas, ¿habrá una mejor versión que la grabada por Pedro Infante en 1950?
A estas alturas, quizás a las nuevas generaciones les parezca obsoleto, pero para contagiarlos de admiración por Pedro bastaría con pedirles a todos los que se han enamorado alguna vez, que busquen en la red la escena culmen del filme Cuidado con el amor, esa donde el sinaloense, acompañado del mariachi, interpreta en una cantina el bolero ranchero Cien años. Se lo dedica a la guapísima Elsa Aguirre. Después de ver el sentimiento con que canta Infante, estoy seguro de que más de uno correrá a buscar un trío para llevarle serenata a su pareja.
Así pues, la leyenda de Pedro Infante continúa. Hace poco, en Perú, el 13 de octubre de este mismo año, en un popular concurso televisivo denominado Yo soy en el que se dan cita imitadores de cantantes famosos, resultó vencedor un imitador de Pedro Infante. Gracias a haber representado convincentemente al ídolo mexicano, el hombre se llevó a casa 20 mil soles, el equivalente a seis mil dólares americanos. Nada mal.
Al igual que sucede con Elvis Presley, Michael Jackson o Juan Gabriel, de vez en cuando surgen en los medios de comunicación voces que afirman que Pedro Infante todavía vive. Su muerte, apuntan, fue un ardid para que el sinaloense pudiera llevar una vida pacífica, lejos de los reflectores y, cómo no va a ser, lejos de la mafia que, por “razones” que muy pocos conocen, ya lo traía en la mira. Esta teoría, que proviene en realidad del deseo vehemente de seguir gozando de la presencia física del ídolo, suele propagarse en épocas cercanas a su aniversario luctuoso. Espero que a estas alturas nadie salga con la pachotada de que el avionazo en el que murieron Pedro Infante, su capitán, su mecánico y los dos adolescentes que habitaban la casa donde cayó la nave, fue solo un montaje.
Para Carlos Monsiváis, Pedro Infante “es un ídolo en todo el sentido de la palabra, capaz de trascender el tiempo y conectar profundamente con las multitudes. Su figura se volvió un mito a través de las películas en las que interpretaba personajes populares. El legado de Pedro Infante se mantiene vivo a través de su filmografía, y no tanto por su biografía personal” salpicada -agrego yo - de reclamos feministas, tales como los ocasionados por su conocida inclinación hacia las menores de edad. No hay que olvidar que tanto Lupita Torrentera como Irma Dorantes, su segunda y tercera mujer respectivamente, no cumplían aún los quince años cuando decidieron vivir con el actor, algo que en esta época sería absolutamente reprobable.
Pero volviendo al inicio, me pregunto en dónde habrá quedado aquella fotografía que tanto llamó mi atención. Han pasado más de cincuenta años. Quizás alguno de mis parientes la guarda con celo en la caja fuerte de su residencia. O tal vez la mantiene arrumbada en un cajón sin tomarla demasiado en cuenta. En todo caso, me ha servido de pretexto para recordar, así sea brevemente, al Inmortal, al Rey de las rancheras, al Oreja de oro, al Ídolo de Guamúchil, al Capitán Cruz, en fin, a Pedro Infante.
Edición: Ana Ordaz